Lun 06.10.2003

EL PAíS  › OPINION

Ilusiones y prevenciones

› Por Eduardo Aliverti

De no ser por la pateadura al jefe de la Federal, está claro que son éstos los días noticiosos más aburridos, hablando en política, de todos cuantos han pasado desde la asunción de Kirchner. Y no sólo eso: ya casi agotados los procesos electorales, firmado el acuerdo con el Fondo, continuadas las acciones contra represores de la dictadura y fuerzas de “seguridad”, y por vía de esos ejes ratificada la autoridad del Presidente, más la cercanía de lo estival, cabe presumir un corto plazo de mucha tranquilidad. ¿Y después?
El despido del capo policial, en cualquier país acostumbrado a convivir con niveles de corrupción más bajos que los argentinos, sería un escándalo de dimensiones impredecibles. Aquí, no sólo nadie se sorprende sino que la verdadera novedad es haberlo limpiado de un plumazo. Eso aumenta la buena imagen del Jefe de Estado, al margen de alguna interpretación que descree de la falta de cálculo y según la cual, en su momento, Giacomino fue confirmado al frente de la Federal a sabiendas de que no tardaría en quedar al descubierto y a lo bruto. Como fuere, sigue ratificándose que Kirchner es muy hábil para suplantar, mediante el impacto político-institucional, todo aquello que continúa faltándole al Gobierno en el diseño de un nuevo modelo económico. Y también como sea, despachar al titular de la policía por sospechas firmes de corruptela y que la lista siga; más la investigación promovida sobre otros 30 jefes por enriquecimiento ilícito; más el oficial que ya fue detectado como responsable de haber disparado a la multitud que en el microcentro porteño se lanzó contra De la Rúa hace menos de dos años; más los enésimos indicios acerca de la actuación de agentes policiales y custodios privados en la ola de secuestros extorsivos, son o deberían ser una buena noticia para hacer frente al cúmulo de imbéciles capaces de suponer que una mano dura, a cargo de esta policía delincuencial, es la solución para el problema de la inseguridad.
Repásese el resto de los datos informativos y véase que todos contribuyen, de piso, a las aguas quietas. Y de ahí para arriba, a consolidar la popularidad del Ejecutivo. Se confirmó que los bancos no ejecutarán propiedades. Hubo el sensible aumento de la recaudación impositiva. El decurso del juicio por el atentado a la AMIA volvió a centrar la atención en los manejos de la rata y de sus súbditos. El triunfo en Misiones del candidato de Kirchner, contra el de Duhalde, fue presentado por los medios como otra jugada maestra del Presidente, cual si se tratara de un distrito decisivo en la suerte de la Argentina. La pelea con las AFJP asoma para el Gobierno como la ejecución de un penal sin arquero. Otro tanto puede decirse del cuestionamiento a las pretensiones y al servicio que prestan las privatizadas. Y se votó en el Senado una reforma que pone cerco a las maniobras de los emporios cerealeros. En una palabra, parecería mentira que pueda darse un clima así cuando hace apenas unos meses medio mundo estaba preocupado por la debilidad electoral del Presidente, su desconocida capacidad de liderazgo y un escenario económico que era indescifrable. ¿Tanto cambiaron las cosas?
Hay, por lo menos, tres aspectos que deben tenerse en cuenta para intentar una respuesta a ese interrogante. El primero es que, en cualquier proceso social, la lucha y la tensión se alternan, necesariamente, con el reposo. Al cabo de la explosión de diciembre del 2001; de la traumática transición de Duhalde; de la comprobación de un país quebrado; de la ineficiencia de los sectores combativos y progresistas para dotarse de una herramienta política, que diera cauce y proyecto a esa bronca que en algún momento simulaba arrasar con todo; y por último, de la salida electoral que acabó con las pretensiones de la rata y en consecuencia con el peor de los horizontes, ¿era esperable el mantenimiento de la efervescencia popular e institucional? Todo lo contrario. La lógica era aguardar lo que se dio y da: un período de remanso, donde cualquiera que hubiese asumidoel poder político –a excepción de la rata– habría dispuesto de una “calma” similar.
En segundo lugar, es irrefutable que Kirchner demostró hasta aquí una muñeca y actitud resolutivas para comandar el beneficio de esa coyuntura. En particular, sus gestos y medidas contra los grandes actores de la dictadura le valieron el reconocimiento de la izquierda social y partidaria y, con ello, la amortiguación de la protesta. Se sumó una trabajada sensación de fortaleza en el acuerdo con el Fondo. Unido a la desorientación de la derecha, que tras la fuga de la rata se quedó sin liderazgo; y al momento internacional, donde se juntan la crisis del paradigma neoliberal con la necesidad norteamericana de no estimular incendios financieros, se tiene entonces una instancia en la que se amalgaman el viento a favor con los méritos propios.
El peligro se guarece en la tercera cuestión, que aparece escondida justamente por lo bueno de las circunstancias y la efectividad o el efectismo, como se quiera, para saber aprovecharlas. Y es así que, hacia mediano plazo, si se repasa el conjunto de hechos que ahora son el sostén del apoyo al oficialismo, podría verse del revés lo que hoy pinta del derecho. La purga en la policía y en las Fuerzas Armadas, al igual que el estímulo oficial a las causas judiciales contra los represores y que la probabilidad de que pueda avanzarse en la investigación del ataque a la AMIA, cuentan con el acuerdo de la sociedad sin que sean, ni de lejos, lo que a la sociedad más le interesa. Desde un criterio netamente pragmático, no son asuntos que hagan al mejoramiento en las condiciones de vida de las mayorías. Y luego, y en la ruta de esa misma mirada, los efectos de la negociación con el Fondo caerán con su peso máximo el año próximo y el siguiente. La resolución tarifaria fue pateada hacia adelante, a la espera de una reactivación económica de la que no hay noticias estructurales. El publicitado aumento en la recaudación de impuestos conlleva la trampa de que se lo mide contra un período de recesión absoluta. Los dientes mostrados a las AFJP también ocultan realidades antipáticas: en el acuerdo con el FMI se pautó que hasta el 2018 provendrá del manejo de las colocaciones en esos entes buena parte de lo que se acordó pagar. El compromiso de los bancos de no ejecutar las garantías hipotecarias es sólo de palabra, y no se resolvió el caso de los deudores privados. Aunque puedan encontrarse matices en cada uno de esos apuntes, nada aconseja desmentir que, en la conducción de la economía, la distancia entre el corto y el mediano/largo plazo podría ser la misma que entre los buenos vientos y el ingenio para atar con alambre y la amenaza de que se desate el paquete. Por no mencionar que, encima y nada menos, tampoco hay novedades de tipo alguno sobre políticas que afronten el drama de la desocupación, la subocupación y el empleo precario.
Mucho cuidado: ese favor de la coyuntura local e internacional; esa destreza del Gobierno para impresionar bien y esa muy comprensible necesidad de agarrarse de alguna esperanza después de semejante noche, además de que efectivamente hay cosas que se están haciendo como corresponde, trazan espejismos. Es mejor prevenirse ahora que desilusionarse después. No porque la desilusión sea inevitable, sino para evitar la desilusión.

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