EL PAíS
› FREI BETTO EXPLICA EL PLAN HAMBRE CERO QUE DIRIGE PARA LULA
“Ya se nos mueren menos niños”
Militante de base, teólogo de la liberación, preso de la dictadura, este fraile dominico apartidario es el encargado de eliminar el hambre en Brasil. Nada menos. Cómo lo hace.
Por Washington Uranga y Natalia Aruguete
Carlos Alberto Libanio Cristo es Frei Betto. Sacerdote católico brasileño, de la orden de los Dominicos, nacido en Belo Horizonte en 1944, este hombre que en su juventud fue militante de la JEC (Juventud Estudiantil Católica), que estudió teología y que entre 1969 y 1974 estuvo preso y fue torturado por su oposición al régimen militar, hoy es uno de los más directos colaboradores del presidente Lula y el coordinador, junto con Oded Grajew, del Programa Hambre Cero. Militante social, teólogo de la liberación, animador de comunidades eclesiales de base, reconocido amigo de Fidel Castro, Betto habló con Página/12 de su tarea en el gobierno, de la acción política, de la Iglesia Católica, de Juan Pablo II y de su posible sucesión.
–¿Cómo caracterizaría el Programa Hambre Cero?
–No es un programa de asistencialismo sino de un conjunto de políticas públicas que ayudan a las familias a caminar hacia la inclusión social. Yo me siento muy seguro cuando Lula dice que él quería ser gobierno para demostrar que es capaz de no hacer las cosas que él criticaba del gobierno. Eso nos da mucha seguridad a los que formamos su equipo.
–¿En qué se diferencia “inclusión social” de “asistencialismo”?
–Eso se puede responder con la siguiente pregunta: si el proveedor desaparece, ¿la gente va para adelante o para atrás? Hambre Cero fue pensado para que el programa en sí tienda a desaparecer y la gente siga adelante. Tenemos muchas experiencias en el combate del hambre en Brasil, la mayoría asistencialistas. Hambre Cero fue pensado teniendo como eje la tarjeta de alimentación que garantiza a cada familia 50 reales (18 dólares) por mes.
–¿Cómo se implementa el programa?
–En general hay un promedio de 500 familias empadronadas en cada municipio. El dinero llega con un conjunto de políticas públicas, programas de alfabetización, de salud, cooperativismo, microcrédito, agricultura familiar y vivienda. Estas políticas ayudan a reactivar la economía regional y generan que la gente esté en condiciones de empezar a producir sus ingresos. Esto tiene efectos inmediatos en las condiciones sociales. El municipio de Guariba, al sur del estado de Piaiauí, tiene poco más de 4000 habitantes. Hasta enero, el índice de mortalidad infantil era sesenta por mil. Desde abril, no ha muerto ningún niño en Guariba, ya se nos mueren menos niños en el país. La población inauguró una radio comunitaria, que se llama Esperanza. También tienen un salón de belleza. Eso significa una conquista de autoestima. Hambre Cero es la aplicación política de la multiplicación de panes hecha por Jesús y es no sólo saciar el hambre de pan sino el hambre de belleza. La autoestima de la ciudadanía es una parte fundamental del programa.
–¿Cómo participan las organizaciones civiles en este programa?
–Mi función es cuidar la participación de la sociedad civil. Oded Grajew cuida más a los empresarios. Siempre le digo como chiste que él cuida a los ricos y yo cuido a los pobres. Tengo también bajo mi responsabilidad las empresas públicas y las entidades autárquicas vinculadas con el gobierno. La participación de las entidades es muy intensa. Por ejemplo, Petrobras trabajó en investigación de recursos hídricos en el Nordeste, zona de sequía. Muchas veces, Petrobras abría pozos de petróleo y encontraba agua. Y gastaba una fortuna en taparlos, para no paralizar la industria de los camiones de agua del Nordeste. Ahora Lula ordenó destapar esos pozos y Petrobras va a trabajar con una visión más ética.
–A nivel local, ¿quién establece las prioridades?
–Hay un comité en cada Municipio. En el Municipio se busca la sociedad civil organizada: sindicatos, iglesias, educadores, y se forma un comitélocal. Son nueve personas, tres designadas por el poder público y seis elegidas por la sociedad civil organizada.
–¿Cómo se compatibiliza lo local con las prioridades macroeconómicas?
–No hay peleas. El ministro de Economía está interesado en Hambre Cero. Y aunque aún estamos trabajando con el presupuesto del gobierno anterior, hay un esfuerzo para cambiar de paradigma. Antes, para el gobierno la economía era medio y fin. Ahora, es sólo el medio, el fin es social. Antes había diferentes ministerios con diferentes políticas y una familia podía tener tres beneficios de tres ministerios diferentes y ser vecino de otra que no tenía ninguno. El 90 por ciento de las familias que recibe beneficios federales no llega a recibir 50 reales. El gobierno anunciará ahora la unificación de las políticas sociales y todas las familias tendrán un piso de 50 reales, y si tienen hijos en edad escolar tendrán beneficios extra de 15 reales por chico. La política macroeconómica está pensada en función de lo social y también de mejorar las condiciones de desarrollo del país. Pero lo social es la prioridad ontológica. Lula es el único presidente del país que viene de la miseria.
