EL PAíS › OPINIóN
› Por Gerardo Adrogué *
En los siglos XVIII y XIX las obras de Shakespeare eran representadas ante las futuras elites del Imperio Británico con un fin pedagógico: aprender el arte de la política. Especial interés había en los llamados dramas históricos, donde Shakespeare reflexiona sobre las preguntas universales de la política y desmenuza las formas y los mecanismos del poder. Cada una de estas obras es una clase magistral, teórica y práctica si se le reconoce al teatro la potestad de representar la vida, cuyas lecciones han perdurado por más de 400 años.
La Vida y Muerte del Rey Juan nos invita a pensar en la próxima elección a presidente y vicepresidente de la Nación y en las condiciones de continuidad del proyecto nacional y popular que hoy encarna el kirchnerismo. La pregunta universal que aborda esta obra, interrogante que por otra parte obturó la vida política argentina por más de medio siglo, es la siguiente: ¿quién es el heredero legítimo? Secundariamente, Shakespeare también se interroga sobre la naturaleza del pueblo, de aquellos a quienes los líderes pretenden representar.
Para contestar estos interrogantes, Shakespeare abandona la comodidad del maniqueísmo y propone un escenario donde el mejor heredero, el más valeroso, honesto y bien intencionado es un hijo ilegítimo, un bastardo, y en consecuencia un sujeto sin los pergaminos para acceder al poder en forma legítima. Y para pensar la naturaleza del pueblo, con irónico humor inglés nos recuerda que está lleno de bastardos, quienes son su fuerza y su razón de ser. Con el pasar de las páginas, la palabra bastardo deja de ser un insulto y se transforma en un elogio que sintetiza la complejidad de lo humano.
Para beneficio del lector, resumo el argumento de la obra. Estamos en plena Edad Media, a finales del siglo XII. Ricardo I Corazón de León, el más querido de todos los reyes ingleses, está muerto. Su hermano Juan, tercero en la línea sucesoria detrás del fallecido Godofredo, ocupó el trono de Inglaterra. Pero los franceses defienden el derecho al trono de Arturo, el hijo primogénito Godofredo. Al inicio de la obra se resuelve una disputa paralela entre dos hermanos por la herencia de los Falcombridge, una familia de la nobleza. Se descubre que Philip, el hijo mayor y heredero natural, es en realidad un hijo ilegítimo de Ricardo Corazón de León. Philip, desde aquí El Bastardo, reconoce su condición y se une a la corte y a las huestes del rey Juan. Franceses e ingleses confrontan en suelo francés. Llegan a un primer acuerdo, pero a instancias del delegado papal, quien busca que Inglaterra reconozca la autoridad de Roma, los franceses retoman la lucha alentados con la perspectiva de coronar rey de Inglaterra al príncipe de Francia. El Bastardo muestra coraje y determinación. La acción y la lucha se trasladan a Inglaterra. El joven Arturo es capturado y fallece tratando de escapar. El rey Juan llega a un acuerdo con la Iglesia y luego muere. La invasión francesa es derrotada. El trono de Inglaterra es finalmente ocupado por Enrique, hijo del Juan, aunque el Bastardo permanece como miembro de la corte.
¿Quién es el heredero legítimo y puede en consecuencia hablar en nombre de un pueblo o de un proyecto? A través del Bastardo, personaje central de la obra, Shakespeare nos propone que no prestemos atención a los pergaminos que fundan la legitimidad en el origen o pasado distante de un líder. Nos dice que lo determinante es su profunda, real y sincera convicción al abrazar la causa en la que se embarca. Lo que debemos juzgar es el sentido de sus decisiones y las consecuencias de sus actos. Pero Shakespeare no es ingenuo. Reconoce que al Bastardo no le basta con hacer las cosas bien de aquí en adelante, que aún necesita de algún tipo de legitimidad de origen, tal vez más lógica que cronológica pero legitimidad de origen al fin. La clave está en el renunciamiento. Descubierta su condición de hijo ilegítimo, la reina Eleonor le pregunta al todavía Philip de Falcombridge: “Que preferirías ser, un Falcombridge y como tu hermano disfrutar de tierras y posesiones, o el reputado hijo de Corazón de León, señor de tu presencia, aunque sin tierras?”. La respuesta, transforma a Philip: “Hermano toma tu mis tierras que yo seguiré mi suerte”. El rey Juan entiende lo sucedido: “Arrodíllate como Philip, pero levántate aún más grande, como Sir Richard heredero de Plantagenet” (la dinastía de Corazón de León). Al reconocer su condición y renunciar a sus tierras, doble acto de sacrificio, Philip deviene el Bastardo y abraza su nuevo destino al servicio de la corona y su pueblo. Demuestra en la espada y la palabra que es digno de su destino. Y aunque Shakespeare no se priva de negarle la corona, es claro que el poder hace de Philip una mejor persona. Tal vez por ello se ha querido ver a Robin Hood en el personaje del Bastardo.
