EL PAíS
› ...Y AL DIA 91 RESUCITO
Poxipol Mingo repara lo que Remes rompió
› Por Julio Nudler
Los argentinos fueron víctimas de un error colectivo, que sólo la parapsicología podría explicar. Creyeron que quien impuso el corralito y los privó así de disponer de sus depósitos fue Domingo Cavallo. Esa equivocación tuvo para ellos consecuencias nefastas, ya que, soliviantados sin razón alguna contra el ministro a quien suponían culpable de su infortunio, provocaron a cacerola batiente su dimisión el 19 de diciembre. Este fatal equívoco le impidió al adalid de la Fundación Mediterránea cumplir con su prometido propósito de desmantelar totalmente las restricciones el día 91. Vale decir, entonces, que los verdaderos responsables de que continúe el corralito, e incluso de que haya degenerado en un cepo, son los depositantes y no Cavallo, porque han sido ellos quienes tuvieron la insensata ocurrencia de expulsar a quien iba a salvarlos. En otros términos: Cavallo es la víctima, y los ahorristas, los verdugos de sí mismos.
Esta es la diáfana conclusión que se obtiene de la lectura del artículo que Domingo Felipe envió a La Nación y ese diario publicó ayer, si bien igual texto fue también remitido a los abatidos afiliados de Acción por la República. Consciente de que el cerrojo a los depósitos completó la destrucción de su prestigio y su capital político, Cavallo concibe ahora la estrategia de convencer al público de que lo verdaderamente perjudicial no fue el corralito sino el cepo, y que éste fue obra de Eduardo Duhalde y Jorge Remes Lenicov. Si la gente internaliza esta idea, Cavallo y su partido estarán listos para volver a la liza política en el 2003. Es obvio que mientras eso no ocurra les será muy difícil captar apoyo empresario y financiación para el aparato. Hoy podrá parecer delirante, pero la Argentina ha visto y sigue viendo resurrecciones impensables.
El texto del cordobés es bastante largo, pero parece no haberle resultado suficiente para incluir en él una rendición de cuentas ante la opinión pública por el desastre que dejó tras de sí. Su mecanismo preferido es la negación. Argumenta, por ejemplo, que después del 3 de diciembre “seguía plenamente vigente la convertibilidad”, cuando lo obvio es que ésta quedó abolida en los hechos al pisarse los depósitos (el dinero presuntamente convertible en dólares) e imponerse el control de cambios, que no significa otra cosa que filtrar el acceso a las divisas y su transferencia. Pero tan importante como ello es que el 30 de noviembre el Gobierno de Fernando de la Rúa y su ministro de Economía habían perdido definitivamente la batalla por la confianza del público y los mercados, y que el corralito fue el recurso in extremis para abrir un paréntesis en la corrida contra el peso y los depósitos, y evitar así –o al menos postergar– la quiebra generalizada del sistema bancario.
La explosión del riesgo país que ocurrió durante la gestión Cavallo, y que sus controvertidos canjes no conjuraron, ¿también fue responsabilidad de sus sucesores? Pese a la inutilidad de esas operaciones, ahora el mediterráneo afirma que, una vez completada la reestructuración de la deuda pública, que la caída del gobierno delarruista dejó inconclusa, podrán removerse el cepo y todas las restricciones al movimiento de capitales. La ventaja con que corre ahora Cavallo es que, retornado abruptamente al llano, puede de nuevo prometer lo que se le antoje, ya que no tendrá ninguna oportunidad de demostrarle de nuevo a la gente que sus mágicas fórmulas son falsas.
En su artículo afirma que “sin confianza de los ahorristas en los bancos no habrá crédito para nadie”. Exacto. Es precisamente lo poco que quedaba de esa confianza lo que fue destruido por el corralito. Este, según él, no afectaba “el uso y goce de los ahorros”. ¿Por qué cree entonces que desató la sublevación de la clase media, tan virulenta que lo obligó a abandonar el poder y sumergirse en una suerte de destierro interior para resguardarse de la ira ciudadana? Faltaba tiempo aún para que Remes endureciera las restricciones. El corralito bastó para que el polvorín detonase.
Cavallo se despega también de la devaluación, que difícilmente hubiese podido evitar si permanecía algunos días más en el ministerio. Durante su accidentada gestión le quedó definitivamente claro a todo el mundo que la Argentina era insolvente, con canje o sin él; que la recaudación tributaria se disolvía, impidiendo toda programación fiscal; que el patrón dólar había precipitado al país en una depresión sin fondo; que insistir en el ajuste presupuestario realimentaba la recesión y conducía al estallido social, y que, por tanto, era inviable sostener el 1 a 1, aunque se supiera que salir de él resultaría complicado y doloroso. Lo notable es que los propios cavallistas, Guillermo Mondino entre ellos, habían criticado a José Luis Machinea por pretender montar el ajuste fiscal sobre la recesión.
“Eliminar el cepo es fácil y producirá efectos positivos inmediatos –escribe ahora Cavallo–. Sólo basta derogar las resoluciones pertinentes del Ministerio de Economía y el decreto 214/02...”, asegura como un encantador de serpientes. “Derogadas esas normas –añade–, todos los depósitos que fueron constituidos en dólares dejarán de estar pesificados y volverán a la moneda y los plazos originales.” Como promesa de político es excelente. Cavallo se presenta como el hombre que puede retrotraer la pesificación y desencantar a los depósitos, que así volverán a pintarse de verde. De este modo, los ahorristas dejarían de estar desesperados por comprar dólares billete.
Ahora la consigna es reclamar el retorno de Cavallo, para que con él vuelvan también el factor de convergencia (a propósito, ¿cuándo dijo que el euro alcanzaría al dólar?), los planes de competitividad y el gravamen a las transacciones financieras como arma para acabar con los impuestos distorsivos y, mediante una maraña de pagos a cuenta, alcanzar por fin el régimen tributario simple y transparente que necesita la economía para crecer vigorosamente, como se estaba a punto de lograr cuando la turba confundida forzó el infausto desalojo del insigne cordobés.