EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
Seguramente se cometieron muchas equivocaciones y habrá que analizarlas. Pero con todas esas equivocaciones juntas, puestas una encima de la otra hasta hacer una montaña, y más también, nadie a quien le interesen realmente los derechos humanos habrá votado por Mauricio Macri. Nunca le interesaron, nunca hizo nada, y cuando habló sobre ellos, dijo que “había que terminar con el curro de los derechos humanos”. Nadie a quien le interesen realmente los derechos humanos valoró más los errores de forma y los puso por encima de lo alcanzado en estos doce años. Nadie de los derechos humanos puede haber votado a Macri.
Las Abuelas anunciaron el jueves la recuperación de la identidad del nieto número 118. Es una lucha que no ceja. Cualquiera que haya estado cerca del movimiento de derechos humanos, de las Abuelas o de las Madres y Familiares, sabe el esfuerzo que costó cada paso que se avanzó. Y cada uno de esos pasos fue la recuperación de un pedazo de humanidad para cada uno de los argentinos, incluyendo a los que votaron a Macri, pese a que probablemente coincidan con los represores o no les interesen mucho estos temas. En estos doce años se avanzó en lo que todos los gobiernos anteriores –radicales y peronistas menemistas– obstruyeron. Ni siquiera puede compararse con los primeros años de democracia porque Raúl Alfonsín, ya sea por convicción o por el contexto desfavorable en el que le tocó gobernar, hizo todo bajo la teoría nefasta de los dos demonios, como si hubieran confrontado dos ejércitos regulares con territorios controlados.
En derechos humanos las cosas están claras. Desde el comienzo de esta democracia han sido línea divisoria, parteaguas con el pasado, con las lacras residuales o los oportunismos. Siempre fue un hecho ciudadano subversivo del sistema autoritario que pugnaba por permanecer y regresar y siempre se expresó como una manifestación extragubernamental, menos en estos doce años con este gobierno. Otra vez fue línea divisoria con los que nunca les interesaron los derechos humanos y los utilizaron para figuración personal, para blanquear conciencias o para hacer carrera política. Esos se centran en supuestos errores de forma y, como antes hicieron menemistas y radicales aliancistas, los usan para votar contra los derechos humanos y creer que siguen siendo seres virtuosos. Esos votaron por Macri y estuvieron en contra de todas las medidas que en estos doce años institucionalizaron a los derechos humanos como un pilar fundamental y distintivo de esta democracia. Estaban allí, eran una marca indeleble de la rebeldía en el llano, pero para crecer faltaba institucionalizarlos y acatarlos.
Es un tema en el que no hay ninguna duda. Del otro lado no hay luchadores por los derechos humanos ni civiles ni democráticos. No hay ni uno que pueda mostrarse como referente de alguna de las luchas democráticas más importantes en lo social, lo económico o lo cultural que se dieron en estos treinta años y que hicieron avanzar y fortalecer a esta democracia contra las componendas de las élites políticas y económicas dominantes y los poderes del pasado. Al revés, muchos de ellos representan al poder de esas élites. Los que les interesan los derechos humanos, referentes o ciudadanos comunes, no votaron a Macri. Y votar en blanco en la segunda vuelta será lo mismo que votarlo a él. Los luchadores no son seres virginales, son seres comprometidos.
Ayer, la Presidenta inauguró otra etapa del polo científico y tecnológico en las ex bodegas Giol, en un recinto inmenso colmado de científicos que la aplaudían con entusiasmo. Igual que con los derechos humanos, tampoco hay muchas dudas en este ámbito, que tiene también una sensibilidad especial. Desde los años 60, cuando el general Juan Carlos Onganía destruyó la UBA, los gobiernos, tanto civiles como militares, se dedicaron a expulsar a los científicos y reducir la actividad de investigación para industrias con tecnología de punta. En Argentina ahora se construyen radares y satélites y se logró recuperar a más de mil científicos de primera línea que habían emigrado porque aquí no tenían horizonte. Tecnópolis es un esfuerzo enorme por convertir ciencia y tecnología en centro de atención y atracción. Hay un reconocimiento a esos logros por científicos que han sido revalorizados por un proyecto de país que los reconoce como indispensables. Pocos o ningún científico serio puede haber votado al candidato que dijo que no le veía mérito a haber lanzado un “lavarropa” al espacio, por el satélite Arsat, el mismo Mauricio Macri que se preguntó para qué se fabricaban radares en Argentina si se los podía comprar afuera. Los científicos, masivamente, no votan a Macri.
