EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
El régimen de doble vuelta creado por la Constitución de 1994 busca sustentar al bipartidismo cuando altera la regla tradicional del ballottage. Motiva para polarizar en el primer turno, incentivando a los partidarios de terceras o cuartas fuerzas a un voto “útil”, destinado a frenar al favorito o a robustecerlo.
Las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) le facilitan a cada ciudadano un mapa acabado de las preferencias del conjunto. “Cuentan las costillas” mejor que cualquier pálpito o que la más excelsa de las encuestas.
A partir de ahí, cada competidor elige su táctica. El que salió segundo convoca a unirse contra la primera minoría, a no “dilapidar” el voto. Ese será un objetivo clavado para el jefe de Gobierno Mauricio Macri. Y un riesgo que acecha a UNA, comandada por el diputado Sergio Massa.
Ambos, que vienen de una interna, deberán de movida persuadir a los votantes radicales, cívicos o delasotistas de persistir apoyando a la coalición. Y luego ir por más.
El gobernador Daniel Scioli seguramente tiene más fidelizado el caudal que lo eligió. Interpelará a los que no lo apoyaron y pueden derivar sus preferencias.
Así dicho, es sencillo. Lograrlo es todo un intríngulis, tanto como imaginar mecanismos o discursos para persuadir. Es la política, muchachos.
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El politólogo islandés recién llegado a la Argentina detesta a su flamante amigo, el politólogo sueco asentado acá desde hace rato. Y está enamorado de modo intenso de la pelirroja progre que ahora es cristino-sciolista. Ambas pasiones se retroalimentan, acaso una tire más que la otra. Para arrimar el bochín, el islandés cafetea con la pelirroja quien lo ha adoptado en el insatisfactorio rol de amigo y educando. Para impresionarla, el islandés propone un curso de acción. “Para vencer en primera vuelta, los kirchneristas deberían buscar a todos los compañeros que no participaron y convencerlo de ir en octubre.” La cofrade le explica que, grosso modo, a Scioli le faltan no menos de 400.000 votos, que es un montón. De cualquier modo, lo conforta: “Ya estamos yendo de las básicas de provincia a timbrear”. El islandés se defiende con el castellano pero flaquea ante los modismos locales que a su ver son millones. Anota mentalmente “básicas” y “timbrear” para guglearlos cuando, ay, quede solo. También “grosso modo” porque aunque sabe que Grosso era un dirigente peronista, no entiende la asociación. Se despide, vuelve para redactar su informe semanal y se interna en la marejada de números y datos. “¿Adónde irán los que faltaron?”. Comienza su reporte en tono excesivamente poético para la adustez de las tierras frías. Y divaga en exceso.
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Nuestro visitante no es el único que recorre conjuntos de ciudadanos ausentes, indecisos, flotantes, voto blanquistas. Con un largo millaje de recorrido democrático los antecedentes ilustran mucho si los analiza con calma. No son uniformes en tanto tiempo, acontecieron vicisitudes. Por ejemplo en 1983 y 2003 hubo alicientes para concurrir a las urnas y “votar positivo”. La crisis cuasi terminal de 2001, a su vez, fomentó la apatía o los pronunciamientos críticos. Un padrón vivaz suele dejar mal parados a quienes son muy rotundos sobre el futuro: “el voto bronca” y “el que se vayan todos” no cristalizaron una etapa anti política: en 2003 la ciudadanía prefirió optar de nuevo, con el reformismo inherente a las democracias estables.
En general, se suele exagerar el particularismo de los que votaron en blanco, de los “no sabe/ no contesta” de los sondeos o de los de quienes no participaron en un comicio. Tales conjuntos se asemejan al total que sí se pronunció, siempre mayor. No son una corriente de opinión subterránea, ni un partido clandestino, ni una mayoría latente. De tendencias hablamos, los grandes números tienen su gravitación.
El domingo pudo haber una excepción motivada por las inundaciones, las tormentas y los diluvios. Mensurar su magnitud es un desafío interesante que algunos profesionales estarán intentando. Cuesta imaginar que expliquen centenares de miles o millones de deserciones.
No luce asombroso el nivel de voto en blanco para principales categorías en una primaria donde cortar boleta es un embrollo.
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La provincia de Buenos Aires sigue siendo predictiva de los totales generales, grosso modo. El FpV tal vez ansiaba superar más cómodamente la media nacional. Los debates sobre el punto están en el orden de estos días. Se arguye que la interna provincial demasiado exacerbada pudo incidir a la baja. O acaso las denuncias mediáticas contra Aníbal Fernández.
