EL PAíS
Qué hacen las asambleas ahora que las cacerolas están en el armario
Contra una creencia común que las da por extinguidas, al menos cien asambleas surgidas en el 2001 siguen en pie en Capital Federal y Buenos Aires. ¿Qué hacen? ¿Qué buscan? ¿Todavía piden que se vayan todos?
› Por Irina Hauser
Fueron enormes masas. Gente con necesidad de decir cosas, o de hacer catarsis, o de quejarse y proponer, o de barrer a la dirigencia política y replantear el sistema de representación. Después de diciembre de 2001 cobraron la forma de asambleas populares y barriales, fluctuantes y heterogéneas, pero siempre en busca de prácticas políticas alternativas. Algunas se desarticularon con el tiempo, otras sufrieron una deserción fuerte. Ya no producen el ruido de los cacerolazos pero, más silenciosas, no paran de generar acciones variadas y de multiplicar debates políticos internos.
En sus dos años de existencia fueron arraigándose en sus barrios con una tendencia a asumir tareas que, entienden, debería cumplir el Estado. Tienen una práctica común que las define: discuten con procedimientos asamblearios, someten todo a votación y no tienen líderes.
A mediados del año pasado los sondeos contabilizaban algo más de 240 asambleas entre Capital y el conurbano. Algunas llegaban a tener más de cien vecinos en sus reuniones. Hoy son un centenar y están integradas por un promedio de veinte personas, o el doble en ciertos casos.
Muchas asambleas han instalado comedores populares. Dan de comer a vecinos pobres, cartoneros y desocupados. Tienen huertas propias. Ofrecen talleres artísticos, montaron bibliotecas, enseñan a leer y escribir y buscan salidas autogestivas al desempleo y los problemas de vivienda con criterios de economía solidaria. Las hay que ponen energías en esclarecer crímenes que conmueven a sus barrios, las participan en la recuperación de fábricas y las que interactúan con piqueteros. Siempre mantienen debates políticos y en las últimas semanas participaron en la campaña contra el ALCA y opinaron sobre la ley de comunas. Ayer se movilizaron.
En la asamblea de Temperley, por ejemplo, celebran la apertura de una panadería. Les donaron un horno y una heladera, se instalaron en un local abandonado y un vecino, calesitero y rotisero, enseña el oficio. Dice Fabio Núñez, abogado y asambleísta: “El emprendimiento lleva una declaración política: es para generar el trabajo que el sistema nos niega, generar lo que nos parece imposible y todo como paso previo a cambiar el sistema. Creemos en el trabajo igualitario. Es nuestra forma de construir poder”.
El politólogo Germán Pérez, investigador de la protesta social (UBA), sostiene que “el repliegue de las asambleas hacia el espacio barrial y la merma en su composición, se debe en parte a la expectativa generada por el gobierno actual que construye su legitimidad en base a demandas que plantearon las asambleas: las purgas en las fuerzas de seguridad, la depuración de la Corte. Pero, además, la participación pasa por ciclos. Para cualquier ciudadano participar es toda una inversión de recursos”. Hay, además, sectores medios que ante los signos de recomposición política vuelven a la costumbre de delegar la representación.
Las asambleas tuvieron momentos álgidos de presencia en las calles en sus primeros meses y convergían en una interbarrial en Parque Centenario. Allí cristalizaron los problemas de la convivencia de personas con poca o nula experiencia de militancia –y expectativas disímiles– con partidos políticos de izquierda que creyeron ver en las asambleas el germen de una insurrección que había que apurar. Muchos caceroleros consideran que esa situación provocó deserciones. Este año los partidos se retiraron de la arena asamblearia. Los numerosos episodios de amenazas a asambleístas, sobre todo durante 2002, también parecen haber tenido un efecto expulsivo.
La articulación entre asambleas siempre fue complicada. Después que se diluyó la interbarrial, hubo intentos de crear instancias de confluencia que se fueron estableciendo por zonas –hay una interbarrial en Vicente López, un grupo de asambleas de zona Sur, otro de zona Oeste– y periódicamente se reúne un grupo de las autodenominadas autónomas. Según Pérez, es difícil hablar de un movimiento asambleario. “Aparecen objetivoscambiantes y no siempre convergentes; la construcción de una historia política compartida es una de las principales dificultades”. En su trabajo “Modelos de asambleas: entre el autogobierno y la representación”, del que también son autores Martín Armelino y Federico Rossi, diferencia entre asambleas populares (multiclasistas, opuestas al estado y con debates en los que apuntan a la unanimidad) y barriales (ceñidas al barrio, plantean debates que convocan a la diferencia y negocian).
“Aun con nuestras pequeñas acciones creemos estar construyendo poder popular autónomo. En eso es tan importante pensar en mejorar nuestra calidad de vida como discutir la relación con las instituciones y cómo ejercer la democracia directa. Que un desocupado pueda venir a bailar folclore un rato y distenderse es parte de lo posible”, dice Viviana, 41 años, de Corrientes y Juan B. Justo. Octavio, del Cid, agrega: “Los que estamos en asamblea resistimos la apatía y el conformismo. La práctica asamblearia horizontal nos enseña valores que la política tradicional no tiene, eso es parte del que se vayan todos, seguir buscando cambios en la lógica de representación”.
Para Pérez tanto el diagnóstico que hizo la izquierda sobre hacia dónde iban las asambleas como los que hizo la derecha “que decía que eran fruto de un berrinche que se acabaría cuando apareciera plata”, “oscurecieron la comprensión del proceso”. “Las asambleas ni desaparecieron ni fracasaron”, subraya. “Están más bien latentes. La forma asamblearia como práctica política y procedimiento de toma de decisiones, se mantiene disponible. Y en esto hay que reconocer que la apertura de un espacio de resistencia existe desde antes de 2001 con los movimientos piquetereos. Ahora hay sin duda una politización del espacio barrial que tenía pocos antecedentes. El ‘que se vayan todos’, no sólo reflejaba una crisis de representación, impugnaba un régimen de dominación propio de los noventa. No hay fracaso en esto, pero sí está pendiente una reforma política.”
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