Dom 08.11.2015

EL PAíS  › OPINION

Cambios hubo siempre

El vaivén de cambios generados por el voto. Una reseña. El impacto de la victoria de Vidal. La lógica de los votantes, hipótesis. La variable económica, un clásico tal vez subestimado. Los derechos (supuestamente) adquiridos. Las promesas del macrismo. La devaluación mágica y sin precedentes. El pueblo en los tribunales y en la protesta, un caso estimulante.

› Por Mario Wainfeld

El macrismo ha sobrepasado sus techos, lo que subsistirá aún si pierde la votación nacional el 22 de noviembre. Es, solo con lo conseguido, el challenger más votado del Frente para la Victoria, lidera la coalición de derecha más competitiva de la historia democrática. Gestionará las dos provincias más pobladas y gravitantes. El mensaje de las urnas fue rotundo e impuso novedades sólidas en el mapa político.

Muchos profetas del fraude y críticos del sistema democrático se bañan en agua bendita y descubren una nueva sabiduría popular. “La gente” se esclareció, perdió el miedo, los rehenes se expresaron como ciudadanos, la manada se humanizó. Conviene no adherir a esa conversión falaz, interesada y peyorativa. Desde 1983, con aciertos y errores como cualquier colectivo, el pueblo soberano se fue expresando con claridad. Diferenció sus preferencias según las etapas y los distritos. Siempre actuó con racionalidad propia, que es sensato reconocer sin que eso fuerce a acompañar sus posturas todas y cada una de las veces. Si durante muchos años acompañó al kirchnerismo, si lo dotó de una estabilidad en las urnas fue porque consensuaba con las líneas maestras de sus políticas públicas. La gobernabilidad y la hegemonía política caminaron de la mano porque “la gente” en ejercicio de sus derechos así lo quiso.

La victoria de la gobernadora electa María Eugenia Vidal fue un batacazo que reformula el esquema de poder. Inesperada seguramente hasta para los ganadores, su impacto es enorme y perdurable. Los cambios de mano en intendencias del conurbano son menos impresionantes pero se los suele presentar en combo. Sin quitarle un ápice de novedad y dimensión corresponde decir que “cambios hubo siempre”, que la primacía de oficialismos nacionales provinciales y comunales durante el kirchnerismo no le pusieron fin aunque los redujeron.

Graciela Fernández Meijide, otra mujer no peronista, estuvo a un tris de quedarse con la gobernación bonaerense en 1999. Martín Sabbatella fue esperanza progresista en ese mismo año cuando joven, no peronista y distinto, llegó a la intendencia de Morón.

En 2007 una camada de dirigentes nuevos, kirchneristas, relevó a los tradicionales taitas del conurbano. Darío Giustozzi en Almirante Brown, Darío Díaz Pérez en Lanús, Francisco “Barba” Gutiérrez en Quilmes fueron nuevas caras. Gabriel Katopodis se impuso en San Martín en 2011. Hay muchos ejemplos más, se deja su recuerdo a quien lee esta nota.

El surgimiento de Martiniano Molina y Diego Valenzuela muta el horizonte pero no es pura primicia. Personalidades que llegan a la política tras haber construido prestigio en otras ligas son hábito de la política nacional. El entonces presidente Carlos Menem lanzó a la lid a deportistas en los trajinados ‘90: el ahora gobernador Daniel Scioli, el senador Carlos Reutemann. Y al cantautor Ramón Ortega. Todos llegaron lejos, con vaivenes personales diferenciables.

Molina es de la dinastía de los mediáticos, lo que no le resta a priori valor ni capacidad que se medirán en la gestión. Valenzuela es mucho menos “Cicciolino” que muchos: periodista e historiador, hombre ilustrado e informado en materia política.

El PRO es el partido nuevo, nacido después de 1983 que ha recorrido el camino más largo. Ya hubo otros tres de esa matriz que gobernaron provincias: el Movimiento Popular Fueguino, el partido de la gobernadora saliente Fabiana Ríos, el Frente Grande Porteño. Y una fuerza tradicional consiguió por primera vez en su larga historia mandatos provinciales: el socialismo en Santa Fe.

