EL PAíS › OPINION
Del desendeudamiento al regreso al FMI. Prat-Gay, recuerdos del pasado y bretes del presente. El desempleo y el bajo endeudamiento, en la mira oficial. La lógica de los despidos. Contexto político, grato a la derecha. Contexto económico difícil. Gremialistas, puestos a prueba.
› Por Mario Wainfeld
El ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat-Gay, condujo el Banco Central en parte de las presidencias de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner. Este prescindió de sus servicios en 2004, cuando era momento de renovarlo o no en el cargo.
El banquero central se venía llevando bien con el mandatario y mal con el ministro de Economía Roberto Lavagna. Se estaba ultimando la apertura del primer canje de deuda externa. Prat-Gay comenzó a plantear cuestionamientos a la propuesta argentina, al principio en voz baja. Llegado el momento, le trasladó su moción alternativa a Kirchner. Arguyó que Lavagna había sobreactuado su dureza con los acreedores y con los organismos internacionales de crédito. Vaticinaba un fracaso estridente del canje, sugería mejorarlo poniendo 2000 millones de dólares cash para saciar el apetito de los acreedores. Y un trato mucho más transigente con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los organismos internacionales de crédito. Respecto del Fondo, promovía un cumplimiento estricto de sus “metas”.
En el relato de Prat-Gay, si no se ponía la plata sobre la mesa (un dineral en ese momento) y no se retomaba la relación cariñosa con los organismos el canje sería un fracaso y el 2005 un año fatal para la economía argentina. Prat-Gay leía, en errada perspectiva política, que Kirchner y Lavagna estaban enfrentados en ese tema, justo en la coyuntura en la que era imprescindible cerrar filas.
A Kirchner el planteo le cayó fatal. Percibió que se dividiría el frente interno justo en el tramo decisivo, un síntoma de debilidad que la contraparte aprovecharía. Despidió al banquero central sin más, diciendo que “quería hacernos poner 2000 palos verdes”. Kirchner no era muy florido orador pero siempre se entendía lo que quería decir. Maliciaba que Prat-Gay atendía más al interés de los bonistas que al nacional, por ponerlo con delicadeza, “La política económica la manejo yo”, concluyó el presidente y obró en consecuencia. Todo esto fue contado en este diario en ese lejano entonces, escala uno en uno.
El canje, es sabido, fue exitoso. El 2005 un tiempo próspero con reactivación de la economía real, generación de cientos de miles de puestos de trabajo formales. El Frente para la Victoria (FpV) se consolidó electoralmente con el triunfo arrasador de la hoy ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner en Buenos Aires contra Hilda “Chiche” González de Duhalde.
Mucha agua pasó bajo los puentes desde entonces. Prat-Gay es un alfil relevante en el equipo del presidente Mauricio Macri. En la semana que pasó lo acompañó a Davos, accedió a que el FMI vuelva a intervenir en la economía nacional. Y sentó las bases para un nuevo endeudamiento.
En la “herencia maldita” que recibió Macri hay dos indicadores que eran virtuosos para el kirchnerismo. Un bajísimo endeudamiento público y privado por un lado, medido en relación al PBI. Y una baja tasa de desempleo por otro. Ambos fueron objetivos centrales de las gestiones kirchneristas, en los mejores y en los peores momentos. Insumieron esfuerzo colectivo, inversión social, políticas direccionadas.
El macrismo se encamina ahora a cambiar esas variables: aumentar el endeudamiento y el desempleo. Ya emprendió el rumbo y esto recién empieza.
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Las diferencias importan: La economía padece un problema recurrente en nuestra historia: la restricción externa. Acudir al crédito internacional no es pecado, si se hace con tino y sentido nacional. El gobierno anterior quiso intentarlo, por eso saldó deudas con el Club de París. También esa motivación fue una de las concausas del acuerdo con Repsol previo a la recuperación estatal de YPF. Lo obstaculizó un repunte de la crisis financiera que azota al mundo desde 2008, con breves ratos de tregua.