En el ámbito de la cultura hay referentes que optaron por la derecha, pero en la gran mayoría de los actores, músicos, escritores y artistas plásticos hay un fuerte reconocimiento por las políticas culturales del gobierno, desde la ley de actores, pasando por la promoción del cine nacional y la ficción televisiva o el Canal Encuentro, hasta la creación del impresionante Centro Cultural Néstor Kirchner o los centros culturales que se abrieron en los barrios humildes como la Casa Central de la Cultura Popular en el corazón de la Villa 21.
Solamente votan a Macri los que siempre han sido de derecha, que son unos cuantos señores respetables pero que no practican el respeto hacia los que no piensan como ellos. Es un “populismo” raro, con tanto arraigo en los derechos humanos, en la cultura y en los científicos, tan alejados del choripán, los punteros y los pícaros con que los medios hegemónicos insisten en denigrarlo.
No hay propuestas del macrismo en estos temas. Los argumentos del votante macrista son “tienen que dejar de robar” o “estamos hartos que nos traten mal y que no escuchen a la gente” y que “usan al Estado como si fuera propio”. Hay una recurrencia en las formas y no en los contenidos porque en ese plano son débiles y sus candidatos son ocultadores. Entre los que dicen eso hay muchos que se jubilaron o están cobrando jubilaciones dignas gracias a las políticas de estos doce años. En algunos grupos sociales puede pesar más el discurso mediático que el interés propio. No había posibilidad de jubilaciones sin sacarles el negocio a las grandes empresas que manejaban las AFJP. Y esas grandes empresas no lo perdonaron y montaron una tremenda campaña de desprestigio que confluyó con el odio de los que defienden a los represores. Como consecuencia, ésta es una campaña electoral donde no hay discusión política entre propuestas. El jubilado que vota a Macri está votando a un candidato que en el Gobierno de la Ciudad tenía como ministro de Desarrollo Social a Francisco Cabrera, ex CEO de la AFJP Máxima. Es como pegarse un tiro en la pierna. Los radicales, que respaldaron el proyecto del kirchnerismo para renacionalizar YPF, votan ahora a la fuerza que en aquel momento votó en contra y cuyo encargado de las políticas energéticas es Juan José Aranguren, ex presidente de Shell. Aranguren asegura que lograr el autoabastecimiento energético no es importante y que habrá que estudiar el rendimiento de YPF para decidir si se la vuelve a reprivatizar.
Pero los votantes de Macri no discuten estos temas sino que hablan de otra agenda. Hay una doble agenda en el macrismo. Una de globos y sonrisitas para la masa y otra donde los nombres y antecedentes ya lo dicen todo. Es una agenda bipolar, por un lado los globitos y por el otro una agenda de devaluación, ajuste, endeudamiento y desocupación que en ámbitos empresarios ya se plantea abiertamente. El votante macrista vota enojado por algo que está inducido a pensar que es más importante que aquello por lo que realmente estará votando y que lo va a perjudicar en el futuro. Que un jubilado vote por el CEO de una AFJP es lo mismo que un forjista vote al presidente de la Shell.
La revista Noticias tituló en su última edición la confirmación de que la presidenta Cristina Kirchner es bipolar según un periodista de pocos escrúpulos que hace hablar a un muerto que no lo puede contradecir y al diagnóstico por transmisión ultrasensorial y poco serio del locutor independiente Nelson Castro, que en sus ratos libres tiene el hobby de la medicina para diagnosticar a sus enemigos políticos. Desde el punto de vista médico y periodístico es una falta absoluta de ética, una acción que expresa a seres sin valores. La credibilidad de alguien que usa ese recurso despreciable no existe. Pero es muy representativo de esa estrategia de doble agenda o en este caso efectivamente bipolar: una agenda donde se procura que las personas discutan estupideces, se enfurezcan y horroricen, mientras en el otro polo, el que vale para ellos, los ámbitos empresarios discuten la forma en que van a exprimir a esas mismas personas que van a votar enfurecidas.
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