EL PAíS › OPINIóN
› Por Mempo Giardinelli
En cualquier conversación los arrepentidos se cuentan por miles. Son trabajadores de todas las ramas de la producción despedidos masivamente, junto con votantes del FpV también cesanteados, e innumerables otros trabajadores del sector público, considerados todos y al boleo “ñoquis”.
En menos de dos meses hay decenas de miles de desempleados, volvió la represión policial y se desmadraron los abusos jurídicos como la cárcel para Milagro Sala en Jujuy.
Sin embargo, casi todos los dirigentes sindicales hasta noviembre tan “combativos” –en particular Hugo y Facundo Moyano, Luis Barrionuevo y el “trabajador rural” Venegas– ahora hacen un silencio miserable. Y no son los únicos distraídos a la hora de defender a las bases.
Es evidente que el gobierno del Sr. Macri, con la típica ferocidad de los restauradores que siguen al pie de la letra el guión que le dictan sus patrones, retrocede 30 años no sólo en legislación laboral y social sino también en materia de Derechos Humanos, siguiendo el también miserable libreto de un pérfido sujeto de penosa actuación delarruista y un ministro con cara de piedra.
Desde un antiperonismo que atrasa medio siglo, al modo de algunos articulistas de La Nación y de casi todos sus fanáticos, horribles “comentaristas”, muchos votantes macristas celebran que el presidente arrase con la Constitución Nacional y se invente a medida una Corte Suprema de Justicia adicta y servil. Ni los dictadores se atrevieron a tanto.
Es enorme también el odio y resentimiento revanchista, que ya se conocían, es cierto, pero no se esperaba que fuesen tan groseros, urgentes y violentos. Eso conlleva el peligro de que semejante conducta gubernamental no genere otra cosa que odio y resentimiento inversos. Así, la “grieta” tan cacareada por los mentimedios y casi todos sus periodistas a sueldo podría degenerar en imposibilidad de mantenimiento de la paz social. El riesgo, cabe repetirlo, es que todo termine mal, o sea violentamente.
Y es que no se puede gobernar con tan necio criterio empresarial, ni con ceguera de patrón de estancia que reparte los porotos tan estúpidamente desabalanceados. La historia argentina está llena de ejemplos que estos no miran, como no los miró CFK el último año y así nos fue. En la política y sobre todo cuando se está en la cima del poder, hay que abrirse, hay que escuchar, hay que ceder un poco y moderarse, y a la vez hay que erradicar dogmatismo y fundamentalismo. De lo contrario se los va a llevar el tren, como dicen en México cuando una crisis se descarrila.
Es patético que este gobierno, que no lleva en la Rosada ni dos meses, se mueva con cero tacto y tanta soberbia. Como si tuvieran el apoyo incondicional de enormes mayorías y consensos, y fueran a gobernar para siempre.
Hay que ser muy pavos para no darse cuenta de que están jugando con fuego. Y el fuego popular argentino, nada menos, que ya se sabe no es de fosforitos. Debieran preguntarle a los memoriosos del alfonsinismo, el menemismo y el delarruismo, por lo menos. Y sobre todo debieran no confundirse si ahora el kirchnerismo está grogui y el pejotismo en oferta. Eso pasa, es circunstancial. Los elefantes, cuando se ponen de pie, siempre hacen temblar el piso.
Ha de ser cuestión de tiempo, nomás. Porque el pueblo argentino siempre acaba del lado de la soberanía y la autodeterminación. Por más basura periodística y televisiva que le tiren, al final siempre reacciona, llena las plazas y expulsa a los que lo explotan o medran con el sudor de los laburantes. La historia se repite desde 1945. Es pura necedad si el macrismo lo olvidó.
Obvio que es por eso que están tan apurados con esa reforma política de morondanga que les validan urtubeyes, massas, pichetos y algunos distraídos. A la primera reunión asistió una mayoría de cadáveres políticos, partiditos casi inexistentes como “Renovador Federal”, “Tercera Posición”, “Nacionalista Constitucional” y “FE”, junto a otros que son apenas sellos con historia, como el Demócrata Cristiano, el MID y el Socialista Auténtico. Parece broma que todos “coincidan” con la boleta única, el voto electrónico y la mar en coche, olvidando que con el vigente sistema electoral jamás una elección presidencial nacional fue fraudulenta, ni siquiera la que ganaron ellos.
La verdadera reforma política que este país necesita ya fue propuesta por diversos colectivos, y entre ellos El Manifiesto Argentino en 2002. Pero a ésa no la va a hacer jamás este gobierno, ni sus aliados y lameculos, porque no se lo permitirían sus patrones y publicistas.
Es sospechable, además, que si llegan a imponer estas patrañas tecnológicas –que rechazaron Alemania y otras naciones del llamado primer mundo– los costos serán enormes y los negociados de los amigos del Sr. Macri y demás endeudadores serán fabulosos y obviamente tapados por Clarín y La Nación.
No hay que olvidar, ni por un segundo, que la campaña para las elecciones legislativas de 2017 y las nacionales de 2019 ya empezó. Por eso urge renovar el kirchnerismo, el FpV, el peronismo y -ojalá los dioses escuchen- también el radicalismo, el socialismo y los diversos movimientos populares de provincias.
El macrismo ya está contagiado de la misma, vieja y lamentable tara infantil de la política de este país: creer que el poder es perpetuo y que los demás no se van a dar cuenta. Sería graciosísimo si no fuese insensato. Claro que el kirchnerismo tampoco se vacunó frente a esa tara (y bien haría en meditar el asunto). Pero por ahora, en pleno festival de decretos, autoritarismo, despidos y quebrantos a la Constitución Nacional, incapaz de aprender esa lección, quizá el macrismo esté caminando alegre, irresponsablemente, hacia su propio funeral político. Será en uno, dos o cuatro años, y dejando detrás un nuevo desastre político, económico y social.
Eso sí: ojalá que sea en paz y sin más compatriotas inmolados. Para que nunca más llore por nosotros la Argentina.
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