EL PAíS › OPINIóN
› Por Luis Bruschtein
Si hubiera ganado Martín Lousteau, se habría convertido en el nuevo jefe de Gobierno de la Ciudad y habría terminado con la carrera de Mauricio Macri. Solamente tres puntos salvaron de la catástrofe al aspirante presidencial por el centroderecha. La diferencia entre seguir en carrera y despedirse de la política fueron apenas unos pocos votos. Lo debe haber pensado y sufrido cuando las urnas empezaron a escribir su profecía. Durante varios minutos se habrá imaginado la amarga despedida, la vuelta a un llano despojado de aspiraciones políticas. Nunca más pasitos de baile ni globitos, nunca más jugar a ser los inocentes de Barrio Norte. Fueron tres puntos de diferencia que le hubieran cambiado la vida a un candidato que ahora competirá para ser presidente. El destino no puede ser tan azaroso o bromista quizás: tres puntos para la bifurcación entre dos futuros tan diferentes. El PRO no existe sin Mauricio Macri y Mauricio Macri no existe sin el PRO. Si esos tres puntos inclinaban la balanza para el otro lado, el PRO se derrumbaba y bajo sus ruinas hubiera sido aplastada la apuesta de vida de Mauricio Macri orquestada por Durán Barba y salvada casi milagrosamente por los votos de Recoleta.
La vida sigue, pero esos tres puntos tendrán un precio demasiado alto para Rodríguez Larreta que ganó por un pelo y deberá crecer para no ser devorado por la gestión en la ciudad. No podrá depender para siempre de los votos de Recoleta. Tendrá que generar su propia presencia. Los tres puntitos le pusieron un cepo a Macri. Cada comicio desde que empezó la agenda electoral nacional significó cargar más lastre para su campaña. Ninguna de las votaciones en las provincias ni en la capital le aliviaron esa carga y, por el contrario, se la hicieron más pesada. Ningún resultado le alcanzó para el espaldarazo que necesitaba desesperadamente. Una tras otra la realidad desbarató sus ilusiones y las expectativas sobre las que esperaba construir su carrera hacia la Rosada. Pero tampoco ninguno de esos resultados alcanzó para sacarlo del camino como le ocurrió a Sergio Massa. Hará su llegada a la arena de octubre como un gladiador debilitado, con una derrota casi anunciada. Es probable que así hayan sido sus cálculos de mínima y que en ese escenario, en el llano y derrotado en las presidenciales, tendría sólo el apoyo del gobierno de la ciudad para reconstituirse. Y ese posible escenario –seguramente el de mínima para Macri– decidió la candidatura de Rodríguez Larreta, el más fiel, aunque el menos carismático. Paradojas de la vida: estuvo a punto de perder por elegir al que creía que era el único que le daba seguridad para seguir.
Resulta sorprendente cómo para Macri esos tres puntos de diferencia equivalen al ser o no ser y lo mismo para Martín Lousteau. Si el joven ex ministro del kirchnerismo hubiera ganado, habría tenido las herramientas para consolidar este resultado inesperado. Desde el gobierno de la ciudad podría haberse almorzado los restos del PRO y haber generado su propia fortaleza territorial, que por ahora sigue siendo prestada.
Lousteau es el candidato perfecto, pero no el político perfecto, ni el administrador perfecto. No tiene la construcción territorial del político ni mostró solidez en la gestión. Es un buen candidato que siempre va a depender de que alguien lo ponga en una lista. Si esos tres puntos que lo dejaron por debajo de Rodríguez Larreta, lo hubieran favorecido, la dinámica de la gestión le daba una herramienta importante para completarse como político y administrador. Pero los tres puntos le sonrieron a su adversario y la mitad de sus votos retornarán al kirchnerismo y alguno a la izquierda. De la otra mitad una parte es socialista, la otra radical y una tercera de Elisa Carrió que mantiene algún voto del primitivismo porteño. Sin esos tres puntos, pasó a ser otra vez Martín Lousteau, sin bases ni orgánicas partidarias ni gran fuerza legislativa, sólo el muchachito simpático y descontracturado que espera la fortuita decisión de algun armador política para regresar como candidato.
Apenas tres puntos decidieron sus destinos. Son poquitos votos pero fueron la consecuencia de grandes migraciones subterráneas. La izquierda apenas pudo decidir el destino de los votos que obtuvo en primera vuelta. Sólo le agregó un tres por ciento al dos por ciento anterior que había sacado el voto en blanco en primera vuelta. Quiere decir que –aun considerando que ningún kirchnerista votó en blanco, lo cual es dudoso– Lousteau obtuvo alrededor de cuatro puntos de votantes de la izquierda. Es un fenómeno que debe alertar a los partidos trotskistas sobre el voto que los favorece. No es un voto ultramilitante como el de los afiliados a los partidos. Y es un voto que no acata disciplinas.
La migración más fuerte fue la del kirchnerismo. Al revés que la izquierda opositora, sus dirigentes no impartieron ninguna orden. Pero fue como si lo hubieran hecho. Fue un movimiento en bloque y espontáneo, sin decisión orgánica. Resulta sorprendente. Refuerza la idea de que el voto kirchnerista a pesar de su no despreciable masividad, también es un voto a consciencia, lo cual tiene un flanco no tan positivo, porque lo circunscribe casi como un voto militante. Aunque esa migración en bloque favoreció a Lousteau, puso en evidencia una construcción más sólida que la de ECO, que si bien surgió como segunda fuerza, es un acuerdo inestable de varios partidos.
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