Mié 16.03.2016

EL PAíS  › OPINIóN

Un remedio con mala historia

› Por Mario Wainfeld

Al cierre de esta columna, cerca de la medianoche del martes, continuaba el debate en Diputados. Faltaban horas de discursos sin el aderezo del suspenso por el resultado.

El oficialismo avanzaba hacia una votación favorable en general, con una mayoría amplia. A Cambiemos se sumaron diputados del Frente Renovador (FR) conducido por Sergio Massa, del peronismo amarillo, el GEN de Margarita Stolbizer y los socialistas. Quedaron en minoría el Frente para la Victoria (FpV), el Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT), Proyecto Sur y Libres del Sur.

La propuesta pasará al Senado, con la hipótesis de llegar al recinto el 30 de marzo, con final abierto aunque en tendencia propicio para que prospere el proyecto.

El domingo y el lunes el presidente Mauricio Macri pintó en sendos reportajes un escenario macabro en caso de negativa. Por primera vez en la historia, un mandatario amenaza con híper inflación y ajuste. La contracara paradisíaca de ese infierno es el porvenir glorioso que el macrismo augura a la Argentina si paga su libra de carne y se endeuda a niveles inconfesos aunque muy elevados.


Los discursos de los diputados oficialistas fueron ligeramente menos hiperbólicos que el de Macri. Auto elogiaron su capacidad negociadora... los aliados guardaron prudente silencio. Machacaron que lo concertado con un sector de los buitres debe cumplirse por acatamiento a “la justicia”, para salir del default, para “reentrar al mundo”... financiero se sobreentiende.

Los votantes “positivos” insertaron concesiones discursivas ínfimas a las críticas de los adversarios políticos, los kirchneristas en especial. El peronista reconvertido Diego Bossio vituperó contra “la lacra de las finanzas internacionales”, a la que ahora tiende los brazos. El cívico Fernando Sánchez deslizó que “ojalá pudiéramos vivir con la nuestro” y alentó a que Argentina siguiera bregando en las Naciones Unidas. Se refiere a la Resolución que aprobó por rotunda mayoría (137 países) los “Principios Básicos de Reestructuración de Deuda Soberana” convertidos en ley por el Congreso nacional. Ese batallar, a su ver, no es contradictorio con su voto positivo. Cuesta encontrarle coherencia al razonamiento, por decirlo caritativamente. Stolbizer, fue más allá: manifestó su escepticismo por la teoría del derrame que fue y es el principio cardinal de la economía política de la derecha argentina, encarnada hoy en la coalición gobernante. El endeudamiento no resuelve los problemas, aró en el mar Margarita, mientras propugnaba que el gobierno priorice medidas para los humildes.


Este cronista siguió el debate combinando tele por cable y los portales de varios medios on line. No escuchó a todos los oradores. Entre lo que presenció, la exposición más lucida del FpV estuvo a cargo del ex ministro Axel Kicillof, quien imantó los reproches de la mayoría.

Kicillof criticó la negociación concesiva, la urgencia injustificada para promulgar la ley contra reloj, los riesgos fenomenales del endeudamiento sin medida y los de potenciales demandas de bonistas ajenos a la banda de buitres que ya cerraron trato con los representantes del Estado argentino.

Lo que falta, adujo Kicillof, es tan grave como lo visible. Falta la medida exacta de cuánta deuda se dispone a tomar el gobierno, cuál será su relación con los organismos internacionales de crédito. Predijo que Argentina volverá a someterse a los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI) que fueron ruinosos en el pasado cercano no solo para “los mal llamados países emergentes”. También para España, Grecia y Portugal entre otras comarcas del apodado Primer Mundo.


La mayor amenaza en ciernes consiste en entrar en el tercer ciclo de endeudamiento externo, como tan bien describió el economista Jorge Gaggero en su presentación ante la Cámara, la semana pasada.

El Gobierno transmite que esta vez el endeudamiento vendrá acompañado de una oleada de inversiones que se volcarán a la economía real. Es su ilusión, la única baraja, para contrapesar los efectos sociales palpables (y previsibles) de sus primeras medidas. El consultor Miguel Bein, que pronostica de modo más certero que la media de sus colegas, prevé “una inflación anual de más del 35 por ciento consistente con una caída del salario real de seis por ciento en promedio (4 por ciento a diciembre). Este escenario podría estar amortiguado por un ingreso de capitales coordinado por el apretón monetario”.

