Mié 17.12.2003

EL PAíS

“La gran corrupción no es un asunto de garitos”

Eva Joly fue la jueza que en Francia investigó desde 1995 el caso del desvío de fondos de la petrolera Elf. Joly llegará hoy a la Argentina para presentar su libro Impunidad. La corrupción en las entrañas del poder, del que aquí se publican algunos fragmentos.

Por Eva Joly

“Primavera de 1995. Nuestra reunión en el Palacio de Justicia, unas semanas antes, ha sido fructífera. Cuando profundizamos en los primeros indicios de que disponemos, el reflotamiento del grupo Bidermann aparece bajo otro aspecto. Tiramos cada día un poco más del hilo y el ovillo entero se va desenrollando.
Ingresos procedentes de Elf-Gabón (Una de las filiales de Elf, poseedora de un capital importante y con un estatuto particular, puesto que el 50 por ciento pertenece al Estado de Gabón) aparecen en las cuentas de la empresa textil. Más que una decisión industrial, este montaje podría esconder un acuerdo oculto. Sin saberlo aún, tras algunas anomalías aparentes, hemos penetrado en un laberinto de sociedades, de dobles fondos, de falsas apariencias y, evidentemente, de verdaderos delitos.
El asunto sólo da lugar aún, por suerte, a algunas breves líneas en los periódicos, perdidas en medio de la marea de noticias. Pero se trata de una cortina de humo que se está fraguando en mi despacho. Ya siento su hálito peculiar. Escucho las declaraciones de numerosos testigos de la causa, directos o indirectos. Observo un desfase entre los elementos que constan en el sumario, todavía bastante leves, y el ambiente tenso que reina en torno a este asunto.
Ante mí, hombres fuertes, curtidos en el mundo de los negocios, se dejan atrapar por sus recuerdos. Veo, con sorpresa, cómo palidecen a veces o tartamudean, sudan, se agitan. Sus miradas se vuelven huidizas y se quedan fijas de pronto en una estantería, unos informes y las etiquetas escritas a mano, con tinta negra y rotulador rojo, como si eso los tranquilizara. El miedo es una emoción incontrolable, un vértigo contra el cual uno lucha palmo a palmo pero que termina siempre por ahogarnos. Nadie puede disimular, y noto que no están fingiendo.
Sus relatos se van acumulando, cada cual más impresionante que el anterior. Hablan de amenazas directas de muerte, de llamadas telefónicas nocturnas y jadeantes, de coches saboteados, de intimidaciones que aparentan ser robos en departamentos en los que luego se ve que no falta nada, de rumores de asesinatos propagados con fruición, como si se tratara de advertencias enmascaradas.”


“No hace ni un año que empezó el asunto y ya recibo al primer mensajero.
En el universo de la política ‘sensible’, de los servicios secretos y de la policía paralela, se emplea un lenguaje codificado y triangular. Un agente de la DST, de la CIA o del Mossad no llama a nuestra puerta una mañana cualquiera para explicarnos, cara a cara, lo que está pasando o lo que piensa de nuestra actitud. Utiliza intermediarios que transmiten mensajes lo suficientemente misteriosos como para decir las cosas sin llegar a formularlas del todo.
El primer mensajero se llama Franz –por lo menos es el nombre que me da–. Me lo presenta un amigo. Desde hace ya varios meses, soy objeto de una maniobra de seducción social. Un conocido reciente me invita al teatro con su círculo de amigos. Considero su atención como un signo de frivolidad, ese placer de estar juntos, de visitar exposiciones refinadas, de asistir a deliciosos conciertos y, claro está, puesto que estamos en París, de cenar afuera.
Una noche, este amigo me invita a una fiesta en su casa. Acepto sin dudarlo: como ha subido la presión en torno a mi instrucción, aprovecho todas las ocasiones de salir que se me presentan para despejar la mente y sentir el aire exterior. Al cabo de algunos minutos, un hombre se separa de un grupo. Mi amigo me lo presenta con el nombre de Franz. El desconocido me lleva aparte. Con esa entonación cariñosa y firme a la vez, tan propia de los hombres que se mantienen en la sombra, me advierte. –Señora, debe usted comprender que el 98 por ciento de los delitos pueden ser juzgados. Pero queda un 2 por ciento que la justicia no puede solucionar. Se los llama ‘secretos de Estado’. Hay muchos intereses poderosos a su alrededor. Tenga cuidado. El Estado posee guardianes de sus secretos. Y no se andan con chiquitas. Hay que ser razonable...
En mi cabeza, todas las campanas se ponen a tocar. Entiendo que han utilizado a mi amigo. No digo nada. escucho. Y desde el día siguiente, dejo que se forme un foso entre este pequeño grupo y yo. Me enteraré algunos años más tarde de que nuestro amigo común frecuenta, sin mala intención, el círculo de relaciones de uno de los más importantes sospechosos del sumario Elf.
Hizo tan sólo de simple telegrafista.”


