EL PAíS › OPINION
› Por Gustavo López *
Con esa temible frase, López Rega sentenció la Navidad de 1974 con la excusa de una campaña contra los ruidos molestos, pero que incluía las opiniones de disidentes, periodistas, artistas, intelectuales, obreros y dirigentes políticos que osaran denunciar al terrorismo de Estado que se instalaba con la Triple A, como cabecera de playa de lo que vendría a partir del 24 de marzo del 76.
Cuatro décadas más tarde, el macrismo utiliza en democracia un concepto inspirado en el silencio de los otros. Despido de periodistas en medios públicos y privados, achicamiento de la pauta a los díscolos, presión económica a los dueños que incluye denuncias selectivas y grandes negocios para los amigos que se quedan con la parte del león.
En este marco de cercenar la opinión del otro se inscribe la decisión de Macri de terminar con la participación Argentina en Telesur y el consecuente apartamiento de la grilla televisiva. Aquí se juega algo más que sacar a un canal del cable o de la T.D.A., sino que lo se está jugando es la construcción de sentido en la democracia, de manera plural o con una única versión de la historia.
La excusa siempre es económica: se gastaba mucho. Pero en realidad es una decisión profundamente política, como la de vaciar el programa nuclear, privatizar el gerenciamiento de Arsat y volver al disciplinamiento social por la vía de los despidos masivos y la recesión.
Si la comunicación es un derecho humano básico, entonces se necesitan legislaciones y gobiernos proactivos que garanticen la pluralidad y la diversidad de voces circulando. Si, en cambio, la comunicación es un bien de mercado, son los dueños de los medios concentrados los que deciden que se ve, que se dice y en qué sentido se informa. Porque no existe la libre competencia y la multiplicidad de oferta y demanda. Lo que existe es una oferta informativa concentrada, con una única mirada dominada por los consorcios económicos conformados por los bancos, las petroleras, los traficantes de armas los buitres y los lavadores de activos. Son ellos los que nos van a decir quienes tienen “armas de destrucción masiva” y que en nombre de la democracia hay que destituir a sus gobernantes.
Telesur representa una mirada latinoamericana a los problemas mundiales. Tamaña osadía, opinar desde otro punto de vista, se hace intolerable para aquellos que pretenden sustituir el voto popular por la opinión de los editorialistas de las grandes cadenas de medios.
No es casualidad, entonces, que los grandes grupos informativos latinoamericanos, asociados con las cadenas estadounidenses hayan decidido hace años emprender la oposición a las democracias populares surgidas desde 1999 como respuesta a la debacle neoliberal, que convirtió a esta parte del mundo en la más desigual del planeta.
Las acusaciones contra Dilma y Lula en nada se diferencias de las acusaciones contra Chávez y Maduro, Néstor y Cristina o Evo y Correa. Pretenden presentar a estos gobiernos que transformaron sus naciones redistribuyendo la riqueza y generando condiciones de dignidad para millones de personas, en una banda de forajidos que vino a asaltar al Estado.
No aparece en la tapa de los diarios el ajuste salvaje, la inflación descontrolada provocada por la devaluación y la suba de tarifas, ni la ola de despidos con el desmantelamiento del Estado. Sí se habla de sinceramiento de tarifas y tipo de cambio, limpieza de ñoquis y herencia recibida. Claro, sólo una mirada sobre los mismos hechos, sin la posibilidad de contrastar puntos de vista diferentes con la realidad.
Dentro de algunos meses, esos mismos editorialistas van a negar que en los 12 años anteriores se haya legitimado una Corte transparente, se hayan creado 7 millones de puestos de trabajo, construido 500 mil viviendas o jubilado más de 3 millones de personas. Intentarán borrar esos hechos de los archivos digitales, pero no podrán hacerlo de la memoria colectiva y es allí donde se vuelven a equivocar.
La batalla cultural a veces se gana, otras se pierde, pero nunca se abandona.
Como dijo Manuel Vázquez Montalbán, “no hay verdades únicas, ni luchas finales, pero aún es posible orientarnos mediante las verdades posibles contra las no verdades evidentes y luchar contra ellas. Se puede ver parte de la verdad y no reconocerla. Pero es imposible contemplar el Mal y no reconocerlo”.
* Presidente de Forja.
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