–¿Cómo se capta a las familias que necesitan los planes?
–Es fácil. Se hace un relevamiento y la propia población indica qué familias deben estar en el padrón. Los casos de corrupción no son muchos. En general, los errores que existen en los padrones son por falta de capacitación de los censistas. En ciertos municipios mucha gente depende de esos beneficios. Otros beneficiarios son los jubilados, que tienen derecho a un salario mínimo de 240 reales. Yo me encontré con un niño de 12 años y le pregunté qué quería ser cuando fuera grande. “Jubilado”, me contestó. La respuesta tiene sentido. Antes un viejo era un estorbo para una familia, hoy asegura un ingreso.
–¿Hay casos de utilización política de los planes sociales?
–Es difícil. Hambre Cero funciona también como Corrupción Cero y tomamos todos los resguardos para que así sea.
–¿Cómo son las negociaciones con los organismos financieros?
–Cuando se preveía por las encuestas que Lula iba a ganar las elecciones, algunos amigos me decían: “Betto, quizá Lula sea un buen presidente para Brasil, pero jamás podrá representar a Brasil como lo hacía Cardozo”. Cardozo habla tres idiomas, tiene muchos diplomas. “¿Cómo un obrero que no tiene universidad va a representar al país? No tiene status para eso”, decían. En pocos meses, Lula representa Brasil y quizá al Mercosur mucho más de lo que lo hacía Cardozo. Con su carisma, él logra efectos considerables en la política externa, no sólo de Brasil, sino de soberanía continental.
–¿Para un partido como el PT cuál es la diferencia entre ser oposición y ser oficialismo?
–Puedo opinar desde afuera, porque no pertenezco a ningún partido. No soy afiliado al PT. Cuando estuve en la cárcel, entre el ‘69 y el ‘73, entre muchos sufrimientos tenía una ventaja: podía hablar mal del gobierno porque no corría riesgo de que me pusieran preso. Esa es la ventaja de estar en la cárcel. Cuando uno está en el gobierno es al revés. Yo no puedo hablar mal del gobierno al que yo pertenezco y ayudé a construir. Las críticas las debo hacer internamente. La suerte es que en el gobierno de Lula hay una democracia interna muy intensa. El PT ha sido siempre un partido de mucha diversidad en su composición y en sus ideas. Estar dentro significa tener un sentido muy agudo de responsabilidad.
–¿Se puede gestionar políticas públicas sin contradecir lo que Ud. mismo ha escrito y predicado durante tantos años?
–Hasta ahora no tuve ninguna contradicción. Mi trabajo es hacer que la gente más humilde se transforme en sujeto político-histórico. Por eso, tengo un equipo de educación popular trabajando.
–¿Los políticos de oficio son una traba?
–Hasta ahora no. No tengo ningún problema. Yo no tengo vocación política, estoy definitivamente convencido de eso. No tener ninguna ambición de gobierno ni de poder me da mucha libertad para actuar.
–¿Por qué lo eligió Lula para ocupar este cargo?
–Lula siempre dijo durante la campaña que si él ganaba, quería tener en el gobierno a un grupo de amigos, gente que conoce desde hace muchos años. Y efectivamente, todos los que trabajan en el gobierno, tanto ministros como asesores especiales, son amigos de larga data. Por eso me llamó para hacer este trabajo.
–¿Cómo es su relación con la iglesia institucional?
–Muy buena. Yo siempre tuve mucho apoyo de los dominicos en Brasil. Me siento muy a gusto. En la iglesia de Brasil hay una gran democracia. Todas las comunidades de base, los grupos pastorales han creado una dinámica de mucha discusión y participación. La Conferencia Episcopal en general sigue una agenda progresista. En Brasil nunca hubo una estrecha vinculación Iglesia-Estado, gracias a Dios. Tampoco hubo una unificación de la iglesia con ningún partido político. Hoy mantenemos un diálogo frecuente y hay una instancia crítica que nos ayuda a reflexionar.
–¿El trabajo de base de la Iglesia de Brasil contribuyó a este momento político de su país?
–Voy a decir algo que Lula ya ha expresado públicamente: las comunidades eclesiales de base (CEB) han sido más importantes para la formación del PT que el sindicalismo y la izquierda. De los treinta y cinco ministros que tiene Lula, cinco tuvieron ese origen político.
–¿Qué balance hace de los 25 años del pontificado de Juan Pablo II?
–Juan Pablo II es un hombre que tiene una cabeza de derecha y un corazón de izquierda. Cuando se trata de la ortodoxia, es muy conservador. Cuando se trata de lo social, es muy progresista. Pero a pesar de la Casa Blanca, siempre mantuvo relaciones con la Libia de Kadafi, con el Irak de Saddam y la Cuba de Fidel. Hace muchas críticas a la globalización y al modelo liberal. Y propone la globalización de la solidaridad. Hace veinte años, sólo la Teología de la Liberación hablaba de deuda externa, de colonialismo, de explotación capitalista. Hoy, el Papa habla de eso en todas sus manifestaciones. Sin embargo, nunca admitió abrir la discusión sobre temas como la moral sexual. Va a dejar el Pontificado con esta puerta cerrada.