EL PAíS › OPINIóN
› Por Florencia Saintout *
“Quiero casarme con su nieta –Paula estaba afuera, dándole de comer a las gallinas; el viejo había pasado sin mirarla. –Se me ha ocurrido tener un hijo, sabes. –Señaló afuera, el campo, y su ademán pasó por encima de Paula que estaba en el patio, como si el ademán la incluyera, de hecho, en las palabras que iba a pronunciar después. –Mucho para que se lo quede el gobierno, y muy mío. ¿Cuántos años tiene la muchacha? “
Patrón, Abelardo Castillo
Asombrados, algunos siguen repitiendo que la derecha llegó al gobierno por primera vez con los votos. Pero ¿qué significado le da el nuevo gobierno a los votos? ¿Qué significado tienen para los que siempre los han despreciado, al punto que necesitaron una interpelación, “armen un partido y preséntense a elecciones”? Ellos, que han sido dueños de todo incluso de la verdad en singular, creen que el ejercicio del poder que otorgan los votos es el del patrón. Llegaron al gobierno democráticamente pero no conciben el poder democráticamente.
Asumen que los votos son para generar más patrones, como una especie de nuevo instrumento o nueva vía acorde con los procesos históricos contemporáneos de acumulación. Los patrones son los que tienen propiedades y hacen con ellas lo que quieren. Vale lo mismo si son tierras, animales, hombres o mujeres.
Llegaron con los votos pero a pocos meses demuestran que no gobiernan ni van a gobernar siguiendo las lógicas de la democracia sino las del amo; las de un poder que necesitará del miedo y la obediencia. Del sometimiento logrado del modo que sea.
Las democracias, en sus diferentes modos de existencia, transitan tensiones y paradojas sin soluciones perfectas en los caminos hacia la conjunción de libertad e igualdad en el marco de la soberanía popular. Estos caminos está en riesgo peligran las posibilidades de las instituciones democráticas cuando la lógica que se presenta como absoluta es el dogma neoliberal sobre la omnipresencia del mercado y la propiedad privada como único estatuto de lo humano.
El gobierno de Cambiemos atenta contra la democracia cuando asume que el poder se presenta como una síntesis sin fisuras, planar, con cierres, donde no hay ni república ni tensiones ni nada. Cuando el único poder que reconoce es el de ser dueño de todo, hasta de la historia (vuelta a declarar muerta y enterrada en forma de yaguareté).
Por eso aplican la fuerza ante el primer conflicto que producen sus decisiones. Y entienden al Estado como instrumento para ampliar la extensión de sus bienes. Pueden de un día para el otro modificar leyes votadas por mayorías plurales y sentir que así se reafirma la autoridad. Apropiarse de la libertad de expresión anteponiéndole el derecho de empresa. Balear a mujeres por la espalda o a chicos en una murga.
Multiplican todos los días la riqueza de los más ricos y la pobreza de los más pobres, haciendo un tajo profundo sobre una panza que recién empezaba a crecer.
Eso son: sienten “muy mío” para que sea de otro. Desconocen que en democracia los votos son justamente para que el otro(a/s) cuente en la vida de todos.
El gobierno de Cambiemos no es la dictadura (la cívico, militar y eclesiástica) pero está hecho de sus proyectos, ideas y nombres propios. Pero además son al menos cinco las matrices que le dan identidad, revueltas entre sí y no en partes iguales. Está hecho del radicalismo y también del peronismo más conservador; de la cultura de las elites económicas; de las ideologías empresariales posmodernas; del onegeísmo disfrazado de antipolítica; y del liberalismo económico salvaje y ortodoxo. Con estas vertientes configura una derecha nueva y vieja que hunde sus raíces en las peores tradiciones para nuestro pueblo.
Como a lo largo de muchos años, dicen lo que siempre dijeron los patrones: que van a abrir la Argentina al mundo (que invariablemente es a la parte del mundo de los poderosos); que la realidad es tal cual es (¡) y que habrá que ajustarse en respuesta a un exceso que nos debería avergonzar (como una gordura, una negritud, una potente feminidad); que unos son vecinos y el resto desperdicio.
Ello afirmado desde una lengua que tiene sus propias leyes pero que básicamente es instrumental. Pegada a lo total existente. Aparentemente clara. Sintética: “Voy a hablar poco”, dice el presidente (sobre todo porque hubo quienes hablaron mucho, distinto, desafiando la idea de un único diccionario).
Es falso que no quieran estado: lo quieren como instrumento para facilitar la libre circulación del capital en una sola dirección. Todos son instrumentos para un mismo fin: los votos, el estado, la lengua.
Por eso empieza a ser válido hablar de macrismo o democracia; de macrismo o mayorías. Incluso, con todas los textos que ayudarían a complejizar la imposible afirmación: de macrismo o argentinos.
Ellos odian y temen al pueblo (su solo nombre, que dirán mil veces inadecuado). Admiran con asco la fuerza de la política. Y entonces saben que su única posibilidad es la de ser dueños. Como el coronel, el que La enterró “parada como Facundo, porque era un macho”. El que está acostumbrado a ver mujeres desnudas y hombres muertos, en un país que está cubierto de basura “uno no sabe de donde sale tanta basura , pero estamos hasta el cogote”. El que dice: “Es mía dice simplemente Esa mujer es mía”. La derecha quiere los votos para gobernar sin gente. Eso no es dictadura, pero tampoco es democracia. A menos que nos conformemos con la sola democracia plebiscitaria, sin derecho y sin derechos.
* Decana de la Facultad de Periodismo de La Plata.
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