Jue 27.11.2014

EL PAíS  › OPINIóN

Entre chistes e incógnitas

› Por Mario Wainfeld

Los buenos chistes, fábulas o relatos políticos suelen tener un recorrido común. Surgen de la invención o de la rapidez verbal de alguien, se divulgan, se repiten. La creación es un rapto de humor, de creatividad costumbrista. Una vez popularizados, quedan al alcance de cualquiera. La vulgarización no les resta forzosamente valor, por ahí democratiza el uso. Cualquiera puede valerse de la historia, tenga o no el talento del pionero. Estamos yendo a un ejemplo, claro.

Circula en los quinchos. Se suele referir como una anécdota real: el cronista escuchó a varios emisores que se atribuyen la autoría o haberla escuchado en su primera expresión. Alguno macaneará, lo que tiene escasa importancia: el valor de las fábulas finca en la pertinencia y no en la originalidad. Ahí va.

Dos dirigentes peronistas, de cualquier bandería actual, dialogan sobre los candidateables en Buenos Aires. Uno es oriundo, el otro proviene de otra provincia. El bonaerense fatiga nombres, “instalaciones”, encuestas, posicionamientos. El otro más bien escucha. En un momento pregunta cómo anda “el diputado ese... El muchacho que fue intendente. ¿Cómo se llamaba? ... el que se casó con Jésica Cirio”. La risa acompasa el desenlace y la conclusión, siempre provisoria. Martín Insaurralde, se predica, ha perdido valor en el mercado en relación inversa con la popularización mediática.

No hay reglas absolutas en el marketing: farandulizarse es un rebusque que funciona a veces. La fama adquirida puede perdurar, puede marchitarse. La mezcla entre vida pública e intensos relatos privados incentiva la presencia en la tele, en todo tipo de formato y horario. Los romances “garpan” a la hora de adicionar rating, reportajes. Abrir las puertas de la alcoba genera conocimiento masivo, un bien difícil de conseguir entre tanta competencia. El riesgo es devaluar al protagonista en las grandes ligas políticas. No hay un gran hombre sin una gran mujer que lo acompañe, reza un proverbio clásico cuya inteligente autoría se pierde en los laberintos de la historia. El punto es que si la compañera reluce mucho, se puede difuminar el perfil del protagonista. Nada es infalible, todo propende a decaer. Insaurralde lo sabe y sus colegas dictaminan como peritos para luego alegrarse o lamentarlo. La proporción entre alegres y bajoneados es muy dispar, adivinen quiénes predominan, en tolderías diversas.

“MI” ha permanecido fiel, al Frente para la Victoria (FpV), se entiende. Sería una enormidad que saltara el cerco a menos de un año de haber sido honrado con una candidatura que siempre le quedó grande, que fue un error y casi una injusticia. Esa enormidad no sorprendería a nadie ni rompería ningún record en una cultura política muy tolerante con las transfugueadas. Fue requerido, en su momento más vistoso. No cambió de camiseta, votó disciplinadamente con su bloque, he ahí su único aporte en cerca de un año de mandato legislativo. En la vida privada fue más productivo. Cuentan sus contertulios, verosímilmente, que se aburre y enoja un cachito en el Congreso, que analiza volver a la intendencia de Lomas de Zamora, en la que goza de precavida licencia.

Hace un puñado de meses circulaban sondeos de origen improbable propalados de modo transversal. Le atribuían un potencial formidable como aspirante a gobernador 2015. El batacazo podía concretarlo al servicio del FpV o del Frente Renovador. Vaya a saberse cómo se formulaban las preguntas en las encuestas, si es que se hicieron. Las encuestas a veces son genuinas, a veces son ocurrencias que circulan como los chistes.

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Cerca de las fiestas de fin de año ningún partido tiene un candidato clavado en “la provincia”. El diputado Sergio Massa sería un óptimo aspirante, pero está inscripto para la competencia mayor. Tal vez el ministro Florencio Randazzo midiera bien, pero sus aspiraciones son asimismo más altas. El pan radicalismo-socialista está minimizado en ese territorio desde hace añares.