Re-endeudarse formaba parte del “programa común” de los tres presidenciables que sacaron más votos el año pasado: Macri, el ex gobernador Daniel Scioli y el diputado Sergio Massa.
Las propuestas electorales ya mostraban un giro a centro derecha del sistema político, la diferencia sensible era la moderación y ciertos compromisos. Scioli, con Silvina Batakis como ministra de Economía y Miguel Bein como consultor estrella, lideraba una fuerza comprometida con la conservación del empleo, la defensa de la industria local y ciertos pisos inderogables de derechos laborales y sociales. Macri llegó con (muy) otra hoja de ruta, que hizo escala en la estelar localidad suiza.
El oficialismo ya produjo cambios contundentes: una transferencia de ingresos sideral a favor de los grandes exportadores, “el campo” a la cabeza. Una trepada de precios notable, en especial en artículos de primera necesidad. Una batida brutal de despidos en el sector público que promete escalar.
Ninguna medida pro-trabajadores despintó el cuadro general. Calma, que una habrá aunque (porque) no será de cuño propio.
En marzo se producirá el aumento semestral a los jubilados, otra herencia aciaga del kirchnerismo, tanto en su regularidad como en los valores reparadores derivados del coeficiente fijado por ley. Las huestes de Cambiemos despotricaron contra esas normas, no las votaron. Algo es algo: por ahora no hay DNU a la vista para derogarlas.
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Tomar sólo con prescripción médica: Conseguir fondos vía endeudamiento es una de las claves de la política económica del macrismo. En su versión más caritativa, se supone que servirán de colchón para compensar medidas regresivas. Ningún gobierno democrático se consolida sin tener plata, los de derecha no excepcionan la regla.
El equipo financiero de Prat-Gay subrayó que se desbloquearon créditos factibles de organismos internacionales volcados a proyectos sociales o de infraestructura: el Banco Mundial (BM), el Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de Fomento (CAF).
Es así y es cierto que Cristina Kirchner venía predicando desde hace años que es válido endeudarse para promover políticas sociales o potenciar la obra pública. El nodo, en esta y tantas cuestiones de la vida, es cómo se hace y por cuánto.
Los administraciones posteriores a 2003 mantuvieron relación con el BM y el BID, que se no extrovirtieron mucho porque chocaba con su discurso más simplista. Se volcaron para financiar total o parcialmente programas del área de Salud como el Remediar, el Nacer, el Funciones esenciales en Salud Pública (FESP). El programa Jóvenes con Más y Mejor Trabajo del ministerio ídem es otro caso. La lista es incompleta, se da como ejemplo.
Lo que el kirchnerismo siempre rechazó es quedar supeditado a las condiciones-imposiciones del FMI que ahora se vuelven a aceptar, camufladas en sus clásicas revisiones de las cuentas públicas.
Hay un argumento banal de los apologistas del crédito internacional. “Si cumplís bien, nunca se paga, siempre se refinancia.” Referido a la banca privada o pública extranjera, es un insulto a la inteligencia suponer que esos piratas son filantrópicos o que pierden dinero.
El FMI es un ejemplo distinto porque su finalidad superior no es la financiera sino la intervención y control de las políticas estatales de sus “socios”. La sujeción les importa más que el pago monetario. En rigor, el pago no dinerario se constituye en una variable de la dependencia.
En manos de un gobierno empresas-friendly la herramienta es un riesgo enorme. Goza de una ventaja comparativa respecto de la última década del siglo pasado: es el margen que da el bajísimo endeudamiento.
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Los laburantes, un problema: Un punto nodal es el empleo en la concepción de la derecha argentina y mundial. El salario es, antes que nada, un rubro de la “competitividad”. Traducido al criollo: salarios decorosos o dignos... competitividad en vilo.
