EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
Carrió se fue del FA-Unen acusando a todo el mundo de narco. Podría haberlo hecho antes, cuando eran socios, pero esperó a dar este paso. Quizá nunca lo hubiera hecho si no se iba. Cobos, Massa y Binner serían los narcos y Pino Solanas “un falso progre que estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de ser senador”. Massa es un competidor externo, pero dentro del espacio opositor, y también ligó. De los precandidatos internos, el único que se salvó fue Ernesto Sanz, que es su pollo para hacer fórmula con Macri, el candidato extra FA-Unen del que tampoco dijo nada. Sanz y Macri fueron los únicos de los que no habló mal.
Es una forma de hacer política: la República no se defiende con argumentos sino con denuncias. El foro es en realidad una comisaría. Si las denuncias fueran verdaderas, la República sería una especie de letrina. Si no, es Carrió la que la convierte en eso.
Un narco no es político ni arquitecto o panadero, es un delincuente. Los relacionamientos con los delincuentes son diferentes a los que tienen los políticos. La ventaja de acusar de narcos a los que piensan diferente es que no hacen falta argumentos y alcanza con la denuncia. Más allá de sus denuncias, nadie sabe bien lo que piensa Carrió en temas sociales o económicos que hacen a la problemática de la gestión de un gobierno, ni se le escuchan propuestas concretas.
Se podría suponer que no cree en las denuncias que realiza. Si creyera no hubiera buscado a Binner, Cobos ni a Solanas como sus aliados. La forma como los denunció da la impresión de que lo hizo por oportunismo. Fue su forma de romper con ellos. De transformarlos en adversarios. Y si son competidores se los denuncia como narcos. A pesar de que las denuncias aparecen como el despliegue de una maniobra oportunista, hay ciertas hilachas de ellas que la impregnan. Carrió no puede descreer de todo lo que denuncia porque esas acusaciones constituyen su identidad. Ella existe a través de esas imputaciones. Si no creyera que son ciertas, aunque sea en una mínima porción, ella también sería una mentira. Necesita creer aunque sea un átomo de lo que dice. Entonces, de vuelta al rincón esquizo: si cree, ¿por qué buscó de socios a los que ahora denuncia y por qué recién los denuncia ahora? No son cargos menores.
No es solamente Carrió, es una manera de hacer política que ella lleva a su máxima expresión. Es un estilo que quiere confundirse equívocamente en los destellos que emanan de un hito de la historia, Fiscal de la República, tótem y paradigma. Hay una búsqueda para establecer paralelismos imaginarios con esa performance ética, la seducción del rol de Quijote y fiscal acusador. Es la misma confusión que existe con Rodolfo Walsh y el denuncismo de las corporaciones. El abismo que hay entre los trabajos de investigación de Walsh, que nunca pudieron ser publicados en los grandes medios, y el denuncismo superficial, pocas veces sustentado, con el que operan los grandes medios en función de sus intereses, es el mismo que hay entre la investigación de los negociados de la carne realizada por Lisandro de la Torre en los años ’30 y las decenas de denuncias irrelevantes que ha presentado Carrió para acompañar las denuncias difundidas por las corporaciones mediáticas.
El equívoco trata de disimular muchas diferencias, pero la más evidente es que ni las denuncias de Walsh ni las de Lisandro de la Torre fueron sostenidas ni respaldadas por el entramado de corporaciones mediáticas y económicas y jueces amigos que apañan las denuncias amarillistas. Las investigaciones de Walsh y Lisandro de la Torre eran impecables, no simplemente efectistas, ambos cuestionaron a gobiernos militares y no a gobiernos populares y ambos confrontaron y fueron atacados por esas corporaciones, no trabajaban para ellas.
