EL PAíS
› OPINION
La derecha ideológica quiere un diciembre violento
› Por José Pablo Feinmann
Hoy es un día decisivo para la democracia política y económica de este país. Sé que la frase “democracia política y económica” suena rara. Nadie la dice. Nadie (o muy pocos) hablan de la “democracia económica”. Grave cuestión que hay que discutir urgentemente. Si la democracia no se extiende de la política a la economía, nos vamos a quedar sin las dos. Hoy se juega en el país un problema desatado por la increíblemente antidemocrática distribución de la riqueza y los problemas que desata en la política. Hoy, también, la democracia política y la antidemocracia económica se enfrentan. Habrá protesta social y será libre y (esperemos) que no sea reprimida en absoluto. Pero esa protesta social (posibilitada por la democracia política) es producto de la antidemocracia económica. Y si la democracia sigue encerrada en la esfera política, si la democracia sigue sin trasladarse a la economía, la antidemocracia económica hará tambalear la democracia política, que es lo que quiere la cruel derecha de este país.
Hoy es –también– un día “sobredeterminado”. Presentes o ausentes, está lleno de protagonistas. Vamos a enumerarlos e interpretarlos como medio inmediato de comprender lo que está a punto de ocurrir. Los protagonistas de la jornada son:
a) Los piqueteros. No están en la calle porque “salieron a la calle”, están porque ahí los echaron. La “culpa” de que existan piqueteros (ya que sería mejor que no existieran y fueran lo que sabían ser: trabajadores de un país que daba trabajo porque tenía producción y mercado interno) la tiene la sociedad del desempleo. Antes, cuando eran obreros, expresaban su disconformidad a través de una metodología consagrada por el derecho del Estado burgués capitalista: la huelga. La huelga “cortaba” el funcionamiento de la fábrica. Era el poder que el obrero tenía y sabía ejercer cuando era necesario. Un obrero, cuando ya no es un obrero y está en la calle, lugar al que lo ha arrojado la antidemocracia de la economía, sólo puede “cortar” algo: no ya la fábrica (la producción), sino la calle. El “corte de calle” es la “huelga” del obrero que ha sido escupitado (incorporemos este neologismo, tiene la fuerza que la situación requiere) por la sociedad de la exclusión. Usted, frente a esto, puede exigir dos cosas: o que los revienten a palos o que les den trabajo y cobertura social inmediatas. Son dos “exigencias” muy distintas. La primera lo convierte en un fascista; la segunda, en una persona.
La cosa (en este país nada ocurre de otro modo) se ha complicado mucho y está a punto de estallar. Hay piqueteros “y” piqueteros. Para poner de malhumor a algunos digamos lo siguiente: la lucha de clases se está jugando en torno de la cuestión piquetera. La derecha pide violencia, represión, castigos ejemplares. Lo de siempre: seguridad y mano dura. Así, no sería extraño que el menemismo tuviera “sus” piqueteros. O que los tuviera la Bonaerense. O el “aparato” del PJ, duhaldista o no. Necesitan (ya, urgentemente) que el Gobierno (casi escribo, sin más, “Kirchner” y tal vez lo haga) les “pegue duro” a los piqueteros. Un “diciembre sangriento” les vendría formidable. Demostrarían: 1) que la mano dura, la violencia son el único modo en que “esa gente” entiende; 2) Que Kirchner es un represor como cualquier otro. Salpicado por la sangre de los pobres acaso amainen esas malditas encuestas que se empeñan en mantenerlo tan alto. No bien mate, se cae. Curiosamente o no (no), algo similar piensa “la izquierda”, que también movilizará a sus piqueteros. Si hay sangre, el carácter burgués y capitalista y –por consiguiente– “represor” de Kirchner se hará evidente y la confianza de las clases medias o semi-medias se esfumará y “la gente” girará definitivamente hacia “la” izquierda no complaciente, no burguesa. Esta “izquierda argentina” (que confunde la batahola callejera con la “revolución” o su antesala) hoy está acompañando los objetivos de la derecha: que Kirchner reprima, que les dé un muerto y, por consiguiente, un mártir. Quieren lo mismo que la derecha necesita para exigir “mano dura”, “seguridad” y hasta intervención del Ejército en la seguridad interna.
b) La clase media. La jornada que hoy se recuerda fue (esencialmente el día diecinueve) suya. Se habló, incluso, de la “revolución de la clase media”. Se dijo (luego) “piquetes y cacerolas, la lucha es una sola”. ¿Dónde están hoy los que hicieron el 19 de diciembre? En sus casas, mirando todo por la tele y también a la derecha, bien a la derecha del espectro ideológico. Sienten que se salvaron, que recuperaron sus ahorros y que la economía está levantando. Ya no van a ser piqueteros. No van a ser pobres. Las asambleas (¡en las que Toni Negri y Paolo Virno creyeron ver la “multitud” spinociana!) agonizaron. La izquierda (que buscó “aparatearlas”) ayudó. Pero más ayudaron los ahorros y su anhelado regreso. Si los “asambleístas” quieren demostrar que no salieron a las calles por sus alcancías sino por el país, acaso estén aún a tiempo de demostrarlo. Es muy fácil: sólo se trata de salir otra vez. Porque “un presidente” no hace un país. Un pueblo lúcido y participativo y con algún leve toque de “locura” que lo impulse a cierto tipo de grandeza, de generosidad, de voluntad comunitaria, sí.
c) Kirchner no quiere reprimir. Por dos cosas: 1) porque no quiere; 2) porque si reprime, se hunde. Hace lo que esperan todos sus enemigos. Todo el país (del centro a la derecha) está esperando que K. les pegue a los piqueteros. Que la policía se desborde. (Es muy posible que, para lograrlo, haya impecables provocaciones, armadas con matones, con policías de civil o con “militantes” espantosamente confundidos.) Si Kirchner reprime, deja de ser Kirchner.
Como verá, Kirchner: la solución no gradualista, no mediata, sino urgente y atrevida, osada, de la cuestión económica es fundamental. Uno entiende que el descabezamiento de la Corte, de la cúpula militar procesista, de la cúpula de la Bonarense del gatillo fácil, que el encarcelamiento de la señora Alsogaray, que abrir los archivos de la AMIA son pasos esenciales para desmantelar el aparato que posibilitó el robo y el hambreamiento del país. Pero no todos lo pueden entender. Porque el hambre (y ésa es su misión para el neoliberalismo) anula las conciencias. Y los escupitados del sistema tienen hambre y lo tienen hoy. Nadie “tiene” hambre ayer ni mañana, sino “hoy”.
Y algo más: ¿y si hoy usa la cadena? ¿Y si le dice a la gente lo que pasa? ¿Y si denuncia a esos “líderes populares” que le negocian la revuelta? ¿Y si dice que toda la derecha anhela sangre para hoy en Plaza de Mayo? Total, usted ya lo sabe: si nos defrauda, no pasa nada. ¡Estamos tan acostumbrados! Lo vamos a superar, usted será olvidado, uno más, apenas eso. Pero si hace lo inesperado, si no defrauda: usted puede ser inolvidable. La vida es así, es cuestión de elegir.