Los despidos vienen con el combo, los zapatitos aprietan. La gestión Macri bajó el piso laboralsocial que le dejó el kirchnerismo. Remontar lo caído en este año (o en el segundo semestre) frisa con lo utópico mientras se sigue horadando el umbral. El contexto internacional es poco promisorio para fantasear ingreso de capitales para algo distinto a la especulación financiera.


Otra zona minada son los posibles reclamos judiciales de buitres que no firmaron aún o de los contados holdouts estrictos que por ahí quedan. Y de los bonistas que se avinieron a los canjes de 2005 o 2010 que puedan sentirse estafados o víctimas de un abuso de derecho del estado argentino. Como apuntó Kicillof, ninguno lo haría invocando la cláusula RUFO incluida en esos pactos, cuya vigencia cesó a fin de 2014. Sus demandas se basarían en otros fundamentos. Algunos planteos se están instalando en los medios.

Nadie en sus cabales puede imaginar que el 93 por ciento de los bonistas litigaría pero sería peligroso que se lanzara una cifra considerablemente menor. El cronista recuerda la enseñanza de un profesor de Derecho aeronáutico en los remotos tiempos en que estudiaba Derecho. Explicaba el hombre que la posibilidad estadística de un accidente en aviación comercial es mucho menor que el de un choque de auto en cualquier ciudad. El problema es la “condensación” del riesgo y la magnitud habitual de los daños. Los accidentes aéreos, estadísticamente escasos, son en general fatales y cuestas muchas vidas. Los de un siniestro de tránsito recorren un abanico de situaciones, mayormente menos lesivas.

El avatar temible no es un aluvión de pleitos del noventa por ciento de los holdin: un cinco por ciento sería una amenaza temible. Sobre todo porque nadie puede garantizar, ni ahí, que están destinados al fracaso. Mete pavor y debería aleccionar el precedente del pari passu inventado por Griesa, una interpretación pionera y alocada cuyas secuelas se padecen.

El estudio internacional Cleary Gottlieb emitió un dictamen tortuoso que, bien leído, no asegura nada. Solo un necio les creería a los representantes norteamericanos de la Argentina, que no arriesgan nada si se equivocan.

El Procurador del Tesoro, Carlos Balbín se negó a dictaminar sobre las perspectivas de demandas futuras, alegando incompetencia. Un rebusque capcioso, subsanable si se pusiera a estudiar. Por ahí prefiere no contradecir en público al ejecutivo aunque no se anime a avalarlo. El Senado lo citó para que se sume al elenco que desfilará en días venideros. Se le pedirán precisiones, todo indica que se negará. Balbín conservó el mínimo decoro de no plegarse al optimismo rentado del estudio sito en Manhattan, entre otras sucursales VIP.

Los diputados del FR confesaron, a regañadientes, que es imposible aventurar que no habrá pleitos o cuál sería su desenlace. Uno de los más explícitos (para dudar) fue el también dirigente empresario José Ignacio De Mendiguren. “El Vasco” es muy verborrágico ante los micrófonos, tanto que a veces deja la sensación de no tener superyó.


El FpV, si estuviera unido, manejaría el quórum en el Senado. En su división actual da la impresión que serán pocos los que rehúsen comenzar la sesión.

La pretensión más accesible de los senadores peronistas-kirchneristas no es un rechazo del proyecto, que lo archivaría por este año parlamentario. Es congregar una mayoría que lo reforme, de modo tal que deba volver a la Cámara Baja.

La Cámara iniciadora puede imponer su primera redacción con mayoría simple o agravada (si el Senado corrigió con dos tercios, a su vez). Como las eventuales reformas irían en sentido de minimizar riesgos y costos, los diputados que no sean de Cambiemos deberían sonrojarse para insistir en el proyecto original.

Todo puede suceder, sobre todo porque los gobernadores hacen cola para endeudarse de locales, provincia por provincia.


El macrismo espera como maná el endeudamiento. La travesía del desierto, pregona, terminará a fines de junio. Hasta entonces numerosos argentinos tratarán de lidiar con sueldos viejos frente los ascendentes precios nuevos. O de guarecerse de los despidos.

Tomar dosis gigantescas de deuda sería el remedio para esas dolencias. El pasado enseña que ha sido siempre peor que las enfermedades. No hay especiales motivos para creer que esta vez será diferente.

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