EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
La serie Miénteme (Lie to Me) mostró la existencia de un metalenguaje sobre el de las palabras. Las palabras mismas encierran un mensaje muchas veces diferente a lo que significan. La política diseña el suyo. El bombardeo de spots que comenzó esta semana propone a la sociedad un lenguaje particular, que estaba subyacente desde hace años, usado en forma fragmentaria, a veces con poca conciencia, pero que ya en las últimas elecciones se convirtió en una cuestión de especialistas capaces de entrelazar contenidos y sugerencias en la sanata de los candidatos.
En una punta del alambique se mete el conjunto de deseos, expectativas, necesidades, intereses y emociones de millones de seres humanos y por la otra sale una palabra que es la mezcla de esa complejidad puesta en función del objetivo del candidato. Un ejército de técnicos comunicacionales destila el concepto mágico, su bala de plata. Durante toda la semana que pasó, cada ciudadano recibió el impacto del mensaje disparado por la televisión. “Continuidad” es el bombazo de Daniel Scioli. “Cambio” es el de Macri. Se han convertido en el escenario de choque principal, como conceptos reducidores y, al mismo tiempo, contenedores de millones de universos que se arborizan en cada cabeza que decodifica y despliega a su manera el mensaje encapsulado.
Los spots de campaña saturaron las pantallas. Otros protagonistas se esfuerzan por irrumpir en el choque principal. La palabra de Margarita Stolbizer es “progresistas”, la de Sergio Massa “seguridad”. Son dimensiones que lateralizan el conflicto central. Es como si buscaran llegar desde un enfoque parcial, lo que les da también un protagonismo parcial que no llega a englobar el universo más amplio de expectativas. Scioli y Macri juegan con ventaja. Para el gobernador bonaerense, la idea de continuidad se respalda en doce años de gobiernos kirchneristas signados por una larga lista de medidas populares. Macri se instala en el centroderecha, no quiere ese gobierno y dice “cambio” y además se aprovecha, aunque mínimamente, de la textura progresiva de la palabra. Para los demás es casi imposible terciar.
Stolbizer dice “progresistas”, pero le resulta difícil enunciar algo más progresista de lo que refleja el conjunto de medidas que se tomaron en los doce años de kirchnerismo. Objetivamente siempre va a aparecer menos “progresista” que los doce años que Scioli se propone continuar. Entonces completa con otra idea: “ética”, que ha sido el caballito de batalla de la derecha para combatir las medidas progresistas. Todas esas medidas que tomó el kirchnerismo tuvieron, según esa explicación, un trasfondo delictivo o demagógico-clientelar. El problema para Stolbizer es que no existe en la Argentina otra experiencia –más que la peronista-kirchnerista– que pueda tomar como referencia o contrapartida.
Cuando Massa dice “seguridad” está dejando fuera otras necesidades y deseos que pueden impulsar el voto, aunque ése sea el principal para muchos. Empezó con “el cambio justo” y perdió por goleada con Macri que de entrada salió con los tapones de punta, furioso contra el Gobierno. Ahora el PRO cambió y reivindica la idea de “cambio justo” que inició Massa, mientras éste se pasó a la crítica dura contra el Gobierno. Los partidos trotskistas del Frente de Izquierda todavía están más metidos en su discusión interna que en la general. Inicialmente rechazaron como “burguesas” a estas nuevas técnicas de la comunicación política e insistieron con los programas. Fueron los últimos en sumarse pero finalmente lo hicieron y sus campañas tienen muchas veces las mismas generalidades, que tratan de ser más abarcadoras que sus programas, que van desde el reclamo salarial hasta la solidaridad con las revoluciones árabes.
Estas técnicas de comunicación han demostrado ser más eficientes que los programas tipo sábana que discutían los asambleístas en Parque Centenario en la crisis del 2001. Los partidos de izquierda pensaban que cuantos más puntos tuviera el programa, se radicalizaba el movimiento, pero en vez de eso, cada punto que lograban imponer, alejaba a más vecinos. Los nuevos mecanismos que se instalaron en las prácticas políticas y que tienen su momento cúspide en las elecciones, buscan emitir en la misma onda que el resto de la sociedad y descartan el lenguaje del gueto de la política, que es una minoría. Tratan de no ser precisos para no espantar y buscan que las precisiones las construya cada quien desde su subjetividad para encontrar más afinidades. Pero a medida que se va haciendo más científico, este lenguaje va siendo menos útil a la sociedad porque la priva de información en beneficio del candidato. La comunicación útil para la sociedad es la que hace más accesible la información. Cuando se usa para ocultarla o disfrazarla se vuelve en contra de la sociedad.
La campaña de Menem fue “Síganme, no los voy a defraudar”. Aunque negada, la idea del fraude ideológico estaba en la consigna, como si hubiera cristalizado el inconsciente del candidato. “Revolución productiva” y “Salariazo” fueron las consignas complementarias. Menem defraudó: destruyó las fuerzas productivas y congeló los salarios. La frase de la Alianza entre la UCR y el Frepaso formado por independientes y socialistas, fue “Somos más”, lo cual fue lo único cierto porque en todo lo demás hicieron lo mismo que el gobierno de Menem, desde la misma corrupción como las coimas en el Congreso, hasta el mismo ministro con Domingo Cavallo y poco o nada se avanzó en derechos humanos.
Cada elección es un aprendizaje para una sociedad que depende de su capacidad para discernir entre la maraña de mensajes. Cuanto más exageran, llevan a deducir por el absurdo. La forma en que machacan los spots de Macri para mostrarlo junto a los humildes revela que es lo que menos hace en su vida. Carrió basa su discurso en la corrupción, pero exagera tanto que termina intoxicada por la atmósfera insana que genera a su alrededor. La mentira es una forma de deshonestidad y por lo tanto, de corrupción.
A veces el abuso de un lenguaje artificial hace menos creíble a un candidato de lo que realmente es. En vez de sobresaltar sus mejores rasgos, tratan de cubrir los flancos vulnerables. El colmo fue tratar de convencer al mundo de que De la Rúa no era aburrido. “Dicen que soy aburrido.” Sí señor, es aburrido. Macri es empresario. Resulta poco creíble presentarlo como piquetero del PRO. En teoría, lo que son define también lo que no son los candidatos. Lo que tienen contabiliza lo que les falta. Pero los matices representan mejor a las personas que los esquemas binarios que las caricaturizan.
El cambio de eje en el discurso de Macri también lo hace menos creíble. Muestra un candidato que dice lo que le conviene y no lo que realmente piensa. Pero además, al reconocer las medidas más importantes del gobierno kirchnerista, Macri destruye el argumento del relato porque materializa los hechos más importantes de los gobiernos kirchneristas cuya negación era la base para sostener que todo era un invento del oficialismo.
El argot de los políticos de izquierda, de centro o de derecha es diferente al lenguaje que usa la mayoría de la sociedad cuando habla de política. La baja politización no es un mérito sino una limitación, pero esa es la realidad. Hay una necesidad por parte de los políticos de comunicar mejor sus ideas. Pero esa necesidad no puede implicar el engaño o el vaciamiento de contenidos y la falta de debate. El discurso político también es una construcción ética y uno de sus valores esenciales es la sinceridad. El gran desafío de la comunicación es comunicar con contenido, una cualidad que han tenido los grandes políticos de la humanidad más que los técnicos de la comunicación con su pretendida asepsia profesional.
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