Lun 06.07.2015

EL PAíS  › OPINIóN

Ganar y perder a la vez

› Por Eduardo Aliverti

La primera, excluyente y obvia lectura de los resultados de ayer es el fortalecimiento de los oficialismos. Esta percepción no atiende, sólo, a las posiciones confirmadas anoche, sino y sobre todo a la marcha hacia las primarias del 9 de agosto y las presidenciales del 25 de octubre. Y este es el serio problema que, también de manera ratificada, enfrentan el macrismo y la oposición en su conjunto.

No hacen falta grandes elucubraciones. El triunfo de Horacio Rodríguez Larreta fue tan claro como su imposibilidad de alcanzar una cifra que le permitiese fortalecer la imagen presidencialista de Mauricio Macri. De los bocas de urna y mesas testigo que decían manejar con seguridad en el bunker PRO, apenas cerrados los comicios, con 49 y medio por ciento, al 45 y pico revelado por el escrutinio, el clima fue de una decepción que luego disimularon bastante bien. Desde ya que la ventaja que obtuvo Larreta es indescontable en el ballottage. Nadie en su sano juicio supone que los votos K, mejorados en unos puntos por Mariano Recalde respecto de las primarias, podrían volcarse en masa hacia un candidato de ECO que, al fin y al cabo, comparte el mismo espacio ideológico que el macrismo. Y eso es independiente de la postura oficial que asuma el Frente para la Victoria frente a la segunda vuelta, que anoche no se anticipó. Objetivamente, dentro de dos semanas los porteños sufragarán por un único proyecto de Ciudad para el que ni tan sólo hay diferencias de estilo sustantivas. Pero eso no es matemáticamente trasladable a la mirada que los propios porteños podrían tener cuando se dispute la liga mayor, en la que ya ocurrió una votación cruzada entre la opción vecinal y la presidencial. Esto incluye el dictamen de Córdoba, donde el segundo lugar importó mucho más que el primero porque la “cordobesidad”, ya se sabe, no atraviesa sus límites geográficos. El escrutinio oficial de la provincia fue asombrosamente lento, pero al momento de cerrarse esta nota parecía irreversible el triunfo de Juan Schiaretti y, en cualquier caso, debe recordarse que, hasta hace pocos meses, la triple alianza entre radicales, macristas y ¿juecistas? parecía comerse a los chicos crudos. Lo demostrado es que se vivió una batalla de acusaciones entre todos ellos, con heridas quizá difíciles de restañar e, incluso, el interrogante de qué ocurrirá con el voto del oficialismo peronista si José Manuel de la Sota es derrotado por Sergio Massa en la interna de esa fuerza que apenas se sabe cómo se llama. Hay algunos indicios de que podría suceder un vuelco final hacia el candidato de Casa Rosada y, de todos modos, al margen de lo que dictaminaran Schiaretti-De la Sota, importará si sus votantes cordobeses no se sumarán acaso a la corriente ganadora nacional.

