EL PAíS
› TONI NEGRI, AUTOR DE “IMPERIO”, FILOSOFO Y MILITANTE
“Con Kirchner y Lula el Cono Sur mejoró”
A una semana de su primera visita a la Argentina, donde protagonizará una serie de conferencias y encuentros, el polémico autor dice que la representación democrática tradicional está en crisis, que es necesario redefinir el concepto de izquierda y que, con la guerra de Irak, el gobierno de Bush “intentó un golpe de Estado al proceso imperial”.
› Por Angel Berlanga
Luego de la parva de críticas que muchos intelectuales le dedicaron a Imperio, es fácil imaginar discusiones polvorientas con su llegada, pero también buenas dosis de indiferencia de quienes consideran pifiados, y hasta desviadores, a los postulados centrales del libro que escribió junto a Michael Hardt. Para terciar, quienes estén más de acuerdo con su ideario podrán citar la frase de Cervantes: “Ladran, Sancho”. Toni Negri aterriza en Buenos Aires el próximo domingo, y a lo largo de cuatro días mantendrá una serie de encuentros con organizaciones sociales y con personalidades de la cultura y la política (se reunirá con el Nobel Adolfo Pérez Esquivel y con el jefe de Gobierno Aníbal Ibarra, entre otros). Este ex militante del grupo radical italiano Autonomía Obrera, fue acusado de crímenes contra el Estado y detenido en 1979; tras cuatro años en la cárcel, consiguió exiliarse en Francia hasta 1997, cuando regresó a su país y a prisión. A pocos meses de haber conseguido su libertad definitiva, el autor de El poder constituyente, Crisis de la política y de Diálogo sobre la globalización, la multitud y la experiencia argentina (este último, un controvertido ensayo sobre las organizaciones y respuestas sociales pos vuelo de De la Rúa y explosión de la convertibilidad), uno de los referentes favoritos de los grupos globales de contrapoder, accedió desde Río de Janeiro a ser entrevistado por Página/12.
–¿Qué visión tiene del gobierno de Kirchner?
–No puedo dar una respuesta precisa, porque no conozco la situación argentina de manera de poder dar un juicio sobre su gobierno. Espero poder dar una opinión al estar en la Argentina. Sí puedo decir que estoy sorprendido de cómo fueron yendo las cosas luego del largo período de caos institucional y de luchas populares. El gobierno de Kirchner, de cualquier manera, corresponde a un pasaje positivo para la prosecución constituyente en la situación argentina. Mi impresión general sobre el Cono Sur de América, con Lula y Kirchner, es muy positiva respecto al pasado.
–¿Qué expectativas tiene con respecto a su viaje a la Argentina?
–Mi expectativa principal es conocer. Espero poder hablar, tener una ilustración directa de muchos compañeros y amigos en la Argentina. Esto es lo fundamental que espero; lo digo con humildad. No viajo a enseñar sino a aprender.
–En su trabajo sobre la Argentina usted escribió: “Es exactamente en la tragedia argentina que encontramos las tramas de trabajo y de una posible política de la multitud”. ¿Considera que esa “posible política”, visto cómo evolucionaron las cosas, se desvirtuó?
–La respuesta en torno a esto podemos comenzar a darla partiendo desde un poco más atrás, con la crisis de representación que envolvió no solamente a la Argentina sino a todo el mundo democrático. Hay por lo menos dos grandes ilusiones de democracia representativa: una es la liberal constitucional, que se basa en la transferencia del poder del pueblo al soberano y sobre el control constitucional de los varios poderes; y la otra concepción es la socialista, una democracia basada en la potencia de organización de partidos de masas. Creo que estas dos concepciones y todas sus posibles combinaciones están profundamente en crisis. No sólo yo, sino muchos compañeros en Europa, hemos aguardado la experiencia argentina, con su extensión de nuevos modelos de representación directa, y movimientos que expresaron de manera muy potente sus presiones, en lo que fue un gran laboratorio de experimentación. ¿Cuáles son las consecuencias institucionales que pueden surgir de esto? Por el momento, verdaderamente no lo sé. Debo hacer una larga consideración, un gran trabajo, respecto a lo que está sucediendo ahora en la Argentina y el Cono Sur.