“Vista desde dentro, la apatía de la administración judicial en el caso Elf es impresionante. Desconoce la palabra seguridad. No protegen nuestras líneas telefónicas. La informática es vulnerable. No hay seguridad en nuestros despachos. Nuestras autoridades se mueven en un mundo irreal, como si una célula a las órdenes de un antiguo presidente de la República no hubiera sido culpable de un flagrante delito de escuchas no autorizadas, como si las grandes empresas de armamento o de petróleo no dispusieran de servicios secretos de información, y de acción violenta a veces, y como si las redes de influencias de todo tipo no se pusieran de manifiesto en todos los niveles del poder.
Fuera del ámbito antiterrorista, los magistrados se ven obligados a valérselas por sí mismos frente a las intimidaciones de que son objeto, tanto sin investigan sobre el robo a una joyería como si instruyen un caso como el que nos ocupa, referido a desfalcos de miles de millones de francos, sometido a presiones procedentes de altos cargos franceses y extranjeros.”


“Cuando cae un régimen autoritario y desaparece la impunidad de sus dirigentes, la corrupción a gran escala sale a la luz: entre 4 y 10 mil millones de dólares en el caso del congoleño Mobutu Sese Seko; 5 mil millones de dólares en el del filipino Ferdinando Marcos (de los cuales 2 mil millones fueron recuperados por el gobierno); hasta 40 mil millones de dólares en el del indonesio Suharto, de 5 a 10 mil millones de dólares en el de Saddam Hussein... En cada caso, preferimos creer que se trata de una locura individual.
Pero estas cifras se corresponden con el cúmulo de presuntas desviaciones de fondos realizada en la cúpula de Elf. Concuerdan con los estudios oficiales del FMI sobre Angola, que revelan una diferencia de mil millones de dólares al año comparando simplemente los pagos efectuados al Estado, declarados por las compañías petroleras, y la contabilidad pública angoleña. Esta cifra es una estimación de mínima de las cantidades detraídas. Los casos del nigeriano Abacha o del peruano Fujimori, así como los hechos reconocidos por los antiguos dirigentes de Elf ante los tribunales penales, proporcionan todos ellos una idea de la importancia de las fortunas que genera a diario la corrupción a gran escala.
Este dinero no está escondido en cualquier establecimiento sospechoso de Nauru o de Beirut. Hace ya mucho tiempo que la corrupción a gran escala no es asunto de garitos y maletines llenos de billetes, como en aquellos ‘barrios clandestinos’ japoneses (ankoku jidai) donde cerraban sus pactos los políticos, mafiosos, financieros y altos funcionarios. La corrupción tiene lugar a plena luz, en las más respetables instituciones financieras. Florece en la City de Londres o en Zurich. Las ganancias que de ella se obtienen son muy tentadoras: según una comisión de investigación del Senado norteamericano, el rendimiento de las cuentas de los beneficiariosde la corrupción a gran escala podría alcanzar el 25 por ciento de media, con máximos del 40 por ciento. Opina Carl Levin, presidente de la comisión del Senado de Estados Unidos: ‘A cambio de estas ganancias, los bancos garantizan a sus clientes el secreto y les ofrecen una amplia gama de servicios para administrar su fortuna, que incluyen a menudo acuerdos secretos, cuentas en el extranjero, cuentas bajo un nombre ficticio y empresas pantalla. Los bancos norteamericanos obtienen auténticas fortunas ayudando a sus clientes sospechosos a realizar en el extranjero lo que está prohibido hacer en el territorio de Estados Unidos. Se trata de un juego peligroso. Nuestros bancos no deben convertirse en sistemas de transferencia y desviación de los sucios millones de dinero negro procedentes del crimen y la corrupción’.
Este mecanismo no es una excepción sino una regla. SE aplica tanto a la corrupción a gran escala en Francia, Estados Unidos o España, como a la que se practica en Angola o en México. Desde la llegada de los petrodólares de los años setenta, las entidades financieras han tomado como norma, cuando les conviene, vivir por encima de las leyes: obedecen únicamente a su propia lógica. El sistema bancario se ha puesto al servicio de los dirigentes de Elf o de Enron sin el menor escrúpulo: los mismos circuitos, las mismas plazas financieras offshore, los mismos bancos. Una cultura de la malversación ha adquirido su título de nobleza.
El peligro es doble. Por un lado, ‘la complacencia’ hacia los circuitos de corrupción a gran escala ‘provoca un sentimiento de vacío político, intelectual y moral’, afirma el juez estrella español Baltasar Garzón. Fomenta la imagen de un crony capitalism (un capitalismo de compadres) a imagen y semejanza del capitalismo surcoreano: un club cerrado de dirigentes donde la connivencia suplantea demasiado a menudo a la ley y donde los acuerdos soterrados sustituyen a la competencia, gracias al apoyo de las comisiones.”

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