EL PAíS › OPINIóN
› Por Martín Granovsky
Dice que atendió porque no era una promoción cualquiera sino un llamado del banco donde le depositan el sueldo.
Fue amable y por eso escuchó la oferta completa de la operadora del call center. Era un seguro privado en caso de desempleo. Si pagaba una suma fija por mes y llegaba a quedarse sin trabajo podría cobrar un monto en seis cuotas. Seis reintegros de 700 pesos o seis de 1400. La oferta no le interesó pero siguió escuchando. Se sintió inquieta por la primera pregunta de la operadora:
–¿Usted trabaja en el Estado?
Cuando respondió, la inquietó la segunda pregunta:
–¿Y tiene militancia política?
Esa segunda pregunta no la respondió. El escenario quedaba claro. El banco –su banco– estaba a la pesca de clientes para un servicio en auge y algún jefe pícaro de call center venía leyendo los diarios con la esmerada atención de un carancho.
La conversación, relatada a Página/12 por la persona que recibió la llamada, es absolutamente real. Muchos bancos ofrecen hoy lo que llaman “seguro de ingreso protegido” ante la posibilidad de un “desempleo involuntario”. En las páginas web incluso aclaran que el seguro funciona si el despido se produce por participar de una acción gremial.
En la web no figura la palabra “militancia”, lo cual es muy razonable porque los bancos no dejan todo escrito. Es que ni los bancos son tan salvajes como el editorial de La Nación que puede leerse entero en http://bit.ly/23fHjZN. Fue publicado el martes 19 de enero con el título de “El oportunismo como sucedáneo de la política” y su tema suena un poco insólito para un diario que no es el órgano partidario de la Unión Cívica Radical: “Resulta destacable la decisión de la UCR de expulsar a dos dirigentes cuya conducta significó un profundo daño para el partido, sus principios y valores”. Alude a la decisión del Tribunal de Etica radical de expulsar a Leopoldo Moreau y Eduardo Santín, dos ex diputados que formaron el Movimiento Nacional Alfonsinista y adhirieron al kirchnerismo. Lo asombroso no es el análisis, porque cualquier noticia lo merece si alguien tiene ganas de escribir y alguien tiene ganas de leer, sino la presentación del asunto en tono de condena. El “salto de Moreau al kirchnerismo”, como dice La Nación, sería un hecho único de la historia argentina, y por alguna razón misteriosa configuraría una conducta distinta de la que adoptaron, por ejemplo, muchos dirigentes de la Unión del Centro Democrático, la UCeDé que nutrió al menemismo (María Julia y Alvaro Alsogaray), al kirchnerismo (Amado Boudou), al macrismo (Juan Curutchet) y al massismo (Sergio Massa).
Moreau y su correligionario Santín, que se hizo conocido como diputado cuando se opuso a la privatización de las jubilaciones en tiempos de Carlos Menem, merecen el castigo de La Nación porque olvidaron que “la política es una rama de la moral”, afirmación que ya tenía gusto a viejo en tiempos de Tomás de Aquino, el teólogo muerto en 1274.
Pero lo más notable del texto es una frase incluida en el último párrafo. Dice: “Prácticas como la militancia y el clientelismo quedarán relegadas en una sociedad que ya demostró, con la asistencia de las nuevas tecnologías, la rapidez con la que puede cambiar la adhesión de los votantes”. Conviene leer despacio. Efectivamente pone junto al clientelismo, una lacra de la política, nada menos que a la militancia, que vendría a ser para La Nación otra lacra.
El problema es que no solo tienen militantes los movimientos populistas, los partidos de izquierda, las organizaciones sociales o los sindicatos. También los partidos de centro, los de centroderecha y los de derecha, incluyendo a la UCR, el PRO, la Mesa de Unidad Democrática de Venezuela y Renovación Nacional de Chile.
El ñoquismo es una lacra como el clientelismo. Deberían hacerse cargo de terminar con esa práctica sus beneficiarios directos, los empleados del Estado que solo pasan a cobrar a fin de mes hagan lo que hagan en esos 30 días, incluso si militan full time, porque el Estado no tiene por qué pagar militantes rentados de ninguna ideología. Y deberían hacerse responsables los dirigentes o las organizaciones que promueven o estimulan la conversión del aparato estatal en una fábrica de pastas.
Pero durante este mes parece haber aumentado la falta de diferenciación entre los ñoquis y los empleados estatales que cumplen con su trabajo y luego militan en un partido o, también, entre los ñoquis y los empleados que están tan entusiasmados con el servicio público que le agregan a su trabajo un plus de energía. Ese plus también se llama militancia. Si los editoriales siguen por el mismo camino, que presten atención los jóvenes oficialistas si alguno es designado funcionario y luego trabaja más de ocho horas con ganas y encima habla de política en el almuerzo. Cuidado porque a la mañana los condenará La Nación y a la tarde un banco los pondrá nerviosos.
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