Todo es factible pero se debe puntualizar que las tendencias de intención de voto, demarcadas por las encuestas, estaban instaladas desde hace semanas o meses. Y se parecieron bastante o muuuucho a los guarismos reales. Un punto a favor de los consultores, en segundo lugar. En primero, un desaliento para los que exorbitan explicaciones fundadas en acontecimientos de las semanas previas. Pululan los opineitors que tratan de dar con su “cajón de Herminio”, olvidando que esa quema no produjo el efecto que pretende la leyenda urbana.
De cualquier forma es imperioso para los competidores trabajar sobre el voto bonaerense. Traducirlo correctamente es el primer paso. Una pregunta clásica retorna a las mesas de arena. Un conocido nuestro la vuelca en su reporte.
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“¿Quién tracciona el voto bonaerense? ¿El impulso va de abajo hacia arriba como el agua de un bidé o de arriba abajo como la lluvia?”, se excede el islandés que lleva tres copas. Debería reparar, de movida, que hubo gaps muy reducidos entre los presidenciables y las boletas a gobernador. María Eugenia Vidal, Felipe Solá y la sumatoria Aníbal Fernández-Julián Domínguez estuvieron a menos de un punto porcentual de sus referentes nacionales. Se corroboró lo previsible, consistente con una boleta de varios cuerpos y con lo que prueba la historia: hay poco corte de boleta, si se atiende a los números gruesos.
En cuanto al ausentismo, el nivel de participación en “la provincia” superó algo al nacional.
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Si se fabula respecto de las encuestas ni qué decir cuánto se puede macanear o exagerar con los escenarios. La crónica cotidiana describe o imagina cambios más bruscos que las tendencias. Hablar todos los días desde dos años antes “sobre cómo van las elecciones” facilita la novelería. La transmisión minuto a minuto distorsiona, adrede o no. Es como tomarle la presión a un hincha de fútbol en una definición por penales... o peor.
El FpV jamás bajó del 33 por ciento del electorado, ni aún en sus horas más aciagas. En la circunstancia única de 2011 llegó al 54 por ciento. Sus adversarios estaban fragmentados, era cantado que algo se reagruparían.
La votación de 2013 promovió el espejismo de un padrón “dividido en cuartos”. No era así porque los cuartos son fracciones iguales, lo que no sucedía. Pero sí que “la opo” ofrecía tres fuerzas aparentemente competitivas: PRO, el Frente Renovador y el Frente Amplio-Unen. Esta entente se diluyó en un suspiro como producto de contradicciones, internas, personalismos y falta de conducción. Macri apostó a subsumirla o fagocitarla: el domingo parece haberlo logrado, en medida apreciable.
En 2014 se hablaba de un sistema dividido en tercios: el oficialismo, PRO y el FR. De nuevo, no eran tercios: el kirchnerismo siempre estuvo en punta, salvo algún pico de presión...
El 9 de agosto se confirmó un esquema de preferencias que discernió entre primero, segundo y tercero. Son datos duros que determinan un favoritismo, aunque el horizonte es de final abierto.
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Es desaconsejable almorzarse la cena, como suelen hacer los medios dominantes y ciertos políticos que le hacen de claque o de productores. También dar por resuelta una elección para la que falta mucho tiempo.
Basta preguntarse qué pasará a fin de octubre en Grecia o en Brasil o con la candidatura de Donald Trump para captar que el porvenir es arduo de descifrar, con dosis sensibles de relativa impredictibilidad.
La suerte de los participantes está supeditada en parte a los avatares de la economía o del mercado de trabajo entre otras variables tangibles. También a la percepción de cada ciudadano sobre lo que arriesga o desea cambiar.
Más todo lo que intervenga el establishment, en el mercado ilegal de las divisas o en otros espacios antidemocráticos o no democráticos por la parte baja. Habrá (nuevamente) presiones sobre Massa para que se baje o acuerde o vaya a saberse qué alquimia.
El colega Juan José Panno publicó en este diario una amena e informada reseña sobre qué produjo el diario Clarín durante el mes de julio. Está accesible en www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-278819-2015-08-07.html Tras recomendar la lectura, este cronista la extrapola e imagina 70 tapas antigobierno apenas mechadas por algún flash de Boca o de River. Y similar aluvión de señales rojas. De los 31 días de julio, reseña Panno “en 28 dedicaron semáforos rojos, a funcionarios kirchneristas, amigos o allegados”.
En el más saludable terreno de la disputa política democrática, los resultados instan a los participantes a mejorar sus propuestas, remar, caminar, seducir, sumar. Hacer campaña, hacer “política”.
Todo dentro del contexto del pilar del sistema: el voto masivo, universal y obligatorio, formidable herencia de los partidos populares: el radicalismo yrigoyenista y el primer peronismo.
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