EL PAíS
› OPINION
Así, la única manera
› Por Osvaldo Bayer
A dos años de la pueblada. Porque fue el pueblo que utilizó la única manera de hacerse oír. Ocupar la calle y decir su opinión. Y, como hacen los radicales, le metió bala. Pero el pueblo avanzó. Y el presidente rajó.
Otros lo hicieron en el automóvil presidencial, o en una cañonera, otro se hizo llevar en un taxi y el que faltaba en un “auto de alquiler”, o presentaron la renuncia antes de que se viniera la maroma encima. Una historia peronista-radical de los tiempos finales.
El 20 de diciembre de 2001, el pueblo salió a la calle y demostró lo que hay que hacer para salvar la democracia, o echar a los que traicionan a la democracia. El pueblo salió a la calle, el gobierno radical ordenó reprimir.
La policía atacó con su cobardía de décadas al pueblo desarmado. Como siempre, cayeron los jóvenes. Los comisarios, corruptos hasta la médula de los huesos, se defenderían después con las palabras de siempre: “Ordenes”, la misma palabra que pronunciaron los jefes SS nazis en el juicio de Francfort en 1961. Obediencia debida. La palabra de los diputados y senadores radicales para salvar a los desaparecedores, torturadores y secuestradores de niños. Historia repetida en la historia argentina.
Fue un auténtico movimiento popular, a pesar de lo que dicen los acostumbrados detractores en los diarios y las radios de derecha. Fue el pueblo en la calle, para auténtica gloria popular. Fue un Cordobazo de Buenos Aires, en Plaza de Mayo, donde los bestias uniformados atacaron con caballería a las Madres de Plaza de Mayo, que no se movieron ni un paso y los caballos ante ellas caían redondos, dejando en el suelo a los cobardes represores. Los detractores dicen que a las masas las trajo un intendente peronista del Gran Buenos Aires. Sí, pero, ¿qué hay? No llegaron ni al 2 por ciento. Otros dicen que la gente salió para protestar por sus pequeñas cajas de ahorro tomadas por Cavallo. Y aun así, ¿qué hay? Salieron, no se quedaron a llorar en sus casas como otras veces. Salieron y llegaron a la Plaza de Mayo. Y el gran cobarde rajó, creyendo que el sonido de las cacerolas eran tiros de ametralladoras. Fue un baño de democracia que tuvo la Argentina, quieran o no quieran los intérpretes adictos a la SIDE.
Después, claro, vinieron los especialistas de siempre. Alfonsín y Duhalde. Con el segundo Pacto de Olivos. Un pacto no escrito, pero eterno de los dos adversarios: peronismo y radicalismo no deben perder nunca el poder. Son adversarios, pero en el caso de una tercera fuerza siempre se unirán para retener el bastón de mando. Alfonsín y Duhalde, Duhalde y Alfonsín. La mafia blanca paró todo, llegando al pacto de nuevas elecciones. Bajo la esfera del duhaldismo. Y se marchó desde Lomas de Zamora en medio del mugriento charco de las divisiones y de las mafias clásicas del menemismo delirante, que ganó el comienzo y no el final. Duhalde y Alfonsín le ganaron al 20 de diciembre con cartas marcadas. Y eligieron a un señor K. Nuevo y distinto que, de entrada, les acomodó la estantería y comenzó a pintar las paredes. ¿Hasta cuándo?
El 20 de diciembre fue vencido, pero fue una auténtica salida popular. Fue un grito de Mayo en diciembre. Para imitar. Para ir marcando el camino hacia la dignidad argentina.