EL PAíS › OPINION
› Por Martín Granovsky
Detrás se veían los tres autazos de los años ’50 y el Caribe increíblemente celeste. Justo ahí, donde ayer habló el secretario de Estado John Kerry, termina el Malecón que empieza en La Habana Vieja y que por algún misterio de luz, forma y color del mar y de los muros ofrece una de las ramblas más hermosas de mundo.
Cubanos y norteamericanos jamás ahorraron símbolos. Ni en el conflicto abierto ni en el proceso de pacificación actual. Para cada país el momento que viven hoy es novedoso pero cada uno busca, al mismo tiempo, marcar continuidades. Jim, Mike y Larry, como nombró Kerry a James Tracy, Mike East y Larry Morris, izaron ayer la bandera de las barras y estrellas con el himno de fondo. Son los mismos que entonces, en 1961, eran tres marines veinteañeros encargados de guardar el pabellón.
Parado en el patio del edificio de Estados Unidos que desde ayer volvió a ser la embajada norteamericana en Cuba, Kerry podía atisbar un verdadero monte de 138 mástiles, uno por cada año de la historia cubana en una cuenta realizada hasta la inauguración de este dispositivo en el 2006. Cada año representaba, según sus diseñadores, un año de la ardua historia entre Cuba y las potencias coloniales. Es notorio que 138 años son más que los 54 de bloqueo o los 56 de revolución. Conviene sacar la cuenta: esos mástiles arrancan en 1868, el año en que el hacendado empresario azucarero Carlos Manuel Céspedes del Castillo liberó a sus propios esclavos y se levantó en armas contra España. En 1868 no existía la Unión Soviética y Céspedes no era un leninista (no podía serlo, porque Lenin nacería recién en 1870) sino un masón libertario. Quiere decir que el escenario de ayer no marca, al menos para La Habana, sólo el fin de un resabio de la Guerra Fría entre Moscú y Washington. En este juego de símbolos y mensajes los cubanos parecen haber decidido mostrar que la revolución cubana de Fidel Castro es un capítulo dentro de una prolongada lucha nacional. Primero contra España y luego, desde 1902, contra los Estados Unidos. Una lucha que entró en un período distinto con la normalización pero sigue conservando sus tensiones.
Normalmente allí flamean banderas negras de estrella blanca, consideradas un símbolo de lucha contra las agresiones terroristas. Junto a las banderas está la Tribuna Antiimperialista José Martí, un lugar reconocible por sus construcciones de acero. Inaugurado en el 2000, si se suman todos los espacios abiertos puede albergar 150 mil personas. Tanto la tribuna como el monte tuvieron su objetivo: fueron construidas junto al edificio de lo que hasta ayer fue la Sección de Intereses de los Estados Unidos en Cuba, que la normalización iniciada en diciembre último por Raúl Castro y Barack Obama convirtió otra vez en una embajada corriente y normal. En el patio de la construcción estadounidense se levantaban carteles para criticar la situación de las libertades individuales en Cuba. Del otro lado los actos populares enarbolaban sus propias consignas y gritaban sus reclamos, sobre todo con la idea de que el bloqueo es el genocidio más largo de la Historia.
En ese juego de símbolos Kerry no pudo haber seleccionado ayer un recuerdo mejor para el oído de los líderes cubanos. En el discurso que pronunció bajo el calor sofocante de agosto dijo que la semana pasada había estado en Hanoi en conmemoración de los 40 años del momento en que se fue de Vietnam el último soldado norteamericano.
“Para Cuba hubiera sido mejor una democracia genuina, pero no sería realista normalizar las relaciones para transformar todo en el corto plazo”, dijo Kerry. No dejó de mencionar a su país como el paladín de la libertad y la democracia pero indicó que el modo de gobernarse debía ser decidido por los propios cubanos.
Vietnam, igual que Cuba otro país surcado por las guerras anticoloniales, no se convirtió en una democracia liberal aun después de la implosión de su aliada la Unión Soviética en 1991 y suele ser el modelo al que apelan los dirigentes cubanos cuando se franquean en privado. Les gusta el modo vietnamita de haberse reciclado a una economía mixta con un sector privado cada vez más amplio sin haber estallado como con la perestroika y la glasnost de Mijail Gorbachov. En el caso cubano el desafío es, entre otros, cómo crear desarrollos productivos solidarios que permitan desagotar la hipertrofiada plantilla de personal del Estado sin echar a los cubanitos a las calles ni arruinar el éxito de haberse transformado en el único país de América donde los chicos no trabajan.
Un editorial de The New York Times publicado ayer colocó la normalización dentro de un contexto regional: “En América latina la diplomacia tranquila rinde sus frutos”. Un ejemplo sería el reacercamiento con el gobierno boliviano de Evo Morales, que en 2013 echó a la Agencia Norteamericana de Ayuda Internacional, la US AID, por presuntas maniobras de desestabilización. Otro ejemplo, según el diario, la mejora de los vínculos con Brasil. En el caso de Venezuela menciona que un asesor de Kerry, Thomas Shannon, comenzó a mantener diálogos discretos para aflojar las rispideces. Shannon es un negociador realista que antes fue embajador en Brasil y en la Argentina. Según The New York Times, la mayor apertura con Cuba podría fortalecer un proceso de cooperación “en una región que está siendo sistemáticamente trabajada por China”, país que “financia distintos proyectos y expandió su comercio de manera sustancial” en América latina.
Con la normalización los norteamericanos quieren ganar espacio, o al menos no perder más poder relativo frente a China.
Los cubanos, que quieren vivir mejor sin resignar conquistas, necesitan ganar tiempo.
Política pura. Un escenario sin guerra, afortunadamente, y lleno de complejidades. Un escenario que para países como la Argentina y sus cuatro socios del Mercosur obliga a coordinar más y no menos sus políticas para preservar la diversificación de los mercados y el grado mayor de autonomía que lograron por el menor peso de la deuda. Porque, además, los cubanos no quieren quedarse solos jugando con el grandote en el Malecón. Y en este mundo el que deja solo a otro también se queda solo.
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