Son contrasentidos que se montan sobre equivalencias apenas aparentes. Y bajo esa apariencia se trata de construir lenguajes que son opuestos a los referentes que utilizan. Tomarlo a Walsh como emblema del grupo Clarín y equipararlo con esa concepción del periodismo es una broma de mal gusto o aventurerismo. Lisandro de la Torre, el hombre que jaqueó a la Sociedad Rural y a los gobiernos militares de la Década Infame y que sufrió atentados contra su vida por la eficacia de su trabajo, no puede ser comparado con tacticismos que se basan en denuncias efectistas y mezquinas para desprestigiar a quienes piensan diferente y que, incluso, hasta el día anterior habían sido aliados y no se había dicho nada.
Desplazar al debate por un lenguaje policial y acusar de narcos o delincuentes a los adversarios genera intolerancia y una violencia hueca, sin razón, que llega a situaciones grotescas como la de los cacerolazos donde lo que se expresa es que a los delincuentes se los castiga, no se discute con ellos. Se quiera o no, en los actos del kirchnerismo –tan denostado por autoritario y populista– no se ve el grado de primitivismo político, atravesado de crispación y violencia y por un complejo de superioridad clasista y antidemocrático, como expresaban las pocas personas que estaban en la Plaza de Mayo en el fallido 13-N. Las expresiones violentas de esas personas, su intolerancia y sus insultos son sucedáneos de ese lenguaje inflamado de Carrió y de parte del periodismo opositor. Entre los concurrentes había un hombre mayor, de traje, chaleco, corbata y gomina, con un cartel que decía “Sabsay a la Corte”, porque el discurso de barra brava del abogado se emparenta con el tono patotero del cacerolero.
Bajo la presión de Carrió, el FA-Unen profundizó la tendencia a asumirse en esa falsa identidad, en esos equívocos sobre los que ambula la chaqueña. La dificultad de instalar un discurso social y económico de centroizquierda para oponerse a un gobierno que se ha apropiado en la acción de casi todas esas banderas, solamente les dejó el espacio en el que reina Carrió. Los dirigentes de esa alianza que intenta instalarse en el centroizquierda opositor son conocidos por ese discurso acusador de fiscales de la República y no por propuestas sociales o económicas y terminan convocando a energúmenos como los del 13-N. Esa especialidad es de la chaqueña que, cuando se va de la alianza FA-Unen, les dispara con la misma artillería. A Pino Solanas lo acusó de “falso progre”, o sea “puro relato”. Son argumentos que ha usado el mismo Solanas para soslayar las medidas progresivas del oficialismo. En las mismas filas de la agrupación de Solanas se produjo un penoso intercambio de acusaciones sobre corrupción, cuando lo que había, en realidad, eran diferencias políticas que se encubrían con esas denuncias.
Los grandes medios opositores mantienen estos enfoques en sus líneas editoriales. Hay decenas de denuncias que surgen como un chispazo y después se apagan. Con la gran mayoría de jueces a favor de la oposición, como lo muestran las elecciones en la corporación de magistrados, la única causa del vicepresidente Amado Boudou –el más vapuleado– que pudo tener algún avance es por la adquisición de un auto de 1993 en la que los gestores falsificaron la firma. Todas las causas son tomadas por los jueces que ordenan dos o tres procedimientos espectaculares que son estruendosamente replicados por los mismos medios que promovieron la denuncia. Y después quedan paradas con muchas dificultades para producir prueba suficiente para una acusación sólida o directamente son descartadas y absueltas, pero en silencio.
Este festival judicial, que en gran medida tiene más de pantomima, llega a un público que vota a Carrió en elecciones legislativas –y votó a Pino Solanas– pero le saca el voto en las presidenciales. Es un elector importante, pero minoritario y que está convocado con esas características. Ese tono de amenazar con juicios y derogaciones, símil fiscal de la República, ya le provocó el primer traspié al FA-Unen con la fuga de Carrió, que lo aplica al máximo. Y como es el eje de la propuesta electoral del Frente, le va a resultar muy difícil competir en la presidencial con posibilidades si no habla de propuestas concretas de gestión, que hasta ahora no mostró.
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