Las cuentas que sacaban en el macrismo eran sencillas: triunfos categóricos en Santa Fe, Córdoba y Mendoza, básicamente y con el agregado de Capital, compensarían la derrota inevitable en provincia de Buenos Aires y le permitirían a Macri ingresar a ballottage con buenas chances de ganarlo, sin entrar a considerar qué gobernabilidad habría con un mandatario en Casa Rosada enfrentado a la región bonaerense en manos contrarias peronistas. Pero resultó que en Santa Fe derraparon, aunque hay la preocupación de que Del Sel vuelva a los escenarios. En Mendoza, el triunfo radical no fue todo lo contundente que aguardaban y Daniel Scioli va al frente de cualquier encuesta que se tome. En Córdoba, el panorama antedicho. En La Rioja, el PRO cerró con radicales y massistas, pero ni siquiera así pudo evitar que ganara el peronismo y, aun cuando lo hubiese logrado, tampoco habría habido mella en la predilección hacia Scioli. En La Pampa, el único centro de atracción fue la pelea entre el kirchnerismo del gobernador Oscar Jorge y el llamado peronismo “histórico” de los imprescriptibles Carlos Verna y Rubén Marín, ayer verticalistas, hoy disidentes, después de nuevo orgánicos y así de corrido. Los datos de anoche mostraban una muy buena diferencia a favor de los segundos, con Verna como candidato a gobernador, pero Jorge se imponía con holgura en su competencia por Santa Rosa. Si es por ayer quedó Corrientes, única provincia en la que no gobierna el peronismo, con sus características tan particulares al regir ese combo de familias políticas y jefaturas sectoriales cuya ubicación definitiva es muy difícil de discernir para quienes no viven allí. En parte porque solamente fue una contienda legislativa y en parte porque se daba por segura la concretada victoria de la lista de Ricardo Colombi, gobernador radical, fueron comicios poco atendidos –excepto por Massa–, ya que, además y precisamente por esas aristas correntinas tan endógenas, también se estima que el resultado no tendrá proyección nacional alguna (o bien, correspondería prestar atención a que el FpV hizo igualmente un buen papel). Lo que entonces queda como ligera pero precisa síntesis, tomando como central a Buenos Aires y Córdoba o viceversa, es que las victorias electorales de ayer, tanto como el ¿buen? segundo lugar de la oposición cordobesa, pueden no ser percibidos como ganancias políticas. Ya pasó y seguirá pasando, porque los votos no son números fríos, sino contextualizables. En 2009 y 2013, el FpV fue la primera minoría sumado el total del país; pero nadie dudó en hablar de su derrota porque la caída en los distritos más numerosos, con la potenciación de los luego desflecados De Narváez y Massa, implicó que en ambas instancias se mentara un irreversible fin de ciclo kirchnerista. Ayer, el PRO sufrió igual lectura porque Larreta no obtuvo la distancia aplastante que necesitaba para dejar a Macri en expectativa agrandada; y porque en Córdoba, a pesar de que no hubo el pronosticado cabeza a cabeza con el kirchnerismo, no pudo contra la firmeza del peronismo local. Significa que hacia agosto y octubre quedó más en duda todavía que la oposición pueda proyectarse en forma enérgica. Sí se confirma la polarización, pero con gran incertidumbre acerca de que eso le bastara. Retomando las cifras de las últimas elecciones de medio término, que fueron sus peores momentos, el kirchnerismo evaluado como tal o con el concurso de los aparatos PJ rondó un tercio largo de los sufragios. No se ve que pueda costarle demasiado llegar en primera vuelta al 40 o 45 por ciento, dependiendo de una economía en la que no haya sobresaltos graves y capaces de torcer al tercio fluctuante hacia el voto opositor.

La foto es coyuntural, pero en la oposición toman nota de que es muy factible su permanencia. Por eso se asiste al redoblado intento de citar una nueva ofensiva oficial contra la dichosa Justicia independiente, a partir de la situación de magistrados suplentes, ley de subrogancia y otros artificios que, en términos de incidencia popular, no le mueven un pelo absolutamente a nadie como no sea entre los sectores involucrados y los convencidos, o eso dicen, de que vivimos en una dictadura atroz que pulveriza las instituciones. Hoy carecen de fuerza hasta para cacerolear de vez en cuando, y de ser por asociaciones entre Gobierno y delito vienen de poner la vara muy alta con el episodio Nisman. Desmontada esa operación, derruidas las amenazas buitre y las profecías de estallido fiscal, con el consumo comercial reactivado, con Cristina en uno de sus topes de popularidad, tiene sabor a patético que ahora tensen una marcha en defensa de Cabral Soldado Heroico. O que persistan en infundios como el enriquecimiento ilícito de Kicillof, que por si poco fuera se caen en lapsos de horas. La semana pasada se conocieron más datos sobre el entramado mediático detrás del escándalo pilotos-Xipolitakis, reveladores de que el objetivo prioritario fue perjudicar la estima pública de Aerolíneas Argentinas y, de allí, su ruta contra el candidato porteño que la preside. A decir verdad, como ya se expresó en esta columna unas cuantas veces, son estratagemas ligadas a la desesperanza del periodismo opositor antes que al accionar de la dirigencia política. En ésta ya parecen haber registrado que la retahíla sobre el deterioro institucional no conmociona a las mayorías, y le dejaron ese denuncismo a los mandobles ya graciosos de la doctora Carrió.

El resto está más dedicado a cómo explicar que el cambio que proponen no es del todo. Fatigosa tarea. Si lo que pretenden es un cambio de estilo, está Scioli. Y si lo que quieren es un cambio absoluto, está Grecia.

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