Lun 24.11.2003

EL PAíS  › OPINION

Del 20 de diciembre a hoy

› Por Luis Bruschtein

El ciclón del 19 y 20 de diciembre instaló el “que se vayan todos” y cuestionó, sin hacer muchas diferencias, a la clase política en su conjunto. Por el contrario, el proceso que culminó ayer tras varios meses de elecciones en todos los distritos parece haberla relegitimado. Las lecturas de esos dos momentos darían esas conclusiones tan opuestas si se hacen con la nariz pegada al texto. Y como se trata del mismo protagonista, en las dos situaciones resultaría que el ciudadano argentino estaría afectado por una profunda esquizofrenia.
Es cierto, también, que hay diferencias importantes entre cada distrito y sobre todo entre las ciudades más grandes, donde la protesta se sintió con fuerza, y la mayoría de los distritos electorales del interior del país. Sin embargo, en las grandes concentraciones urbanas, las elecciones tampoco significaron una renovación mayoritaria.
Los síntomas de la crisis de representación política se sintieron desde mucho antes de las jornadas del 19 y 20 de diciembre. Constituían un dato concreto de la realidad que hasta los mismos políticos tomaban en consideración para plantear la necesidad de una reforma política. El justicialismo aparecía desgastado y en retroceso electoral, en tanto que la mayoría de los votantes de la Alianza UCR-Frepaso no ocultaba su frustración. Había un divorcio claro entre las bases de todas las fuerzas políticas y sus representantes y dirigentes.
Es decir, esa crisis existía, no estaba solamente en la cabeza de un grupo de exaltados como decían algunos políticos. La conclusión, entonces, a partir de los resultados de estas elecciones que se prolongaron durante casi seis meses, sería que esa famosa crisis de representación ha sido superada. Es extraño, porque muchos de aquellos que participaron con más enojo en las protestas parecían estar convencidos de que esa crisis se superaba rápidamente a partir de una especie de renovación instantánea de todos los dirigentes políticos. Lo extraño del asunto es que de esta manera coinciden con aquellos que suponen que esa crisis se resolvió con estas elecciones en un abrir y cerrar de ojos. La coincidencia está en pensar que una crisis como la que está planteada se resuelve de la noche a la mañana, ya fuera por el cambio de todos los dirigentes o por la supuesta relegitimación de todos en unas elecciones.
La crisis está, no ha sido superada, porque lo que estaba en cuestión no eran solamente las caras, sino también un sistema político delegativo, desligado de las problemáticas reales de la sociedad y cuya preocupación central era lograr gobernabilidad a través de grandes consensos y complicidades para tomar medidas impopulares que habían sido criticadas previamente en las campañas electorales. Un sistema político de doble discurso que generaba una corrupción inmensa y ostentosa y profundizaba las desigualdades sociales.
Las movilizaciones de 2001 no implicaron el reemplazo de ese sistema por otro más democrático y participativo donde la política no sea una actividad para engañar a la gente sino para ayudarla a resolver sus problemas. Tampoco lo hicieron estas elecciones, aunque el cimbronazo que implicaron las primeras, produjo saldos positivos importantes en los resultados de estos comicios, que de hecho cambiaron el clima político con el triunfo de Néstor Kirchner en la elección presidencial.
Lo que quedó demostrado en principio es que la crisis está, sigue allí. Y que ni la movilización ni las elecciones alcanzan por sí solas para superarla. Entre una y otra se requiere un esfuerzo sostenido y prolongado de construcción política diferente, de debate y confrontación con el viejo sistema y sus razones y argumentos.
Por eso es imposible en este momento en Argentina tomar el cuadro de situación política como una foto congelada. Se dice que, a partir de estas elecciones donde el justicialismo logró mayoría en ambas cámaras del Congreso y gobernará a la mayoría de las provincias, el esquema de poderserá el de partido único, lo que implicaría también que la oposición más fuerte surgirá, por lo tanto, del propio justicialismo. Pero la situación es más rica que esa imagen justamente porque la crisis atraviesa a todas las fuerzas políticas, incluyendo a un justicialismo al que los éxitos electorales no le han restituido identidad ni mística a nivel popular. Es imposible concebir al justicialismo o a cualquier otra fuerza política, sea el radicalismo, la derecha, el centroizquierda o la izquierda de la misma manera que se lo hacía antes del 19 y 20 de diciembre.
Kirchner ha logrado una fuerza legislativa importante, pero no se la puede equiparar con la disciplina partidaria que tenía Carlos Menem. Será una representación parlamentaria compleja, con disciplinas contradictorias, cuyo funcionamiento es difícil de predecir aunque en principio tienda a encolumnarse detrás del proyecto político más fuerte que en este momento es el presidencial. Para la UCR, que se mantiene como la segunda fuerza, la crisis es aún más profunda porque estalló con Fernando de la Rúa. De la misma manera le sucede a las fuerzas conservadoras dispersas –a partir del derrumbe del modelo– entre partidos provinciales, restos del menemismo y fracciones del radicalismo. El centroizquierda –ARI, socialistas, Frente Grande y otros– no termina de reponerse de la frustración de la Alianza y muchas de sus banderas han sido tomadas y ejecutadas por el Presidente.
El debate para la designación de Raúl Zaffaroni en la Corte Suprema, con posiciones cruzadas en todos los partidos, fue un reflejo de esa situación. En el viejo Congreso, las disciplinas partidarias y las negociaciones entre los bloques primaron sobre el debate de los contenidos. Se podría pensar que en una situación en que las disciplinas partidarias son menos fuertes, podría adquirir más importancia la discusión de contenidos, lo que sería más democratizante que la simple evaluación numérica entre oficialismo y oposición. Porque parecería que en esta situación dos más dos no es cuatro, sino que puede ser tres o puede ser seis. Es el principio de un largo proceso de cambios a partir de la crisis.

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