EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Toer *
El resultado del ballottage porteño, inesperado para muchos, puede dar lugar a bastante más reflexiones de las que puede suponerse. Incluso algunas de cuño filosófico. No pretendo abordarlas a todas, pero podemos coincidir, que lo que más sorprende es el macizo y convergente voto K por el autor de la afamada Resolución 125. Se produce después de una debatible campaña que insistiera en que el pelado y el de rulos eran lo mismo y sin que mediara ningún mandato orgánico para actuar de esta manera. Fue notorio que la conducción del FpV, como era de rigor, se declaró prescindente. Ahora bien, con masividad no prevista, con solo alguna deliberación por las redes, harto horizontal, los electores K descubrieron que podían infligirle un singular daño al principal rival del proyecto. Y actuaron en consecuencia (junto a alguno que otro que suele imaginar que vota por izquierda y que sí estaban compelidos a votar en blanco, hay que reconocerlo). Toda la corporación mediática no ha dejado de lamentarse y hasta desconfía de que se pueda hacer algo para recomponer la situación y salvar la candidatura del ingeniero. Y esto, primero que nada, mueve a orgullo. Que centenares de miles se hayan movido de esta forma, con tamaño sigilo y perspicacia, supone que contamos con un vasto ejército de mariscales capaces de encontrar el camino correcto en medio de severas polvaredas. Es un capital envidiable. Digno y capaz de emprender mayores desafíos. Hicieron oídos sordos a la prédica de los cumpas “almas bellas” (que también habitan nuestras filas, gracias a dios. Los queremos pese a todo) entendiendo que la lucha política no se libra en “las nubes de Ubeda”. y que. al igual que en su continuación por otros medios, cada metro y cada hombre, cuenta. Volvió a quedar en evidencia “de donde surgen las ideas correctas”. Sabido es que Mao no inventó las leyes de la guerra ni las artes marciales. Sólo las recreó de maravillas, con “la política en el puesto de mando”, discerniendo con precisión quién es el enemigo principal y quién el secundario, en cada coyuntura, sin apartarse del principio de que a éstos hay que enfrentarlos “de uno en uno”. Y bueno, a la larga se aprende. Y cuando los que aprenden se cuentan por miles, podemos tener confianza en que las batallas que nos esperan podrán ser resueltas a nuestro favor. (Hay quienes dicen que el encumbramiento de nuestro candidato a vicepresidente ha estimulado la curiosidad por estos acontecimientos históricos. Enhorabuena) Por cierto que los dos ejércitos que se enfrentaron no eran los nuestros. El que queríamos que quedara mal parado, casi se cae del ring side. Y el que quedó segundo, confirmó que habían encontrado un buen candidato, “simpático y descontracturado”, como dicen los analistas, sin fuerza organizada propia, que va a pretender seguir tallando. Aunque ésta ya es otra historia. Lo que sí cuenta hoy en día es reparar en el hecho de por qué algunos jóvenes, y no tan jóvenes, más o menos brillantes, seleccionados por Néstor para importantes tareas, optan por generar o sumarse a otros bandos en vez de contar con espacios que les permitan hacer valer sus aportes y aspiraciones dentro del que les fuera propio, una vez que median desaciertos o desacuerdos y deben dar pasos a un costado. Se nos dirá, y hasta cierto punto es cierto, que esto deviene de la estructura movimientista que se compadece con la etapa que vivimos. Sin embargo, hay cada uno que se va y después vuelve, que muy brillantes no son, y que en algún caso nos hubiese gustado perderlo de vista... (porque algo de “alma bella” tenemos todos. Si no, nos dedicaríamos a otra cosa) . Y esto tiene que ver con algunos de los desafíos pendientes. Que tiene bastante envergadura y mucho que ver con la Reina del Plata y algunas otras grandes urbes. En ella viven amplios sectores de la población que han preferido, en otros momentos, opciones progres y hoy se sienten más cómodos con los que los interpelan, más allá de la autenticidad de tales apelaciones, con el discurso de la pluralidad y la bienaventuranza de las instituciones. No hay que confundirlos con quienes han sido convencidos de que deben desentenderse de la política a toda costa, y que merecen otra atención (Que no es menor, y se conecta con los términos en que se abordan muchos debates). Estos que nos ocupan ahora se suponen articulados y hasta cierto punto lo son. Pero en ellos gravita la otra tradición, la del liberalismo democrático, que ha sabido contar con momentos de contigüidad con lo nacional popular y que hoy día, incluso, han sumado a algunos compañeros, con sus lúcidos aportes, a nuestra causa común. Tienen una formación distinta, otra sensibilidad en ciertos casos, ponderan de otra manera momentos claves del siglo XIX y aún del XX, pero en ningún caso podemos decir que simpatizan con opciones autoritarias, ni a nivel local ni global. No estoy diciendo nada nuevo. La Presidenta suele recordarnos que no se gana con una sola bandería. Por esto se quiso componer con el vice del “no positivo” (aunque después quedara en evidencia que no se trataba del más apropiado) y, recientemente, se convocó a un joven radical a componer la fórmula porteña. Pero como aquí sí entra lo cultural, el trabajo es a más largo plazo. Habrá que seguir convocando y creando espacios en común. Situando también a los debates históricos en ámbitos apropiados (como bien lo llevan a cabo desde la Secretaría del nombre largo del Ministerio de Cultura). Porque nadie tiene toda la razón. Y la índole de quienes tenemos enfrente sí nos necesita a todos. Y quién no nos dice que hasta podemos tentar algún retorno más decoroso que algunos de los que se han producido en el último tiempo.
* Profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
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