EL PAíS › EL PRESIDENTE DE ESTADOS UNIDOS, BARACK OBAMA, ESTARA EN BUENOS AIRES EL 23 Y EL 24 DE MARZO
Obama vendrá a la Argentina en su último año de mandato justo después de su visita a Cuba. Mensajes pro mercado y regionales.
› Por Martín Granovsky
Tras el anuncio de que Barack Obama llegará aquí el 23 de marzo, la canciller Susana Malcorra ya dijo que las relaciones no serán carnales. “Serán maduras y serias”, señaló. Sonó a un modo de atajarse frente a comparaciones con la época en que los gobiernos de Carlos Menem alinearon automáticamente a la Argentina con los intereses y deseos de los Estados Unidos. En todo caso, con el anuncio de la Casa Blanca la ministra terminó de hilvanar un tejido que comenzó desde el primer día de gobierno para que Obama viniese a la Argentina.
La Oficina de Prensa del presidente norteamericano emitió un comunicado que marca el tono del viaje. Por lo pronto, la etapa argentina será la segunda parte de una gira que rematará nada menos que un hecho histórico: la visita de Obama a La Habana, un fenómeno que excede largamente los 57 años de la revolución cubana porque el último presidente norteamericano que cruzó hasta la isla fue Calvin Coolidge, en 1928.
“En Cuba, el Presidente trabajará para reforzar el progreso que realizamos en la normalización de las relaciones con Cuba”, dice el texto de la Secretaría de Prensa. Obama se propone “que avancen los lazos comerciales y entre los pueblos puede permitir el bienestar del pueblo cubano” y también “expresar nuestro apoyo a los derechos humanos”. Según el texto, la visita, que incluye una reunión bilateral con el presidente Raúl Castro y encuentros con emprendedores y miembros de la sociedad civil (eufemismo por opositores críticos) “será una demostración del nuevo curso en las relaciones con Cuba” que ya emprendió Obama.
En el caso argentino, la visita a Macri será “para conversar sobre la agenda de reformas” del presidente argentino y para “reconocer sus contribuciones a la defensa de los derechos humanos en la región”, dice el documento sobre el tramo de una gira que concluirá en Buenos Aires el 24 de marzo, justo a 40 años del golpe militar de 1976. La última visita exclusivamente bilateral la realizó Bill Clinton en 1997 para encontrarse con Carlos Menem.
En la jerga oficial de los funcionarios norteamericanos, “agenda de reformas” significa imprimirle a la política económica una tónica más cariñosa con el libre mercado. En los años 90 hubiera significado la desregulación total de la economía y una ola privatizadora. Menem lo hizo. En esta época esa expresión tiene una traducción menos precisa porque Washington no tiene un kit mágico como hace 20 años. Sin embargo la frase bien podría ser tomada como un gesto amistoso de los Estados Unidos frente a la victoria del primer candidato abiertamente pro mercado en uno de los países más grandes de Sudamérica como la Argentina. En Brasil el dominio de la coalición que encabezó la ola de reformas iniciada en el 2003 no se cortó, pese a los riesgos de juicio político contra Dilma Rousseff y de acusación formal contra Luiz Inácio Lula da Silva para impedirle ser candidato en 2018. Colombia nunca tuvo gobierno de centroizquierda, aunque Juan Manuel Santos significó un drástico baño de realismo al buscar la paz con la guerrilla a diferencia de su antecesor Alvaro Uribe. Y en Venezuela Nicolás Maduro padece las insuficiencias propias y los ataques ajenos pero todavía el ciclo chavista continúa el camino que comenzó hace 17 años. El segundo de los objetivos de Obama con Macri es, según el comunicado, “reconocer sus contribuciones a la defensa de los derechos humanos en la región”. Si “reformas” significa más mercado, parece evidente que vincular a Macri con los derechos humanos y con la palabra “región” solo puede ser entendido en relación con Venezuela. La historia de Macri no muestra cuestionamientos por las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura pero tampoco gestos de protesta frente al trato dispensado por el comunismo soviético a los disidentes o participación en los distintos movimientos que esgrimen críticas a la situación de los derechos humanos en Cuba. Macri avisó a los chinos que quiere revisar los acuerdos secretos pero no dijo una palabra sobre la libertad de expresión en Beijing o Shanghai ni se interesó por el control de las autoridades chinas sobre los contenidos de Internet. Desde que asumió el 10 de diciembre último solo usó las palabras “derechos humanos” en relación con Venezuela. Es decir, para referirse a un país de la región. Lo hizo cuando festejó el triunfo con Lilian Tintori, la esposa del preso venezolano Leopoldo López, y cuando llegó a pedir la separación de Venezuela del Mercosur, una movida que abandonó luego de las elecciones legislativas que ganó la oposición a Maduro. El chavismo en el gobierno da batalla no solo retórica (por primera vez sacó del absurdo el precio de la nafta y lo elevó) contra un Congreso que en estos tiempos tiene un aliado vital en el precio del petróleo. Telesur tuiteó el miércoles que en enero de 2014 Venezuela ingresó por exportaciones de petróleo 3000 millones de dólares. En enero de 2015, 815 millones de dólares. Y en 2016, solo 77 millones.
