Dom 18.10.2015

EL PAíS

En la recta final

Los líderes que dejan la presidencia y sus pretendidos sucesores. Alfonsín, Menem y Cristina, experiencias diferentes. Las tendencias de las PASO parecen firmes y los candidatos no arriesgan. La polarización no llega y quedan pocos días. Gestos recientes de Scioli y Macri. Clima y sensación térmica.

› Por Mario Wainfeld

El ex presidente Carlos Menem le hizo la vida imposible a su aspirante a sucesor, el compañero peronista Eduardo Duhalde. El mandatario saliente en 1999 alfombró con clavos miguelitos y otros adminículos más lesivos el camino del entonces gobernador bonaerense.

Diez años antes, en 1989, el presidente Raúl Alfonsín tuvo un comportamiento más constructivo respecto del candidato radical, el gobernador Eduardo Angeloz. Bancó al correligionario hasta el estoicismo aunque no era “del palo” y no lo quería especialmente. Alfonsín siempre se caracterizó por el afán de conservar indemne (dentro de lo posible) a su partido, cuya supervivencia rayaba muy alto en su imaginario. Hubo disputas internas pero no se generaron desde la Casa Rosada. Angeloz se diferenció mucho de Alfonsín. Le era sencillo porque los separaban divergencias ideológicas sensibles y además el credo de época “tiraba a derecha”. Pero Angeloz hizo más que prometer ajuste (al que apodaba “lápiz rojo”): torpedeó la enclenque gobernabilidad y se llevó puesto al ministro de Economía y amigo dilecto de Alfonsín Juan Vital Sourrouille. Fea la actitud.

Los dos ejemplos de internas partidarias cuando el líder deja la Casa Rosada son lo más parecido disponible desde 1983 a la transición actual. No taaan similar: hay diferencias rotundas.

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner termina su segundo mandato con un capital político muy superior al que tenían Alfonsín y Menem. El legado social y económico también es bien diferente y mejor.

Por penúltimo, en orden de enunciación: Cristina apoya al gobernador Scioli sin ambages, hace campaña con él, quiere que gane.

Por último, se da por hecho que Scioli llegará primero el domingo 25 y hasta es posible que triunfe definitivamente en primera vuelta. La Presidenta lo avala, hace lo que entiende está a su alcance para posibilitar el mejor resultado. Tal vez se equivoque o no elija las mejores movidas... eso nunca se sabe del todo. Es ostensible que hace campaña como si la candidata fuera ella o alguien de su riñón, como el secretario Legal y Técnico Carlos Zannini o un dirigente de La Cámpora.

Sus movidas contradicen profecías extendidas, que llegaron a ser transversales políticamente. La Presidenta no se interpuso, no colocó bombas de tiempo, no aró con sal el suelo argentino. Sostuvo la gobernabilidad, volcó recursos “por abajo”: para el estamento social más afín al Frente para la Victoria (FpV). No termina siendo un pato rengo ni nada que se le parezca. Sostiene la iniciativa y el centro de la escena. Y juega para “su” candidato como no hizo Menem en su momento. Este le corresponde como no lo hizo Angeloz.

La interna del kirchnerismo es la más light que se recuerde en trances parecidos desde la recuperación democrática, para furor de los agoreros.

Siempre hay que tocar madera en un país y en una región cuyas derechas se han vuelto intratables y destituyentes acaso enfurecidas por perder votaciones con asiduidad. La derecha fáctica y mediática no se rinde ni sabe de vigilias ni de vedas electorales. Pero, a una semana del comicio, el clima social y la sensación térmica se parecen más a los deseos del oficialismo que a los de la oposición.

Los últimos dos años fueron los más difíciles desde 2003, tal vez compitiendo con el bienio 2008-2009. El oficialismo conserva el timón, la imagen presidencial se sostiene muy alta, más satisfactoria que las de las colegas reelectas en Chile y Brasil, Michelle Bachelet y Dilma Rousseff.

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PASO y encuestas: Las encuestas siempre se deben tomar con pinzas esterilizadas. Son más confiables, por cojones, las cifras de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO). Scioli obtuvo en ellas una diferencia significativa respecto del segundo, el jefe de Gobierno Mauricio Macri. Como sabemos y rejunamos, las cifras cristalizadas no bastarían para evitar la segunda vuelta. Al aspirante kirchnerista “le faltan” un par de puntos porcentuales que los sondeos no terminan de confirmarle o de negarle. El suspenso perdurará hasta el día del comicio.