–Las dificultades organizativas implícitas de lo que usted llama “multitud”, ¿no facilitan la dominación desde el poder?
–Esto puede ser, pero en esta coyuntura. El problema es que no hay alternativa. Cuando se habla de multitud, evidentemente no se habla de cualquier cosa que sustituye de manera voluntarista a la clase o al pueblo. Es un acto, es necesario. Es evidente que la clase obrera todavía existe, pero con su poder reducido, basado en el hecho de que está aislada en la sociedad; la producción de riqueza se sustenta a nivel social en el proletariado y en los sectores medios que son indudablemente productivos. La multitud es, desde el punto de vista de clase, un concepto y una realidad más grande que la clase obrera. Por otra parte, la multitud representa un conjunto de singularidades que no quieren terminar indiferenciadas dentro de los mecanismos de unificación estatal. No es algo que sea mejor o peor: es la realidad. Es evidente que en un período de transición institucional y constitucional esta realidad puede sufrir frente a los golpes de su enemigo, pero esto... Como decía Marx: “He aquí el coloso: debes saltarlo”.
–Usted dijo que era necesario redefinir términos como izquierda, derecha, democracia y soberanía. ¿Qué significa hoy ser de izquierda?
–En Europa derecha e izquierda significan centro. Los procesos institucionales de la democracia europea han tenido la capacidad de neutralizar las diferencias ideológicas y han metido a la izquierda y la derecha dentro de un embudo de insignificancia. La estructura política de la izquierda y de la derecha han evidenciado simplemente una superestructura de mecanismos de opinión pública y de control de los movimientos de masas y populares que evitaban por completo los mecanismos de la democracia. Debemos reinventar y redefinir un concepto de izquierda: al menos esa es nuestra expectativa. Y para eso tenemos que partir de al menos dos cosas: la primera, cómo ha venido modificándose el trabajo, y de ahí cuáles son los nuevos sujetos de la producción, ya que es en ellos donde se basa la capacidad, la potencia, de imprimir un diseño general para la sociedad; la segunda, entender cuáles son los objetivos del Común, trabajar fundamentalmente sobre el concepto del Común, que no es simplemente la referencia a los bienes tradicionales –el agua, la tierra, el fuego y el aire– sino a las articulaciones profundas de estas dimensiones; en este marco, se trata de luchar, por ejemplo, contra todas las privatizaciones posibles, pero no para volver al Estado, a la burocracia, al comando de los bienes que sirven a la producción de la riqueza, sino para organizar comunitariamente la gestión del Común. Esta es la izquierda. Sin duda, los términos derecha e izquierda pueden seguir utilizándose.
–¿Está al tanto de las críticas que algunos intelectuales le han hecho aquí a Imperio? ¿Cómo se las tomó?
–Sí, tuve informaciones. Están ligadas, en lo que respecta a la Argentina, Brasil u otros países del Sur, en no haber considerado la posibilidad de que el Estado-Nación sea un instrumento de lucha contra la penetración imperial; y de ahí, una serie de críticas ligadas directamente a la definición misma de imperio. A esto, prefieren oponer imperialismo Estado-Nación. Estas críticas se basan en la concepción tradicional, sistémica con respecto al imperialismo, una especie de concepción sistémica del capitalismo mundial, un sistema dentro del cual existen necesariamente un centro y unas periferias que son relegadas por las relaciones de dependencia. Creo que esa crítica puede ser retomada, sea desde el punto de vista de la definición de los procesos de construcción imperial, sea desde el punto de vista de la valorización de las políticas nacionales. Yo miro con mucha sospecha las posiciones antiimperialistas, porque detrás de ellas encuentro siempre una unificación sin principios, interclasista, que se cubre siempre detrás de la imagen del pueblo, de lanación. Es un interclasismo que se olvida por completo las razones del Común, que acelera la confusión entre derecha e izquierda, que corta la posibilidad de explorar en términos constructivos, constitutivos, la nueva realidad del mundo contemporáneo.
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