EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Es mucho lo que se dijo tras el discurso de Macri ante la Asamblea Legislativa y el operativo Stiuso, salvo –quizá– que ambos hechos forman parte de un mismo combo de acciones y sentido.
De las palabras presidenciales frente al Congreso, al margen de aspectos completamente secundarios y hasta superficiales (las bancas del Frente para la Victoria ilustradas con frases denunciatorias de la gestión gubernamental; alguna interrupción a voz en cuello que ocurre en cualquier recinto parlamentario de todo lugar; el blooper de Macri leyendo dos veces un mismo párrafo, etcétera), lo que resaltó fue el largo tramo dedicado a la herencia recibida. Eso se subdividió a su vez en tres cuestiones: lo que afirmó, lo que no expresó y el impacto de una y otra cosa hacia la interna del macrismo con referentes provinciales que son decisivos para aprobarle al Gobierno, sobre todísimo, la derogación de las leyes que por ahora impiden el arreglo de rendición ante los buitres. De lo que Macri aseveró sobre el legado kirchnerista fue excluyente citar el peso corrupto y elefantiásico del Estado. Se trató del guión para justificar los despidos a mansalva que se producen allí, como si no fuera cierto que hasta el momento ni siquiera se dedicaron a mostrar un solo ñoqui; y como si tampoco lo fuera que el peso de los empleados públicos en Argentina –apenas un 17 por ciento de la población económicamente activa, por debajo de algunos de los propios países centrales– es irrelevante. Y mucho más si se pretende basar ahí la lógica del ajuste general. De lo que no dijo, y justamente en oposición a lo anterior, sobresale la falta de mención presidencial a –no hay que cansarse de repetirlo– uno de los endeudamientos en dólares, el argentino, más bajos del mundo; y al enorme déficit fiscal que los funcionarios económicos macristas pueden inventar fácilmente con plateas periodísticas amigas, pero no delante de la parlamentaria. De hecho, Alfonso Prat-Gay esquivó olímpicamente el tema durante su intervención del viernes en el plenario de comisiones de su área. Alguna de las plumas más connotadas del Gobierno, e incluso Federico Pinedo, advirtieron que la agresividad de Macri puede haber empiojado la transa de acciones con el peronismo no kirchnerista. Le endilgan no haber tenido el cinismo elemental de aludir, al menos en algunas oraciones perdidas, a la herencia buena: los avances en ciencia y tecnología, el funcionamiento de las paritarias, o cualquier indicador que hubiera podido obrar como un guiño amistoso para la tropa peronista comprada o con ánimo de aceptar ofertas. Es una visión aceptable pero parcial. Queda claro que Macri prefirió jugar de cara a la tribuna de furia anti K, y que tanto él como los autores de sus discursos carecieron de muñeca para hacerles jueguito retórico a los aliados imprescindibles. Pero no es el único factor. Se agregan las obras públicas que están paradas en las provincias de los pasajeros socios macristas, porque el Gobierno no gira los fondos gracias a una extorsión que ahora se habría invertido. Y se añade el piso testigo marcado por la paritaria nacional docente, porque obliga a las provincias a un esfuerzo que sin auxilio de Casa Rosada augura conflictos aumentados.
De todos modos, en el toma y daca mantiene fuerza que la sangre no llegaría al río. Los gobernadores necesitan evitar incendios, y antes de concretar despechos les es funcional la confianza en un acuerdo buitresco que deje, en todo caso, a Macri sin excusas. Este martes desfilarán por Buenos Aires y Rogelio Frigerio habrá de arreglárselas para contar votos favorables, sólo después de alguna componenda por la coparticipación impositiva. Mientras tanto, la aplanadora mediática oficialista ya convirtió a los buitres en holdouts y a la rendición en “salida del default” (?). Si quiere vérselo por la positiva de los intereses del bloque dominante, a corto plazo puede ponérseles fichas a que les salga bien. Con vista más larga, están atando con alambre. El Financial Times, esa Biblia del establishment financiero mundial, previno que Argentina está a punto de emitir la deuda más grande que en las últimas dos décadas haya contraído un país en vías de desarrollo. Los bonos que lanzará el Gobierno para pagarle a los buitres, por alrededor de 15 mil millones de dólares al sumarse otros vencimientos, apenas son superados por el endeudamiento que tomó México en 1996, tras lo cual se sumergió en una crisis furibunda. La nota del diario inglés está firmada por Sergio Trigo Paz, quien es titular de la división de mercados emergentes de Black Rock, la empresa gestora de fondos más grande del mundo. Adosa que el interés a pagar por el gobierno argentino nunca podrá ser menor al 8 por ciento. Para tener una idea comparativa de cuánto es eso (Prat-Gay estimó 7/7,5 por ciento), basta numerar que, entre octubre del año pasado y febrero último, Perú, Chile y Uruguay colocaron deuda por entre 3,4, 3,7 y menos del 4,5 por ciento, respectivamente. Y basta recordar la forma sistemática en que los propagandistas de mercado cuestionaban al kirchnerismo, por endeudarse a tasas altas con algunos países del eje del mal. Aun así, tomando por bueno que semejante hipoteca sobre el futuro argentino es necesaria para atraer capitales, falta saber a qué vendrían esos fondos –si es que llegan, en medio de un mundo carente de liquidez– como no ser para aprovechar la reciclada bicicleta financiera que el gobierno macrista estimula, con su política de tasas altas para frenar los escapes hacia el dólar. En otras palabras, un esquema a la brasileña de capitales golondrina de cuyo efecto, a mediano plazo, alcanza con ver lo bien que terminó yéndole a los vecinos.
