EL PAíS › OPINIóN
› Por Washington Uranga
Comienza otro partido. El sistema electoral vigente en la Argentina supone –tal como lo han señalado la mayoría de los analistas– que los comicios primarios constituyen una especie de gran encuesta que sirve, entre otras cuestiones, para reformular las estrategias y realinear las fuerzas. Con los resultados de las PASO a la vista, hay que barajar y dar de nuevo. Aunque es evidente que la victoria de la fórmula Scioli-Zannini da por tierra con el relato de “fin de ciclo” que se pretendió instalar desde ciertos lugares de la oposición. También para demostrar que nunca fue cierta la idea de que los argentinos se inclinan mayoritariamente por un cambio hacia atrás, por un retroceso en todo lo hecho. El verdadero fraude –ahora denunciado por el PRO como subterfugio para disimular la derrota– ha sido la estafa de vender gato por liebre. En línea con los anuncios de catástrofes que nunca ocurrieron y con la intención de ofrecer como “cambio” lo que en la práctica sería una regresión. Otra mentira es leer los resultados sumando todos los votos de la oposición (incluyendo la izquierda) para decir que “la mayoría de la ciudadanía quiere un cambio”, como afirmó anoche el electo jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta.
Aunque suene a repetitivo y obvio, vale la pena reiterarlo en un país que tanto ha sufrido para consolidar su democracia: es la séptima elección consecutiva para renovar las más altas autoridades nacionales. Afortunadamente hay jóvenes que no conocen otra realidad que la democracia. Es importante consignar que quienes hablaron ayer de fraude frente las cámaras de televisión no fueron capaces de hacer lo mismo ante las autoridades electorales. No hay una sola denuncia registrada. Es posible también que quienes hoy denuncian fraude o deficiencias de un “sistema electoral obsoleto” –los mismos que se llenan la boca con supuestas imputaciones de corrupción no confirmadas en la mayoría de los casos ni por los jueces “amigos”— lo hagan no sólo para justificar su derrota, sino para desprestigiar un sistema democrático del que descreen y como reminiscencia de épocas en que las decisiones las tomaban los centros de poder en lugar del pueblo en las urnas. Quizás ese sea realmente el tipo de “cambio” al que están aspirando ciertos nostálgicos de un pasado afortunadamente superado.
El Frente para la Victoria ratificó que tiene un piso electoral muy sólido. Es cierto que los nombres de los candidatos importan y no son todos iguales. Por carisma, por propuestas, por capacidad política. Pero aún más allá de los nombres el piso está consolidado, no se mueve.
El cuadro de situación electoral se ajusta ahora. Pero es difícil que quien ganó ahora no conserve su caudal. Los votos de Scioli-Zannini constituyen el piso para octubre. No es lo mismo para quienes los siguen. Quien triunfa transmite una imagen que alienta a seguirlo, sobre todo cuando no ha sufrido el desgaste del debate interno. La fórmula presidencial del FpV logró –por lo menos hasta el momento– consolidar la idea de que vale lo hecho y que se pueden hacer ajustes sin dar marcha atrás. Veremos.
Las dificultades mayores se presentan para Mauricio Macri. Su imagen sigue sin trascender los límites de la Capital y, en menor medida, de algunos municipios del conurbano bonaerense. Con eso no alcanza. No hace piso a nivel nacional, y donde saca ventaja no logra hacerlo con contundencia, tal como ocurre en Santa Fe, donde en algún momento pareció instalarse como una figura de peso junto al cómico Miguel Del Sel. Tampoco le han servido los constantes anuncios de catástrofes no cumplidas, proclamadas tanto por el ex presidente de Boca como por sus circunstanciales aliados. Otro interrogante que se abre de cara a las elecciones de octubre es la continuidad del frente Cambiemos vista la inestabilidad emocional de la diputada Carrió y las críticas de muchos dirigentes radicales a Ernesto Sanz por el fracaso de la estrategia que ató a un partido de tradición popular al carro conservador del PRO.
Un enigma importante queda por disipar. ¿A quién favorece el hecho de que el candidato Sergio Massa aparezca tercero y cerca de Macri? Por una parte cabe pensar que un Massa con posibilidades, evitando la polarización y con la esperanza de ingresar a una eventual segunda vuelta, le roba votos al macrismo. Pero también se podría especular que en una eventual polarización entre Scioli y Macri los votos del massismo podrían diluirse en partes iguales para los dos candidatos principales, facilitando el triunfo del FpV en primera vuelta. Otra incógnita es si los votos que De la Sota aportó ahora a UNA seguirán a Massa o bien optarán por otras posiciones. Nada está escrito y ningún candidato es “dueño” de los votos. Los electores se muestran no sólo volátiles sino cambiantes en sus inclinaciones.
De cara a las elecciones de octubre sería muy sano que los candidatos –todos ellos– pensaran en reconfigurar la agenda para exponer y debatir sobre cuestiones programáticas y propuestas. Sería igualmente importante que las ideas desplacen a las operaciones, a las chicanas y a los golpes bajos. Aunque es casi una ilusión vana que estos últimos rubros desaparezcan.
Pero sería bueno saber si además de sumar ministerios que servirían para equilibrar el reparto entre las fuerzas internas y diluir el poder de los que en los últimos tiempos han sido “superministros”, el sciolismo piensa seriamente en encarar una imprescindible reforma del Estado para darle, como afirma, continuidad al proceso adelantado por el kirchnerismo.
Tan importante como conocer qué hay de cierto detrás de las manifestaciones de fe “kirchneristas” de Macri a instancias de su asesor Jaime Durán Barba. Y cuáles son las propuestas de Massa al margen de sus eslóganes de “mano dura” como única respuesta a un electorado que supone ganado por la preocupación de la inseguridad.
Hasta el momento las ideas y proposiciones no han salido del nivel de las frases y los eslóganes son más parecidos a spots publicitarios que a verdaderas propuestas programáticas.
En tiempos de avance de los centros de poder internacional contra los gobiernos progresistas de la región, habría que prestar más atención y darle importancia a la elección de legisladores del Parlasur, presentado casi un “premio consuelo” para algunos dirigentes que no tuvieron lugar en otras listas. El nuevo Parlamento regional que sesionará en Montevideo y en el que Argentina tendrá 43 escaños (sobre un total de 188: 76 de Brasil, 33 de Venezuela y 18 de Paraguay y Uruguay respectivamente) puede tener una importancia estratégica en el futuro cercano y depende de la voluntad política de los gobiernos potenciarlo como una herramienta de consolidación efectiva de la integración. Sobre esto también sería bueno escuchar a los candidatos.
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