Las decisiones soberanas definen la alternancia, la novedad, las aprobaciones prolongadas o breves. No hay ruptura en el cambio, aunque sí una aceleración que dibuja el nuevo horizonte.

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Las migraciones y la primera quincena: La campaña para el ballottage es, a su turno, novedad y momento de recalcular. La signan la urgencia y los límites temporales. Para los candidatos y sus equipos es premioso entender qué expresó “la gente” y acomodar discursos, para los spots que ya saturan el aire y el debate del domingo que viene.

En la primera quincena el macrismo optó por hacer la plancha, síntoma de que se percibe ganador. En el FpV se nota más ansiedad y se inmiscuyen internismos prematuros y desaconsejables. Los autorretratos se transmiten a la audiencia, que quizá tenga ya definida su próxima decisión... pero quizá no.

Claro que la deriva del voto deberá estar en la mente de la dirigencia política oficialista u opositora después del 10 de diciembre. Nadie puede saber de modo incontestable qué desplazó algo así como un 17 por ciento de votos del FpV en cuatro años, pero es forzoso analizarlo y proponer hipótesis.

Se trata de visiones subjetivas, no científicas. Este cronista entiende que en sistemas políticos estables las presidenciales son veredictos sobre el oficialismo. Y que la ciudadanía se define en función de muchas variables. La económica siempre ranquea alto, con frecuencia es la principal.

Tal vez haya en las primeras especulaciones respecto del 25 de octubre un exceso de fascinación por la coyuntura, por la campaña misma, por el peso de tal o cual candidato. No es sabio menospreciar las competencias, construcciones que condensan sentimientos y valores de la sociedad civil. Pero, por ahí, la historia de mediano plazo explica más que la coyuntura inmediata, que puede encandilar como consecuencia de su atractivo.

Las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner produjeron una reactivación del aparato productivo, generaron millones de puestos de trabajo, bajaron el desempleo y el trabajo informal. Fueron agregando una trama extendida de protección social para desocupados, familias con bajos ingresos (con o sin laburo), jóvenes y colectivos de trabajadores más explotados que la media. Desde 2012 los mejores indicadores se amesetaron pero un conjunto de tácticas gubernamentales evitó que aumentara el desempleo y aún intervino para impedir despidos masivos o por áreas de actividad. El cuadro es curioso, único en la perspectiva comparada... en una de esas merece ser observado con detalle.

Hace más de diez años que la amenaza del despido no es una espada de Damocles para muchos argentinos. Una nueva camada de trabajadores, pongamos los que tienen menos de 30 años, no la han vivido. El temor es un disciplinador social muy poderoso. La impresión del cronista es que no cunde en la clase trabajadora hoy día.

Asumamos que es difícil explicar por qué otras personas creen en lo que uno interpreta como falacia. Tal la situación con el discurso que Cambiemos propaga con disciplina y uniformidad envidiables... por lo menos en el juego acotado de la campaña. El colega Néstor Restivo contó en la Radio Pública la sorpresa de dirigentes avezados de la CTA cuando hablaron con sus compañeros en una fábrica cuyo personal tiene 25 años de edad promedio. Perciben más de 25.000 pesos por mes, cuyo principal incentivo para votar fue “el impuesto al trabajo”. Creen que se los despoja de su plata y que un cambio político les conservará el conchabo logrado en esta década y su valor adquisitivo. No los arredra, porque no lo suponen, un escenario de cierre de fábricas ante el aluvión de importaciones. O una pérdida de salarios merced a una elevación súbita de la canasta familiar. Ya ocurrió, hay una experiencia colectiva, no es la suya o no parece serla.

La mal llamada “campaña del miedo” será más o menos atinada pero se funda en datos corroborados.

