Jue 18.02.2016

EL PAíS  › OPINION

Política y nombres propios

› Por Mario Wainfeld

El presidente Mauricio Macri, no es primicia, ganó las elecciones como opositor. Su bandera, su promesa y parte de su contrato electoral son diferenciarse del kirchnerismo.

Los estrategas de la acción política y de la comunicación del oficialismo están convencidos de que mostrarse distinto es redituable frente a la mayoría de la opinión pública, lo que es verosímil en muchos aspectos.

El rebusque se ejercita cotidianamente a veces con conductas interesantes como promover encuentros con opositores o adversarios políticos. La novedad se resalta, se sobreactúa eventualmente. Hay ejemplos divertidos o paródicos como las reuniones de gabinete en espacios verdes contra la falta de ellas aun en ámbitos más funcionales para hablar en serio. Los ejemplos pueden multiplicarse, cualquier lector o lectora de este diario puede ampliar la lista.

Para potenciarse, el relato macrista se vale de la argumentación ad hominem. Se empeña en elegir a varios protagonistas del kirchnerismo a quienes considera especialmente “piantavotos” incluso durante un año no electoral. Los alude, los enfoca, machaca imágenes. El rebusque alcanza su clímax cuando se homologan políticas complejas con un nombre y apellido K, supuestamente desprestigiado.

La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LdSCA) es una norma sofisticada y progresista que defiende la competencia, el derecho a la información y trata de limitar la concentración oligopólica. Deja de ser eso para convertirse en “Martín Sabbatella”. Llueven denuestos sobre el ex titular de la Agencia Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca), algún fiscal “M” cuela una denuncia... el Gobierno cree que se ha legitimado per secula seculorum la derogación de la LdSCA.

Guillermo Moreno “es”, en tal versión de la realidad, la política antiinflacionaria de los gobiernos precedentes. Desde su primera conferencia de prensa el ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, viene diciendo que no controlará los precios “como Guillermo Moreno”, lo que acicateó sonrisas de funcionarios de su equipo o periodistas amicales.

La trampa del mecanismo es diáfana: reducir muchas variables a una caricatura del rival. La simplificación distorsiva “garpa” en el corto plazo pero se mella a medida que deben resolverse los problemas, o sea cuando se gestiona.

Respecto de Moreno la treta es un cachito más burda que la media porque soslaya que el equipo del ex ministro Axel Kicillof implementaba una política distinta y mejor a la de Moreno, expresada en el programa de Precios Cuidados.

El máximo brete para el macrismo es que a mediados de febrero “la gente” se atribula y preocupa más por la inflación que por el Indec. Nos atajamos: sigue siendo imperioso restaurar la credibilidad del organismo y la del índice de precios al consumidor. Pero lo que incordia a los ciudadanos es la inflación, que se elevó desde diciembre, por razones atribuibles al programa económico de Macri-Prat-Gay. A quien fatiga las góndolas con el famoso changuito no lo consuela saber que Moreno ya no está si el precio de los artículos de primera necesidad aumenta sin dar con un techo. El recambio no atenúa la angurria de los formadores de precios a quienes algunos funcionarios les hablan con el corazón aunque sin eficacia.

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Cuando se produjo la detención arbitraria e ilegal de Milagro Sala, funcionarios y opineitors se refregaban las manos. Podían tener en ellas sondeos que comparaban la imagen positiva de Sala contra la de Macri o la del gobernador jujeño Gerardo Morales. El gap es, chimentan, considerable. La prisión de la luchadora popular sería, pues, puro rédito.

Es forzoso abrir un paréntesis en el eje de esta nota para señalar que ser impopular en ciertos estratos sociales no es delito. Que muchos de los cargos que levantan en los medios contra Milagro Sala son, en rigor, debates de políticas públicas. Que las organizaciones sociales suplan bien o mal al pretendido “estado ausente” es un tópico digno de atención pero jamás contemplado en el código Penal.

Además, la prisión preventiva a quien no está (ni por asomo) condenada es una excepción, un abuso de poder en el caso concreto. Hay muchos otros presos sin condena, la mayoría son aberraciones que no excusan la pérdida de libertad de la dirigente social.

Ayer mismo, el fiscal jujeño Mariano Miranda declaró que si los manifestantes “supieran las causas de detención de Sala no harían piquetes”. La presa política está a merced de un Poder judicial mayormente compuesto por correligionarios radicales, recién llegados desde un comité. Ni aun así se puede tolerar que un funcionario judicial aduzca que una acusación es una condena, criterio que (tomado al pie de la letra) es más severo que el de la Santa Inquisición.

Se avasallan los derechos de Milagro Sala, se pretende escarmentar a otros trabajadores y dirigentes. Ese punto central debe ser subrayado, antes de volver al otro eje de esta nota.

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Ayer se cumplió otra jornada de protesta con numerosos piquetes en distintas localidades. Una lectura simplista traduciría la combinación como maná para el Gobierno. Piquetes, herramienta desacreditada. Sala, figura no restallante en las encuestas de imagen.

Pero, ay, de nuevo la realidad es polifacética: no transcurre sólo como desea el oficialismo. La privación de libertad por razones políticas es mala palabra en organismos internacionales prestigiosos y le puede costar reproches o acciones legales al Estado argentino. Dirigentes de otras nacionalidades y hasta dignatarios de la jerarquía católica se interesan por ella. El papa Francisco (que también es hábil para moverse y hacerse notar en la galaxia mediática) le hizo llegar un regalo.

Con la LdSCA, salvando distancias, comienza a suceder lo mismo. Más pronto que tarde llevará el Gobierno a ser criticado en “el mundo”.

Las tropelías verbales de Darío Lopérfido o los despidos espantosos de Pablo Avelluto cosechan repudios que trascienden largamente el universo kirchnerista y hasta las fronteras nacionales.

Las jornadas de protesta y movilización como las de ayer dejan simiente y ejemplo. El impacto no es como el de las encuestas: tasable en cifras, virtual, efímero. En sí mismas revelan solidaridad, empatía y presencia. El oficialismo las subestima y se equivoca acaso porque sólo repara en lo inmediato.

Además, la táctica del nombre propio choca con límites cuando el mismo se transforma en bandera o eje de reclamos.

Sobre todo cuando Graciela Bevacqua es, como un personaje de Borges o Bioy Casares, desplazada “en otra vida” del Indec mientras la inflación galopa por las pampas.

O cuando el encarcelamiento de Sala no deriva en suma jubilosa para sus captores sino en un escenario de cuestionamientos, digamos, transversales que se sostienen contra viento y marea.

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