EL PAíS
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Hegemonismo o proyecto
Por Eduardo Jozami
La relación con el peronismo ha sido siempre problemática para el centroizquierda y esa oscilación pendular de atracción y rechazo es una de las causas de las recurrentes frustraciones de ese espacio político. El gobierno de Kirchner replantea el dilema. Cuando Menem impuso la hegemonía neoliberal, muchos creímos que no cabía esperar del justicialismo ningún impulso de cambio. Resultaba necesario convocar a todos los que coincidieran en una propuesta de transformación aunque provinieran de diferentes tradiciones políticas. Obviamente, los trabajadores justicialistas no estaban excluidos, pero la alianza con la UCR y el fortalecimiento del bipartidismo impidieron en el peronismo cualquier escucha de la propuesta frentista. La emergencia de Kirchner, su decisión política para enfrentar la corrupción de la Corte Suprema, avanzar en la derogación de la leyes de impunidad o resistir el chantaje de las privatizadas impacta a una opinión pública que ve por vez primera aplicado el “contrateorema de Baglini”: alguien que avanza y compromete como presidente más de lo que decía como candidato. Cuando podría parecer obvio el apoyo del llamado progresismo a un gobierno que se ha apropiado de su agenda, voces críticas nos advierten que sigue gobernando el PJ. Lo curioso es que es el propio Presidente quien señala la necesidad de construir apoyos fuera del PJ. Es cierto que la degradación menemista convirtió al PJ en una maquinaria electoral vinculada con el poder económico y las corruptelas locales, que hizo del clientelismo su principal política de poder. Pero no es menos cierto que a veces hemos comprado visiones que lindan la caricatura –todo es mafia y corrupción– y niegan la densidad social del justicialismo. Para no pocos argentinos el peronismo sigue siendo sinónimo de participación política y solidaridad social. Por eso, si el PJ no puede ser el instrumento de la transformación que propone el Presidente, tampoco es posible pensar cualquier cambio profundo sin la participación de sectores del justicialismo. Por otra parte, señalar en el gobierno una actitud hegemonista y avizorar un futuro autoritario implica forzar los hechos y desconocer la historia. Autoritarios son los presidentes que encarcelan opositores, clausuran periódicos, intervienen sindicatos o disuelven parlamentos, no aquellos que llaman a su vicepresidente a ocupar el lugar de la Constitución.
Carrió señaló para el ARI el lugar de la oposición, descartando el “no lugar” de la transversalidad. Es una lástima, porque podría aportar mucho controlando y acompañando la gestión. En momentos en que la iniciativa presidencial obliga a recomponer los campos políticos no cabe preocuparse por cierta indefinición del lugar que cada fuerza ocupa, característica de los períodos de transición. Lo importante es definir la apuesta: consolidar un bloque opositor que será básicamente antiperonista, aunque dé cierto lugar al discurso progresista, o profundizar el rumbo de cambio que abrió el gobierno. En el mismo sentido, más allá de las observaciones al gobierno de Ibarra, ¿por qué dejar la coalición que ganó en la ciudad, sin comprometerse con la gestión y limitando la confluencia de las fuerzas afines? Abandonar a Ibarra porque otorga mucho espacio al kichnerismo, es hacer de la oposición al presidente la política principal.
También se sostiene que el gobierno nacional no avanza con la misma decisión en el terreno económico que en el institucional. Es cierto que, a mediano plazo, el gobierno será juzgado por su decisión de revertir los niveles de pobreza. La pulseada con las privatizadas o la resistencia a acordar con el Fondo reformas estructurales marcan, sin embargo, diferencias notables con la década del menemismo y la Alianza. El Gobierno debe ser apoyado en la medida que muestra diariamente su decisión de avanzar. Cuando todavía resuenan los ecos de los grandes rechazos a la política tradicional, es innecesario decir que el cambio no puede hacerlo ningún gobierno sin el apoyo, la organización y movilización popular. Pero si el presidente nos sorprende alentando tantas expectativas, no debemosser nosotros quienes pongamos palos en la rueda. No sería una actitud generosa, pero tampoco una apuesta acertada: sólo la derecha podría capitalizar un fracaso del actual intento de sacudirnos la hegemonía neoliberal.