Al gobernador le cuesta subir su techo. Los precedentes indican que usualmente el primero en las PASO mejora en las generales. Una regla no absoluta, nunca lo son las tendencias sociales. Pero en promedio la victoria embellece al puntero y congrega algunos votos más.

A su turno, Macri no viene teniendo éxito en generar polarización valiéndose del temor ciudadano ante una hipotética revalidación del kirchnerismo. Todo está por verse y corroborarse cuando se cuenten los votos aunque la impresión extendida (que este cronista comparte) es que Macri no consiguió imantar a una oposición enconada, hipotéticamente dispuesta a jugar cualquier baraja contra el kirchnerismo. Tal vez su campaña no haya dado en la tecla, tal vez la bronca anti K no sea tan dominante.

Quizás el problema sea el candidato antes que sus tácticas. Puede pasar y hasta es verosímil que el perfil “puro” elegido (porteño, clase alta, muy Palermo Chico, fórmula con dos dirigentes PRO) tenga un techo muy lindante con el treinta por ciento nacional. Que, por cierto, es un caudal importante jamás alcanzado por un candidato de centroderecha que encabeza una coalición cuyo eje es un partido también porteño y bastante nuevo.

El diputado Sergio Massa, a estar a las encuestas, no sucumbió a la polarización ni es sujeto pasivo del voto útil antikirchnerista a favor de Macri (ver asimismo nota aparte). Si se verifica la descripción, mayoritariamente aceptada, habrá contenido una suma de apoyos importante sin sacar provecho propio para las presidenciales.

Todo está por verse, se subraya por última vez con vigencia para el resto de esta columna y para la eterna semana venidera.

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A cabecear, arquero: Vamos a la cancha, para matizar. Un equipo pierde por un gol, se juega tiempo de descuento. Hay corner a favor, el arquero hace alarde de querer ir a (intentar) cabecear. Arriesga mucho si hay contragolpe... pero es casi la hora. A veces el técnico lo habilita, en otras no. Estadísticamente los goles así obtenidos son minoría, tan flagrante cuan gloriosa. Las imágenes del golero empoderado recorren el mundo, a través de los portales. Los hinchas argentinos se entretienen un minuto o dos viendo esos logros, en la liga de Etiopía o en la primera B de Bélgica, que no integran su menú habitual. Es una jugada extrema, en el linde con la derrota.

En las campañas de la terna de candidatos más votables nadie osó nada parecido. Jugar todas las fichas, apostar a todo o nada quedó fuera de las alternativas elegidas. Todos prefirieron retener lo conseguido, lo que parecen ir logrando a costa de no alterar en sustancia el cuadro de situación. Las campañas de los tres aspirantes fueron (adrede) conservadoras en la táctica. Y, sin quererlo, poco seductoras para el gran público.

En la recta final Scioli se muestra como “presidencial”. Acentúa el uso de la primera persona del singular. Designa a integrantes de su gabinete con profusión que admite pocas comparaciones en comicios recientes. Cuesta creer que las unciones prematuras muevan el amperímetro electoral y posiblemente no sea su afán. El cronista se enrola entre quienes creen que las elecciones presidenciales son plebiscitos sobre el gobierno saliente. Las PASO sugieren que lo sostiene una sólida primera minoría, con claras definiciones territoriales y de clase.

El candidato gravita lo suyo, en segundo lugar según el mismo ranking subjetivo. Scioli nombra su elenco y se “desentiende” de la competencia, enfatiza que puntea. Su deseo es mostrar carácter, dando por acreditada su pertenencia.

Para los entendidos y decisores, que son irrelevantes en número de votos pero fuertes en otras ligas, el equipo de Scioli procura demostrar que ya tiene la cabeza puesta en gobernar.

La teoría del “doble comando” pierde su débil asidero. “El gabinete” (valgan las comillas) combina preponderantemente compañeros de gestión en la provincia, ex ministros kirchneristas (Julián Domínguez confirmado y Daniel Filmus muy insinuado). Y agrega muchas figuras de las demás provincias, corroborando la empatía entre “Daniel” y sus compañeros gobernadores.