Néstor Kirchner hizo su renunciamiento. Entrego su vida, sin metáfora, por una Argentina incluyente y democrática. El poder lo atravesó y sin duda lo transformó en un mejor líder político de lo que pudo haber sido en su pasado patagónico. Por ello, tres de cada cuatro argentinos tienen hoy en día una imagen positiva de él y la mayoría lo considera el mejor presidente argentino desde la recuperación de la democracia en 1983. Cristina es la heredera legítima de este renunciamiento. Pero a los nuevos líderes, vengan del maoísmo o del peronismo liberal de los años 90, cabe exigirles menos pureza de origen (¿quién la tiene y para qué sirve diría Shakespeare?) y mas renunciamientos que los aten al destino del proyecto que pretenden conducir, esperando eso sí, que el poder los transforme para bien.
Pero Shakespeare va más allá y argumenta que la impureza es propia de la condición humana y en consecuencia afecta a líderes y dirigidos por igual. En las puertas de la ciudad de Algiers, el rey Felipe de Francia y el rey Juan presentan sus argumentos ante los ciudadanos, quienes deben decidir si el rey legítimo de Inglaterra es Juan o Arturo, y en consecuencia abrirle las puertas de la ciudad. Acontece entonces un pasaje revelador. El rey Juan (dirigiéndose a los ciudadanos de Algiers): “No prueba esta corona que soy su rey? Y si acaso no fuese suficiente traigo aquí a mis testigos, treinta mil corazones ingleses”. El Bastardo (aparte y dirigiéndose al público en el teatro): “Incluyendo a los bastardos”. El rey Felipe de Francia (a los ciudadanos): “Tantas y tan bien nacidas sangres como esas...”. El Bastardo interrumpe nuevamente dirigiéndose al público: “... que incluye también a las bastardas” y el rey Felipe concluye su advertencia a los ciudadanos: “... se enfrentan a ellas para contradecir este reclamo”. Transparente. Ingleses y franceses están llenos de bastardos, seguramente flojos de papeles y candidatos a la guillotina de algún jacobino trasnochado que no tolere los complejos grises de la condición humana y sólo acepte rodearse “de pocos pero buenos” paladares negros y puros. Danton entendió demasiado tarde la lección shakesperiana, que la fuerza y la continuidad de la revolución francesa también dependía de incluir a los bastardos, a los poco convencidos, a los convencidos a medias y a los convencidos de origen dudoso. Robespierre se dedicó a guillotinarlos a todos por igual.
¿Por qué esta discusión es importante en la Argentina actual? Porque la continuidad del proyecto nacional y popular también depende de interpelar, representar e incluir a los poco convencidos, a los convencidos a medias y a los convencidos de origen dudoso. Los estudios de opinión pública demuestran que existe un núcleo duro de votantes kirchneristas. Pero con ellos solos no alcanza. Es preciso sumar al 20-25 por ciento de argentinos que aceptan muchas de las medidas implementadas por el kirchnerismo durante estos 12 años, aunque no todas. Y también a una parte del 10-15 por ciento que acepta algunas pocas de sus políticas públicas pero no se siente antikirchnerista. No se trata de adaptar el discurso político a la campaña electoral con el fin de conseguir algunos votos. Se trata de hacer política electoral reconociendo la complejidad de lo humano. La construcción de poder electoral se hace reconociendo la diversidad existente. El desafío es entonces ampliar y conducir la base electoral del movimiento nacional y popular sin atenuar ni modificar su sentido y dirección, sin que mengüe su capacidad de transformar a la Argentina en una sociedad cada vez mas incluyente y democrática.
Shakespeare nos deja dos reflexiones, la legitimidad por renunciamiento y la necesidad de ampliar y conducir lo diverso. Debo cerrar estas líneas recordando dos lecciones de la historia política argentina: el renunciamiento de Evita el 31 de agosto de 1951 y las palabras de Juan Domingo Perón “.... no solamente debemos estar decididos a ganar unas elecciones, sino a ganarlas en forma aplastante, para demostrar, señores, que hemos hecho un buen gobierno; porque es inútil que sepamos que hemos hecho un buen gobierno. Quien debe decirlo es el pueblo, y éste lo dirá con votos. Esto es fundamental para nosotros. Ese será, diremos, el desiderátum de nuestra acción: la comprobación de haber cumplido con nuestro deber, si el pueblo dice por medio de las urnas que está conforme con nuestro gobierno, que le gusta y que quiere repetirlo”.
* Sociólogo UBA. Analista de Opinión Pública. Director de Knack Argentina.
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