Es ocioso decir que datos como éstos no tienen eco alguno en la prensa militante del nuevo oficialismo, en donde la inseguridad desapareció de la noche a la mañana y en la que una suma pavorosa de frivolidades es despachada alegremente a categoría de títulos principales. La excepción es el trabajo de pinzas que hacen sobre esa dichosa herencia recibida, en dos planos que también se complementan. Por un lado, el señalamiento de los esperpentos K en la administración estatal. Lo seguro de su existencia es tan irrebatible como lo insustancial de su fondo. ¿Se pretende como elemento primario la corrupción habida en el Estado? ¿Hay acaso alguna experiencia internacional en la que eso no exista, o en la que sea tomado como ingrediente casi único? ¿Y acaso no está habiendo, si es por ese flanco, un show macrista de nombramientos de amigos y parentelas en la función pública? Una generosa lista de hermanos, primos, tíos, sobrinos, novias, nombrados desde que el 10 de diciembre la limpieza republicana se hizo cargo del país, fue resumida en un artículo (jueves pasado, autoría de Javier Fuego Simondet) del diario La Nación, sin duda lo más inteligente y por cierto que mejor escrito de la andanada de prensa macrista. Pero lo que más importa, como maniobra política de fuste, es el ataque desde el tronco judicial. Ya se sabe que son tres patas corporativas: la económica, la mediática y la tribunalicia. Cada una requiere de las otras dos, si apetecen funcionar como bloque homogéneo con eficiencia (¿lo son? ¿Lo serán?). Entonces, la reinstalación de la muerte de Nisman como asesinato sin otra probanza que el mamarrachesco dictamen del fiscal Ricardo Sáenz; la citación de indagatoria a Cristina en otra resolución desopilante del juez Claudio Bonadio y, por último –por el momento–, la casual reaparición del espía Antonio Stiuso, cuyas opiniones fueron al parecer suficientes para que la jueza Fabiana Palmaghini se declare incompetente en la causa sobre el ex fiscal e intervenga la justicia federal amiga, son movida conjunta. Nunca puntadas sin hilo. La aspiración de mínima es Cristina recorriendo estrados judiciales y la de máxima que vaya presa a como sea. Medirán según las circunstancias, porque también se sabe que, así como el Gobierno requiere de la pervivencia del kirchnerismo para disponer de un enemigo preciso, eso supone el inmenso riesgo de despertar fortalezas hoy apagadas. Algo similar podría ocurrir en Brasil tras la indignante citación a Lula por la fuerza pública, en una causa armada que, sin embargo, el ex presidente jamás obstruyó. Vale aclarar que nada de lo previo va en perjuicio de todo lo ocultado en el placard de cada quien. Si es por Stiuso, vamos: operó para el kirchnerismo largos años y se convirtió en enemigo público número uno cuando hubo modificaciones en la geoestrategia de Washington respecto de Irán, y en consecuencia dejó de servir la línea del atentado a la AMIA que habían trazado los servicios de inteligencia estadounidenses e israelíes. Detenerse en tales y otros antecedentes puede ser útil para demostrar que nadie está en condiciones de tirar la primera piedra, pero no para explicar que en la actualidad rigen otras condiciones y conveniencias políticas. Stiuso es una pieza que antes le vino bien al kirchnerismo y hoy a Macri. Real politik. Lo demás es moralismo claro que atendible, pero vacuo si es cosa de interpretar la política desde cómo se construye poder.
La ensalada múltiple sólo es tal en apariencia, o para los razonamientos perezosos. Son ingredientes básicos, conocidos. Ajuste por el ajuste mismo siendo que no hay herencia alguna que lo justifique. Sofismas para esconder que solamente es cuestión de una fenomenal transferencia de ingresos a los sectores más concentrados de la economía. Contribución mediática a tales efectos. Y la pata de la familia judicial para (tratar de) garantizar el revanchismo.
No es tan complicado de entender.
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