EL PAíS
› OPINION
Una tarea colectiva
› Por Washington Uranga
Hay muchas secuelas, graves consecuencias y cambios estructurales que trajo el neoliberalismo y que serán difíciles de superar. No son menores los efectos que se han producido en la política, en los modos de organización social y en la cultura. Apenas para tomar un ejemplo, se puede decir que las privatizaciones no sólo acabaron con el sector social de la economía sino que buscaron de manera clara y fehaciente reducir el espacio público al ámbito del mercado. De esta manera, quienes se vieron expulsados del espacio público eligieron volcarse a lo privado y lo íntimo. El neoliberalismo privatizó las empresas, pero también las actitudes y las conductas. Bajo el argumento de que cada uno tiene que hacerse cargo de lo suyo, se fomentó el individualismo, y el marketing neoliberal lo presentó como un “reconocimiento para los más capaces” y como la posibilidad de “elegir” lo que se consume. El consumidor es “libre” –se afirmó– de seleccionar los planes de salud, el colegio donde mandar a sus hijos, los bienes culturales que consume. Ni son los más capaces los que sobresalen, porque no existe igualdad de oportunidades, ni se trata, lo sabemos, de elecciones genuinas porque la gran mayoría carece de las posibilidades y los recursos para elegir lo que realmente desea. Una de las graves consecuencias es que en una sociedad como la argentina, donde el Estado en determinado momento ejerció la suma de lo público, las privatizaciones generaron a su vez la sensación de que el proceso de privatizaciones termina por eliminar también lo público. Grave error. Porque lo público es todo aquello atinente al bien común y a las necesidades y responsabilidades que de allí se generan. Es una falacia más del neoliberalismo sostener que el mercado por sí solo puede sustentar un orden social. Hay condiciones que no pueden ser creadas por el mercado porque dependen de otros actores –particularmente del Estado– y también de otras consideraciones del orden del bien público y colectivo que están por fuera de los intereses y de las posibilidades del mercado. Con el avance neoliberal se produjeron cambios profundos en la relación Estado-sociedad y en las formas de actuar de los actores sociales tradicionales. Hoy nos encontramos con un Estado reducido y un conjunto heterogéneo y diverso de organizaciones sociales y civiles que, con metodologías y perspectivas diferentes, intentan hacerse cargo de lo público. La responsabilidad sobre lo público es, cada día más, tarea colectiva, labor asociativa multisectorial y multiactoral. Y esto obliga a repensar los métodos, las responsabilidades de los actores y a redefinir el sentido de la acción política por encima de los viejos esquemas partidarios.