EL PAíS
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Un país distinto
Por Alejandra Korstanje *
Un día de sol más en Tucumán. No diría que tibio. Un día de sol caliente. Tucumán. La imagen de las siete plagas de Egipto sobre este lugar tan querido. ¿O serán más de siete plagas? Bussi votado como intendente, por tres votos, aliado con el peronismo tucumano, un gobernador que sube en el medio del fraude electoral más grande, una provincia que se muere de hambre, un rector en nuestra universidad que se parece más a un capo mafioso, un secretario de Cultura que es enemigo de los arqueólogos (de “todos” los arqueólogos), una provincia con lapachos en llamaradas y un verde intenso tapado por la ceniza de la caña de azúcar quemada a pesar de las prohibiciones. ¿Cuántas plagas mencioné? Siete. Pero son más.
Entonces, un día más de sol caliente en Tucumán. Provincia pequeña y densamente poblada en país grande y escasamente poblado. Todo es contraste aquí. Todo es Macondo siempre. Todo alucina. A veces creo que es por eso que la quiero así. No da tregua a mi imaginación. Pero no fue un día más para mí. Fue un día increíble. Y por eso se los quiero contar.
Sabrán del Pozo de Vargas, un viejo pozo del ferrocarril donde en la década del ‘70 presumiblemente tiraron los cuerpos de unas 200 personas, de noche, en medio de apagones. Hace casi un año ya que estamos trabajando allí con muchísimas complicaciones y más que a pulmón. Todavía no llegamos a donde tenemos que llegar, pero yo estoy casi segura de que están allí. Lo siento cada vez que me toca ir a excavar y miro la profundidad de ese pozo del cual ya sacamos toneladas de sedimentos y ladrillos, y siento en mi piel el horror de haber caído allí, semimoribundos, en medio de tanto horror.
La otra gente con la que trabajamos en este tema (yo sólo hago la parte de campo) consiguió acercarse al nuevo gobierno para que nos otorguen un subsidio y podamos terminar. Ya eso era una demostración de que hay cosas que están siendo tratadas de otro modo en este país pero, en definitiva, era un gesto siempre esperable en un país medianamente serio (nos acostumbramos tanto a que el nuestro no lo fuera que nos sorprendemos cuando esto pasa).
Ese día, día de sol muy caliente en Tucumán, el Presidente iba a pasar con su comitiva y con representantes de ONG en tren, rumbo a Tafí Viejo donde reabriría los talleres ferroviarios, iba a pasar en tren frente al Pozo de Vargas. Los familiares de desaparecidos nos avisaron y nos pidieron que estuviéramos todos en nuestro lugar de trabajo. Allí estuvimos. Allí estaban ellos también, con más banderas, con la Bandera Argentina, la de todos, con pancartas y sus pañuelos blancos.
Estábamos un poco agitados ante la expectativa de saludar al Presidente desde este pozo especial. ¿Cómo sería? ¿Bajaría la velocidad el tren? ¿Se detendría aunque fuera un minuto para que lo saludáramos? ¿Seguiría de largo?
La policía no dejaba que los familiares se acercaran a las vías porque tenían miedo de que se metieran en el medio cuando pasara el tren para obligarlo a frenar. La gente de la villa que hay al lado pasaba en sus carros llevando fruta. Los familiares discutían con la policía. El sol, siempre pegando fuerte. El cerro hermoso atrás, los citrus, los cañaverales, la tierra, el pozo, el pozo, y nosotros.
De pronto viene el tren, y un remolino de gente que corre hacia las vías... Nosotros, detrás del alambre de púas que cierra el predio del pozo, agolpados para saludar a un Presidente distinto. Alguien nos miró del otro lado: parecíamos refugiados o en un campo de concentración. Suena la sirena del tren y los gritos, mil gritos, aplausos, pañuelos en alto, el tren que no para, sigue.... sigue... y ahí saludando desde una puerta abierta, tirándose hacia el vacío y sostenido de atrás desde sus propios pantalones, el Presidente tuerto. ¡Que pare! ¡Que pare! ¡Pará! ¡Bajá! Y él haciendo señas de que paren el tren, pero el tren no para, y él que sigue haciendo señas de que paren, y a su vez resignándose a que el tren sigue. ¡Pará hijo de puta, somos tu mismo pueblo! Y el tren milagrosamente paró ante tal sentencia. Y los gritos, mil gritos, aplausos, pañuelos en alto, porque el tren había parado.
Y este hombre que ahora es nuestro presidente, que se baja por una escalerita reprecaria a las vías, en el medio del campo tucumano y caluroso, en medio de los yuyos altos y llenos de tierra, baja y se dirige con una nube de gente eufórica que lo sigue y lo apretuja, cruza el alambre de púas que a las apuradas tratamos de cortar con una pinza, entra al predio, entran al predio, la policía nerviosa ante el nubarrón de gente, niños, camarógrafos, ávidos de ver el pozo, nosotros que corremos un poco asustados hacia el pozo mismo.
Un familiar le acerca un ramo de claveles rojos....
El Presidente se acerca al pozo.
Se hace un silencio.
Sube a ese ascensor que está sostenido con un fierro de mi camioneta.
Duda si tirarlas al fondo o no. Finalmente pone las flores en el ascensor. Y yo rompo en llanto, en el rincón desde donde observaba todo.
No sólo por los desaparecidos que pueden estar allí abajo. No sólo por ver flores en el lugar donde cada viernes saco escombros con mis compañero/as y los bomberos. No sólo porque las primeras flores a estos muertos las puso un presidente que se bajó de un tren. No sólo porque a este presidente lo sostenía el hierro de mi camioneta. No sólo por eso, sino porque además sentía que vivía en un país que podía ser distinto. Y porque yo siempre creí que podía ser distinto. Y ese día, fue un país distinto. En este Tucumán, un día de calor como hoy.
* Instituto de Arqueología y Museo de Tucumán.