El apoyo tiene un sentido que trasciende la lectura convencional y perezosa de “peronistas versus kirchneristas”. Los líderes territoriales son conservadores populares baqueanos: conocen al dedillo su terruño. Han sido en general exitosos en las urnas desde 2003. Más allá de divagues sobre el “fin de ciclo” o de reclamos republicanos teóricos sobre las autonomías saben que las vigas maestras del kirchnerismo son funcionales a sus provincias. Que si se desarmara el esquema de distribución de poder y de recursos fiscales se abriría una caja de Pandora que no les conviene. Scioli es “uno de nosotros” y puede que conjugue más con varios de ellos en estilo pero los intereses tangibles inciden más que las afinidades. Suponen que los lineamientos generales del kirchnerismo no deberían cambiarse para sostener la hegemonía del FpV en provincias. Es amplia y se corroboraría el domingo aunque corriendo riesgos en dos o tres distritos. El radicalismo, con las PASO y las encuestas a la vista, se tiene especial fe en Jujuy. Primar en ese territorio históricamente adverso sería una mini vendetta de la UCR, en medio del peor desempeño electoral de su historia. PRO no tiene ninguna victoria virtual in mente... ni siquiera en la imaginación.

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Cerca de los dos tercios: A setenta años del 17 de octubre el peronismo conserva su estrella electoral, de un modo peculiar. Desde 2003 se alza con alrededor del 60 por ciento de los sufragios nacionales o un cachito más. Lo consigue dividido en “lemas” y desde ya que convocando ciudadanos de otras pertenencias o “independientes” en los bordes. Las Primarias confirmaron el fenómeno, sumando los apoyos a Scioli, Massa y el senador Adolfo Rodríguez Saá.

Massa, que es un candidato vigoroso al que le luce el ansia de ganar, acentuó su perfil justicialista y “mano dura” después de las PASO. Ir de la mano con el ex ministro Roberto Lavagna y el gobernador electo José Manuel de la Sota cumple, entre varias, esa función.

Macri es referente de la única oferta taquillera no peronista o anti o gorila, elija usted... En el segundo episodio de la campaña se maquilló de justicialista. No le sienta mucho pero el giro tiene que ver con el estancamiento de la intención de voto. Incluyó la tentativa de hacerse justicialista por ósmosis juntándose un rato corto con el secretario general de la CGT opositora, Hugo Moyano. El monumento al presidente Juan Domingo Perón ronda la parodia y se ignora si lo asesoró Jaime Durán Barba o Capusotto en persona.

Con más lógica y apego a la bolilla uno del manual de campaña, el jefe de Gobierno toca gente, ostenta un rostro humano. Posiblemente ha tocado más personas con trazas de humilde que en toda su vida anterior. Cuando se interpretan, ex post, las elecciones la credibilidad de los protagonistas es un factor esencial. Será instructivo analizar qué le depara la cosecha.

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Comparaciones: Duhalde fue batido en la primera vuelta, no fue menester la segunda vuelta.

En 1989 no regía el sistema constitucional con ballottage. Menem superó a Angeloz con guarismos que lo hubieran hecho innecesario.

Ahora hay un grado de incerteza. Convive con datos significativos que sólo cambiarían si se produce un cataclismo electoral. El FpV saldrá puntero y mantendrá primera minoría en las dos Cámaras nacionales. También la mayoría de las gobernaciones.

Conserva un nivel de adhesión envidiable después de doce años que conllevan desgaste. Los indicadores socioeconómicos de 2007 y 2011 fueron más satisfactorios que los de este año. La boleta del kirchnerismo era encabezada entonces por su líder, que lo sigue siendo. Esas diferencias podrían ayudar a explicar el gap de intención de voto. La oposición, por añadidura, se reformateó mejor, capitalizando los escarmientos que padeció.

La sensación térmica ciudadana parece templada, muy alejada de la furia y la crispación que aqueja a (y promueven) los medios dominantes. El cronista supone que hasta los decepcionantes desempeños de la selección de fútbol son digeridos con relativo temple en las tertulias familiares, en los cafés o en los quinchos.

¿Qué prueban esos factores? No gran cosa, no sirven para dar la precisión de si el FpV quedará por arriba o por debajo del cuarenta por ciento. Pero sí son señales de una sociedad no aterrada, no enfurecida, sin conflictos violentos que la azoten. Esa calma, más vale, puede ser propicia a los oficialismos como se palpa en las provincias que ya se pronunciaron. Pero podría ser el preludio de un cambio no furibundo, creyendo que los derechos adquiridos se conservarán, como promete la oposición, de modo cada vez más insistente... quién sabe si creíble

Puede que haya que acudir a ballottage, como en 2003. El antecedente existe aunque la irresponsabilidad de Menem lo frustró. En estos días opineitors, periodistas o académicos omiten la referencia o la desvirtúan. Macanear sobre la historia reciente o ignorarla es el privilegio de ciertas elites, ejercido con entusiasmo.

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