La valoración no pondera solo ni principalmente criterios de igualdad o de justicia social, vade retro. Lo sustancial es la comparación con el de otros países. Concepto que choca de frente con el relativo orgullo de los argentinos que ganan más que sus vecinos y hermanos se clase. Un empresario de Siderca les explicaba recientemente a gremialistas con los que cinchaba que en ese sector un trabajador argentino gana en relación de 1,5 a 1 respecto de un mexicano, después de la devaluación. La solución, ya se sabe, es achicar la diferencia.
La funcionalidad de los despidos del sector público (que cobran masividad y se tornan aluvionales) no se limita a la “reducción del gasto público”. También aumenta la cantidad de desocupados, con la hipótesis de minar la combatividad sindical y también de aumentar la masa de desocupados
El sector público es un coto de caza del macrismo, cualquier porcentaje virtual concretado de despidos mete pavura (ver recuadro aparte).
Los despidos en el sector privado incluyen esa lógica y no están exentos del ánimo revanchista de patronales obtusas que creen que los trabajadores gozaron de privilegios exorbitantes en este tiempo.
El quántum se develará en meses o en un año. Apostar a un incremento sensible del desempleo es una praxis perversa todo indica que es plato principal del menú y es el escenario más factible, que va despuntando.
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Hacer es más difícil que decir: La rebaja o quita de las retenciones surtió efectos inmediatos. Pero, ay, los aliados estratégicos “del campo” no desembolsaron todas las divisas que Prat-Gay dio por pagadas cuando anunció la devaluación. Las trapisondas entre ganadores están en el orden del día.
La suscripción de los Bonar 2020 resultó un fiasco. El oficialismo culpa al mal momento financiero internacional, que existe. Sus críticos reprochan mala praxis a los JP Morgan boys. La pluri causalidad ayuda a comprender la mayoría de los fenómenos, por ahí también estos.
Prat-Gay usa el vocablo “holdouts” para nombrar a los fondos buitre, que le contestan como si fueran aves de rapiña. El Gobierno les habló con el corazón y por ahora se toparon con que los usureros son implacables y poco contemplativos. Compartir ideología con quienes representan a los deudores no los domestica. La realidad se hace difícil, aunque la aquiescencia de los negociadores argentinos puede lubricar algo. Durante años se contó que la mala educación del kirchnerismo impedía un acuerdo veloz y satisfactorio... en fin.
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Davos, dulce hogar: Davos es una ciudad acogedora, chimentan. La agenda con dirigentes políticos de otros países es un ensueño para Macri, Prat-Gay y Massa que fue de chaperón. La nómina de gobernantes de derecha es llamativa. El primer ministro británico David Cameron, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu. Si el republicano Donald Trump triunfara en las primarias y en las presidenciales norteamericanas acunaría una pesadilla para su país y para el mundo. Puede ocurrir o puede quedar en el camino, la sola perspectiva agobia.
El Frente Nacional de la dinastía Le Pen crece en Francia, su principal adversario pinta ser la derecha reaccionaria y chauvinista del ex presidente Nicolás Sarkozy. La diferencia existe pero las semejanzas predominan y abruman.
La derecha ganó las elecciones presidenciales acá, las parlamentarias en Venezuela. En Brasil jaquea a la presidenta Dilma Rousseff a la que poco y nada le sirvió remedar el programa de sus adversarios.
El contexto político general es una regresión derechista, a gusto y paladar de Cambiemos.
El contexto económico es infausto para cualquier proyecto. China ya no crece a tasas chinas. El tren europeo consta solo de la locomotora alemana, con cero vagones. Brasil sigue en recesión. El precio del petróleo, permítase un sarcasmo fácil, perfora el piso.
En ese marco arranca el primer mandatario de derecha elegido por el voto popular. Deberá tener mucha muñeca para sostener la legitimidad y la gobernabilidad.
La obcecación en ciertas medidas brutales, la detención de Milagro Sala a la cabeza, posiblemente lo erosionarán en el largo plazo aunque por ahora no se note. La coparticipación dadivosa a la Ciudad Autónoma puenteando y despreciando a los demás gobernadores no parece ser una genialidad política, precisamente, aunque de momento todo pasa.
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