EL PAíS › OPINIóN
› Por Jorge Elbaum *
La DAIA continúa su extraviada tarea de confundir a la sociedad argentina acerca de su misión, su representatividad y sus reales orientaciones institucionales. “La entidad representativa de la comunidad judía argentina manifiesta su profunda preocupación por las desafortunadas manifestaciones de la Presidenta referidas a su mensaje a jóvenes, reproducidas luego en su cuenta de Twitter, para que ‘lean El mercader de Venecia para entender a los fondos buitre’”, reprodujo la DAIA en un comunicado.
La primera controversia aparece en relación con la autoproclamada “entidad representativa de la comunidad judía argentina” cuando cientos de miles de argentinos herederos de esa identidad (cultural, religiosa o simplemente emocional) se miran unos a otros preguntándose –asombrados– quién o qué mecanismo autorizó a los firmantes de esta declaración para arrogarse una representatividad de la cual carecen. Más aún cuando han sido electos por la friolera de 65 votantes en octubre de 2012, sin que dichos guarismos sean públicos. El segundo aspecto de su “declaración” del día viernes es aún más cuestionable debido a la pretendida atribución de antisemitismo a la propia Presidenta de la Nación, negando la posibilidad de que haya sido una referencia al atributo de la usura.
La declaración de la DAIA subraya “la connotación profundamente antisemita de dicha obra” y destaca que “su recomendación genera justificada inquietud y preocupación en la comunidad judía argentina”, sin referirse –llamativamente– en ningún momento al rol jugado por los “fondos buitre” en la lógica financiera internacional ni a la extorsión que realizan con la complicidad del sistema judicial estadounidense. Tampoco hace referencia al rol de Paul Singer, que hace de la especulación su forma de enriquecimiento cuando la usura está taxativamente prohibida en la tradición judía, no sólo en los textos “sagrados” sino en la tradición comunitaria.
La DAIA se empecina en disfrazar a la Presidenta como una caricatura antisemita desde hace tiempo. Sus declaraciones están más dirigidas a los medios estadounidenses que al consumo local. Funcionan con la misma lógica que las corporaciones opositoras venezolanas y se sienten respaldados por los medios periodísticos hegemónicos, por la “familia judicial” y por el minoritario sector reaccionario de la colectividad judía argentina. Son parte de una ofensiva compartida por las sedes diplomáticas estadounidenses, el Partido Republicano y la derecha israelí, cuya alianza tiene como objetivos básicos el cuestionamiento de la soberanización de América latina, la valorización de las políticas neoliberales y el aislamiento del gobierno persa, buscando que Medio Oriente se transforme en un terreno de enfrentamiento ajenos a la problemática de la autonomía palestina.
Mientras que los dirigentes de la calle Pasteur guardaban silencio en relación con los fondos buitre, en el Llamamiento de argentinos-judíos, colectivo fundado recientemente bajo la consigna No en Mi Nombre, exteriorizaron reiteradamente su condena no sólo a Singer y su piratería posmoderna, sino también a los silencios cómplices de una organización (la DAIA) más ocupada en defenestrar a la Presidenta de la Nación que en defender intereses soberanos de nuestro país.
La significación que le atribuyen a la Presidenta aparece cuestionada por la propia Compañía Nacional de Teatro del Estado judío, Habima, que llevan cinco años presentando El mercader de Venecia, con 150 presentaciones en Israel y con giras por Europa durante los años 2012 y 2013. Menos mal que en la DAIA no se enteraron de estas declaraciones ni del éxito de la puesta de El mercader de Venecia en Tel Aviv y Jerusalén. De haberse enterado de estas presentaciones hubiesen acusado a la Compañía Habima –al igual que a la Presidenta– por difundir material discriminatorio.
La externalidad positiva de este sainete es que, de alguna u otra manera, podemos contar con la certeza de que la DAIA nunca elaborará una declaración de repudio a quien sugiera la lectura o la representación de Otelo, el moro. Entre el color de su piel, su identidad musulmana y su furia de celos que lo lleva al femicidio, la institución de la calle Pasteur nunca elegirá a la islamofobia como un atributo a ser repudiado. Menos mal.
* Sociólogo, ex director ejecutivo de la DAIA.
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