El macrismo propone lo mismo y más. Un juego de pura acumulación. Su vaguedad deliberada es una astucia, gambetea el debate sobre su programa. Una fuerza de derecha o centro derecha lo tiene: en materia económica, cultural, de derechos humanos. Se conservará lo bueno y se rectificará lo malo es una promesa muy evasiva aunque bastante eficaz.

La devaluación inmediata es la única medida en la que insisten Macri y los contados economistas autorizados para hablar en su nombre. Las devaluaciones provocan cambios en los precios relativos, en la distribución del ingreso, en los ganadores y perdedores de la puja distributiva. Para eso se inventaron o se realizan, cuando son voluntarias. Más en general, todo instrumento económico o toda medida tienen ventajas y desventajas. Una suma algebraica, pongámosle, que no tiene por qué dar cero o ser neutra. El saldo puede ser muy bueno, bueno, nocivo o fatal. La idea de pura ganancia es ilusoria a la luz de la empiria. Que los ganadores seguros reclamen-exijan la medida es racionalidad instrumental. Que la avalen aquellos cuyos derechos o conquistas pueden zozobrar es más arriesgado.

Una devaluación que demarque sus límites es ajena a la tradición precedente. La de 2002 pudo ser una excepción relativa porque años de crisis y desamparo anticiparon sus secuelas. No son comparables los dos momentos históricos, para nada. En Brasil la devaluación se espiraliza y agrava, acá a la vuelta.

Contrarreloj Scioli debe instalar que ese porvenir idílico puede ser el comienzo de una pesadilla. No es simple, en clima de optimismo promedio. El kirchnerismo lo motivó durante muchos años, con una épica de consumo y conservación de empleo. En un trance menos propicio la percepción parece mantenerse en un electorado más distante y crítico.

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Lo que vale, cuesta: Reconozcamos el legado de los clásicos de la ¿ciencia? económica. Lo que es raro y valioso tiene un precio caro. La gobernabilidad es una flor exótica en nuestro país. Valiosa y por ende costosa. Es grato transcurrir la existencia en ese contorno que se valora más cuando se han conocido tiempos tormentosos. La gobernabilidad kirchnerista viene acollarada con su modelo, su haz de medidas y conquistas. Mocionar que se deben cambiar es lícito y en algunos aspectos hasta necesario. Pero rupturas súbitas no garantizan la gobernabilidad de pálpito o por definición. He ahí un reto para Macri o Scioli, sea quien sea quien arribe a la Casa Rosada.

Las reformas deben apuntalar la gobernabilidad que dista de ser irreversible. Sus límites están demarcados por la realidad, la tensión de intereses sectoriales contrapuestos. Y la aprobación social masiva, que puede hacerse oposición en las calles si se toca lo adquirido, que con buena fe se considera ganado.

El contrato electoral de los candidatos no incluye ajuste, flexibilización, debilitamiento de derechos. Se articulará con una sociedad avispada, demandante, jacobina, que sabe construir poder en calles, rutas y plazas.

Sostener el consenso social, estar atento a la eventual protesta, respetarla y “escucharla”, no reprimirla con brutalidad son mandatos evidentes que gobiernos anteriores desacataron en contra de su propia subsistencia.

Tal vez la experiencia colectiva catequice a los gobernantes democráticos que siempre ansían la revalidación o cuanto menos el mantenimiento del poder. No es misión sencilla. Un vistazo a otros países en el siglo XXI vale como alerta o como disuasivo.

La campaña ingresa en su enésima recta final. En el caso del kirchnerismo lo mejor de estos días fue la reacción de partidarios y militantes “desde abajo”, más dinámica y veloz que la de la dirigencia.

Quien se quemó con las encuestas días ha ve un consultor y llora. Fallaron ayer nomás: es impropio darles pleno crédito hoy. Cabe esperar el veredicto de las urnas, que siempre es digno de acatamiento.

Lo ganado en la década está en disputa, acaso en jaque. Son los propios interesados los que definirán en ejercicio de su genuino derecho. Como se dice en fútbol, ganar o perder depende de ellos mismos.

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