La Casa Blanca informó que además de hablar de la agenda de reformas y de los derechos humanos en la región Obama hará esfuerzos “para aumentar la cooperación entre nuestros gobiernos en varios sectores, incluyendo comercio e inversiones, energía y cambio climático, y seguridad ciudadana”.
El comercio bilateral es favorable a los Estados Unidos. El déficit comenzó a crecer en 2006 y se intensificó a partir del 2009 por las mayores importaciones hacia la Argentina. Los Estados Unidos son el cuarto destino de las exportaciones argentinas. Los Estados Unidos ocupan el cuarto lugar en el origen de las importaciones.
Ni Malcorra ni el Departamento de Prensa de la Casa Blanca indicaron que la negociación con los bonistas que quedaron fuera de los canjes de 2005 y 2010 será parte de la agenda común entre Obama y Macri. Paul Singer, el bonista de mayor peso entre los holdouts, tiene posiciones tan hostiles hacia la Argentina como hacia Obama o cualquiera de sus posibles sucesores demócratas, Hillary Clinton y Bernard Sanders. La Casa Blanca no apoyó a los bonistas en la disputa con la Argentina pero tampoco jugó a fondo contra ellos utilizando, por ejemplo, el voto calificado en el board del Fondo Monetario Internacional. El Gobierno argentino calculó que en 2014 Obama lograría que la Corte Suprema aceptara tratar el expediente que había arrancado el juez Thomas Griesa. El cálculo era osado al menos por dos motivos. Uno, pensar que Obama querría jugar hasta ese nivel de compromiso. El otro, pensar que Obama podría torcerle el brazo a una Corte que no tumbó su plan de cobertura de salud pero en el resto de los temas importantes votó siempre por posiciones conservadores por cinco jueces contra cuatro.
El tema de los holdouts no figuró tampoco en el anuncio personal sobre la gira que hizo Ben Rhodes, funcionario del Consejo de Seguridad Nacional, el órgano de asesoramiento de la Casa Blanca. Rhodes escribe buena parte de los discursos internacionales de Obama y conversa con él el tono de los mensajes. Dijo ayer que el objetivo es iniciar “una nueva era” en las relaciones bilaterales y que Washington quería realizar la visita “a principios de su mandato (del de Macri) para trazar el camino a seguir, pero también para demostrar que una piedra angular en el legado del presidente es su acercamiento a América Latina, y eso involucra la apertura con Cuba, el proceso de paz en Colombia pero también implica asegurarnos que dejamos relaciones fuertes con países importantes como la Argentina”. Y agregó: “Creo que por esa razón también es apropiado ir en la parte final del viaje a Cuba”.
Naturalmente, cuando hablan en público los funcionarios no hacen especulaciones ni comentan los matices de una decisión. Por eso Rhodes ni siquiera mencionó la chance de que el viaje a Buenos Aires sea, para Obama, no solo el festejo de la victoria de un político pro-business que pone distancia de Venezuela, sino también una forma de neutralizar a los ultraconservadores que critican a Obama por su toque cubano pero observan con simpatía a Mauricio Macri.
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