EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Al emitir su voto, Mauricio Macri habló de irregularidades. Al rato, Fernando Niembro dijo que estaban robándoles boletas en todos lados. No habían transcurrido ni cuatro horas desde el comienzo de los comicios. Y apenas pasado el mediodía, desde las usinas opositoras de las redes comenzó a instalarse la idea de fraude.
Puede parecer un tanto exótico comenzar una columna, en la noche electoral, con esos señalamientos de algo ocurrido mientras se empezaba a votar y algo después. Más si se toma en cuenta que, en su discurso de medianoche, Macri no hizo mención a denuncia alguna. Llama a reparar en aspectos como la virtual imposibilidad de que exista un fraude a escala masiva. En la constatación de que los mismos espacios opositores obtuvieron victorias, en diferentes coyunturas, con este mismo sistema de votación que ayer denostaron (valga en esto un reconocimiento a Sergio Massa, quien en medio de los dichos a la bartola del macrismo convocó a terminar con el verso del fraude). E igualmente cabe anotar que si un partido no tiene o no confía en su capacidad de fiscalización, a nivel nacional, debe revisar gravemente su andamiaje y potencialidad. Sin embargo, antes que todo eso, las apariciones denunciativas casi de inmediato a abrirse la elección fueron un símbolo del espíritu derrotista o muy amainado con que el PRO llegó a ella, no sólo como hecho en sí sino también por la forma en que el macrismo habría asumido de antemano que quedó preso y desfavorecido tras el inverosímil cambio de discurso producido tras su estrecha victoria en la segunda vuelta porteña. Un cambio, recuérdese lo obvio, que a su vez devino de constatar un clima popular, incluso entre sectores de clase media desconfiados del peronismo, propenso a la continuidad y nunca a experimentos de mudanza. Para los –en principio– buenos números de Massa es quizá difícil encontrar una explicación que no sea la fuga de votos macristas hacia él, aunque puedan sumarse accesorios como el conocimiento e imagen altos de Felipe Solá. También puede ser veraz que la caída de Massa en todas las encuestas, admitida por él cuando sufrió una escapada impactante de aliados, no era lo profunda que parecía. Como quiera que sea, en términos de adhesión convencida o de menos mala de las opciones en danza, Daniel Scioli gana por la fortaleza del modelo nacional, indisolublemente atada a la marcha tranquila de la economía, junto con la solvencia de Cristina y sus propios méritos. Y a eso se agrega la diferencia que sacó en función de aquella dispersión opositora. Anoche, en una atmósfera de velorio, los analistas y operadores anti K competían entre sí para lamentarse por la falta de una unidad que, según ellos, hubiera producido un resultado bien diferente. ¿Con qué seguridad puede afirmarse cosa semejante, cuando hay de por medio la tendencia nacional a seguir en línea con la gestión de estos doce años? ¿O acaso no fueron Massa primero, y Macri a último momento, quienes asumieron que debían retroceder varios pasos en la propuesta de cambiar? ¿Y acaso no son ellos mismos quienes se cansaron de recordar que en política dos más dos puede no dar cuatro? ¿Dónde está garantizado –vaya si esto vale hacia octubre– que una alianza Macri-Massa iba a ser vista, en forma generalizada, como potenciación y no como un oportunismo con altas o considerables dosis de rechazo?
Lo que se abre es, precisamente, un campo plagado de especulaciones acerca de cómo se repartieron las cartas ayer, de cara al modo en que serán tensadas en octubre. Al margen de que éste y todos los artículos que se lean hoy en papel impreso llevan la carga de estar escritos casi a la par con la difusión de los números (con escasos datos de la provincia de Buenos Aires), sería una irresponsabilidad apostar a una dirección definitiva. En todo caso, se pueden observar cuestiones en las que el riesgo de equivocarse es menor. La primera, por lo menos de acuerdo a los antecedentes, es que las primarias establecen el piso de los candidatos y que en las elecciones decisivas esa base no sólo se mantiene sino que crece en algunos puntos. Es lo que se llama aumento inercial. Bajo esa hipótesis, el Frente para la Victoria tendría asegurado un porcentual superior al 40 y tal vez cercano al 45 que bastará para ganar. Si la cuenta que se enfrenta a esa es sumar automáticamente los votos de PRO y UNA, está el problema de que el sufragio macrista puede ser estimado como químicamente puro y opositor a rajatabla mientras que Massa-De la Sota expresan raigambre peronista. Esto último, inclusive, va más allá de lo que ambos determinen hacia octubre. De Massa estaría claro –subrayado el potencial– que sale confiado para mantenerse en sus trece, aunque en el discurso de anoche fue sugestivo que llamara a “Mauricio” para sentarse a conversar (a “Margarita” también). De la Sota ya había anticipado que votaría por el tigrense fuera cual fuese el resultado. Pero ninguno de los dos podría asegurar que sus voluntades expresan cautividad, en una elección a todo o nada en que se vota gestión presidencial y mucho más si la economía sigue dando muestras de estabilidad. Del mismo modo, es complicado imaginar que los votantes de Stolbizer considerarían estratégicamente adecuado volcarse al macrismo/massismo. Y de los puntos de la izquierda testimonial, es impensable que tengan esa inclinación pero no tanto que algunos de ellos deriven en el FpV. Dicho de otra manera, de este análisis ultra preliminar surge que al oficialismo le queda mirar el techo mientras que la oposición tiene inestable el piso. O, reiterado y puesto en comparación, debería suceder algo similar a la segunda vuelta porteña, cuando se dio de hecho –no por llamamiento dirigencial– que prácticamente todos los votos de una fuerza (el FpV) fueron a parar al segundo favorito a fin de perjudicar al primero. Anoche también se reforzaron las conjeturas en torno de cómo incidirá el resultado de la interna peronista bonaerense. Esta nota se escribe con Aníbal Fernández al frente, pero, aun cuando los números variaran en su contra o confirmaran una ventaja relativamente estrecha, la opinión de este comentarista es que en octubre el votante peronista se encolumnará detrás de quien sea el candidato del FpV y que ese nombre tampoco incidirá en forma decisiva entre el resto. Es una conjetura, se insiste también, que como mucho sirve para ratificar la percepción de un peronismo de piso consolidado.
Y por último (más que nunca, una forma de decir), cualquiera sea la lectura fina que quiera hacerse, sí puede asegurarse que el oficialismo venció al horizonte catastrofista que se tejió sin parar, antes en los medios de comunicación que entre la propia dirigencia opositora. En octubre se verá, pero al menos de ayer es certificable que las grandes operaciones mediáticas fueron derrotadas.
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