La vacancia es sustancial. Desde 1983 casi siempre las elecciones a gobernador coincidieron con las presidenciales. La única separación ocurrió en 1987. Cuando fueron simultáneas, el oficialismo nacional se quedó con la gobernación, con una excepción sola. Fue en 1999, cuando Fernando de la Rúa fue elegido presidente con la Alianza y el peronista Carlos Ruckauf venció a Graciela Fernández Meijide en suelo bonaerense. Es sencillo de explicar por el peso numérico de la provincia en el padrón nacional completo.

Insaurralde da la impresión de haberse mancado, pero no hay favoritos en la pista. Un síntoma de las muchas indefiniciones pendientes de dilucidación, a menos de nueve meses de las primarias abiertas nacionales.

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Insaurralde es un molesto síntoma de un mal mayor, que es la dificultad del kirchnerismo para generar candidatos del “palo”, taquilleros en las urnas. Los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner son, por cierto, inalcanzables. Su talla es mayor y aun cualitativamente distinta a la de cualquier otro dirigente de su fuerza o de sus adversarios.

El liderazgo carismático no se iguala así como así. Ni se hereda, ni se transmite con docilidad. Max Weber lo expresó con todas las letras y con ese vocabulario. Nicolás Maquiavelo lo explicó en otros tiempos y con distinta jerga, pero sin diferenciarse en lo conceptual.

Esto asumido, llama la atención qué poco productiva resultó una fuerza que predomina desde hace más de once años, aquilata enorme legitimidad y tiene numerosos funcionarios con gestiones valorables. Trasvasar esas dotes a la peculiar lógica electoral es un acertijo que el oficialismo no ha conseguido descifrar.

Ya en 2005 y 2007 los ministros Rafael Bielsa y Daniel Filmus fueron impulsados a dejar sus carteras para disputar espacio en la Ciudad Autónoma. Fueron buenos funcionarios, son figuras vistosas y dotadas... la suerte les fue adversa. No fueron los únicos casos, la nómina es larga.

El elenco de gobierno ha sido una cantera limitada. Daniel Scioli, sacado de la galera por Kirchner, hizo excepción con sus más y sus menos. Para congregar votos, se supo dar maña. En 2007, cuando obtuvo la gobernación bonaerense, “importado” desde la Capital, ya se debatía si era un kirchnerista fiel y “duro”, amén de sus calidades como gobernante. La polémica se mantiene, tanto como la vigencia de “Daniel”, su popularidad, sus tácticas en los medios, sus mantras.

La agrupación La Cámpora fue pensada por Kirchner como una fuerza propia, nueva, de jóvenes militantes-dirigentes convencidos. Creció y se multiplicó durante las presidencias de Cristina. La trayectoria reciente de sus cuadros y el aumento notable del número de militantes corrobora la idea pero posiblemente el 2015 no sea su momento o no lo sea en plenitud. Hay motivos surtidos, entre ellos su tiempo de rodaje, sus edades y también la táctica que van llevando, que es acompañar al Gobierno, antes de lanzarse con todo a competir. Lo harán el año próximo, pero “esperando a Cristina” y sin que sea su prioridad. Por lo menos es lo que verbalizan y actuaron, hasta el cierre de esta nota.

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Entre las muchas incógnitas a despejar hay una crucial: cómo “jugará” Cristina en la interna del FpV. La perspectiva de instalar a un tapado o tapada consagrándola como su sucesión (lo que hizo el ex presidente brasileño Lula da Silva con Dilma Rousseff) se angosta, a medida que se acortan los plazos. La Presidenta conserva liderazgo y legitimidad, tiene márgenes para obrar. No muestra sus barajas, hasta ahora.

Acaba de regresar a la acción tras 26 días de reposo, por prescripción médica. No es dada a delegar, aunque en esta etapa los ministros Axel Kicillof y Jorge Capitanich actúan a diario: uno construyendo agenda y el otro en la trinchera cotidiana como defensor de las políticas oficiales. La ausencia se prolongó, nadie le disputó a la Presidenta el centro de la escena. La gobernabilidad no se melló, la ausencia de la Presidenta y su salud fueron menos objeto de análisis (y barbaridades) que en ocasiones anteriores.

Su capital político sigue siendo incomparable. Transformar la hegemonía cotidiana en votos fue, para el kirchnerismo, una tarea ardua pero posible, con altibajos. Sin Cristina candidata se complica repetir sus desempeños. Los opositores cooperan en ese aspecto, de modo tan involuntario como eficaz.

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