EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
Formadores de opinión afamados, académicos, dirigentes de variado pelaje explican que “la gente” quiere ver presa a Cristina. Habrá que concluir, provisoriamente, que la multitud que se congregó en torno de los tribunales no es gente. Parecían, sin embargo. Serían homínidos y homínidas, una marea de cuerpos, voces y almas.
Comodoro Py es una de tantas avenidas de calzada ancha, de frente a las estaciones de tren y ómnibus de Retiro. Zona pródiga en edificios públicos, enormes, imponentes pero no majestuosos, para nada bellos. Testimonios de la arquitectura pública posterior a la década del 30 del siglo pasado, que se consolidó en las del 40 y 50, con el primer peronismo. Si las construcciones hablan (claro que lo hacen) expresan a un estado sólido, perdurable, que deja su marca en el terreno.
Las columnas organizadas, las más bullangueras y militantes, se congregan en Comodoro Py, ocupan varias cuadras. Los redoblantes y las consignas atruenan, hay pirotecnia.
Otro sector de la gent... o como se llame se disemina en otras avenidas. En Antártida Argentina predominan espontáneos en pequeños grupos. A ojímetro, entre clase media-media y trabajadora.
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La audiencia de ayer jamás debió celebrarse. Los cargos amañados por el juez Claudio Bonadio son endebles. Pretende entender en una cuestión no judiciable. La prueba, la llamamos así con laxitud, es patética: opiniones de economistas o periodistas del Multimedios, mayormente.
La Cámara Federal sumó un grano de arena al rechazar la recusación planteada por Pedro Biscay, ex director del Banco Central. El Poder Judicial es prolífico en decisiones vergonzosas. Esta no es la peor aunque concuerda con la tendencia. En pocos párrafos Sus Señorías señalaron que no se probó la parcialidad de Bonadio aunque reconocen que maltrató a la defensa, la trató de modo desigual respecto de la fiscalía. Rechazó escritos que debió admitir, forzó a los abogados a correr y trabajar de más. Eso parece parcialidad, clavada. No lo es para jueces empinados, empero. Para ellos, Bonadio incurre en esas prácticas criticables con asiduidad. Parece un agravante... pero para los camaristas es un eximente. Los magistrados filtran unas líneas diciendo que los abusos (que eluden llamar así) responden a un exceso de celo por investigar. Si es una ironía, está de más. Si se plantea como coartada, es grave.
Escribieron un capítulo más de un código procesal paralelo. Si alguien es detenido, se presume su culpa. Si alguien es esposado o encarcelado, se prueba su delito. Si un juez abusa de su poder, es un paladín. Con ese código en la mano, Milagro Sala ya es una presa política y se allana el camino para cercar a la ex presidenta Cristina.
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La lluvia cae impiadosa, no disuade a nadie. Microemprendedores venden cantidades de impermeables que servirán solo para esta ocasión, es la lógica del consumo inmediato a full. Están a 30 pesos, como unas remeras que otros vendedores exhiben en el piso, empapadas. Las estamparon con el Che, Néstor y Cristina, “Vamos a volver”. Un par de manifestantes ofrecen 15 por las mojadas. El vendedor porfía que les dará otras, secas y envueltas, al precio establecido. El cronista, estudioso del regateo callejero, se aleja mientras intuye un cierre a 20 o 25 pesos, acaso por las secas. En la calle es difícil abusar de posición dominante.
¿Hay mercado para hamburguesas o choripanes regados con cerveza a la 10 de la mañana? ¿Un desayuno americano, recargado de hidratos de carbono y grasas, en una jornada peronista? Parece que sí, el marketing da para todo. Una mujer anuncia “la chipa”, dicha así como en Misiones. En femenino y sin acento en la “a”.
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Cristina Fernández de Kirchner sabía que podía esperarla una vendetta calificada en Tribunales. El sentido común político aconsejaba buscar fueros: los claramente fijados para los diputados nacionales o los más discutidos en el Parlasur. Escogió exponerse antes que cubrirse, pensándose más como líder que como funcionaria o dirigente retirada.
Toma sus riesgos, dobla la apuesta, se asienta en su terreno: politiza la citación. Habló a su manera, largo y tendido, suscitando largos silencios. Empezó exhortando: “tranquilos”. Y dejó claro por qué no se asiló en la comodidad de los fueros. “Me pueden citar 20 veces más, me pueden meter presa, pero no callar. Voy a estar siempre con ustedes. No vean este hecho como el ataque a una persona.”
Caracterizó al gobierno de Mauricio Macri, historizó su coyuntura ligándola a otros estadios del peronismo.
Opineitors y editorialistas comparan en tono sarcástico la jornada con el 17 de octubre o los regresos del tres veces presidente Juan Domingo Perón. Si un extranjero recién llegado a estas pampas los oyera creería que los viajes de Perón eran como los del papa Francisco o el arribo de Lionel Messi: aceptación y fervor ecuménicos. La vida les daría sorpresas. Perón llegó al 17 de octubre desde la isla Martín García, donde estaba preso. Luego vivió en exilio 17 años tildado de “tirano prófugo”, proscripto y acusado de delitos jamás probados, incluyendo abusos sexuales a menores.
La historia no se repite, hay que precaverse del exceso de anacronismos. O del triunfalismo prematuro, sobrevalorando un acto, que entusiasmó de más al kirchnerismo en 2015.
De todas formas, hay una matriz revanchista común. Y un revival de la táctica de querer confinar en el Código Penal al legado de los gobiernos nacionales y populares. Doce años de gestión kirchnerista arrojan realizaciones, conquistas, ampliación de derechos, aciertos, errores, contradicciones. Mucho para debatir y optar, si de política democrática hablamos.
El macrismo le ganó una elección y puede relegarlo si transforma su legitimidad de origen (volátil por definición en nuestra cultura) en una prolongada de ejercicio. Si construye una gobernabilidad prolongada, con apoyo popular. Un camino difícil, lo que explica sin justificar por qué se buscan atajos.
La idea de terminar con la hidra justicialista tronchando su cabeza es primitiva y puede resultarle un búmeran.
El ex gobernador sanjuanino José Luis Gioja y el senador Miguel Pichetto le prenden una luz amarilla al macrismo cuando cuestionan a Bonadio. La prepotencia reagrupa al peronismo segmentado o filo amarillo, así sea por un rato. Dato para anotar, si se quiere construir una alternativa viable captando (o cooptando) adversarios.
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En el camino de ida, el cronista se cruza con Jaime Campos, un gerente que preside la Asociación Empresaria Argentina (AEA), la mega corporación que expresa a las patronales más poderosas. Se conocen, por sus respectivos trabajos. Las miradas, cree uno, se cruzan pero Campos no saluda, seguramente porque no registra. No está programado, tal vez, para ver a un manifestante así sea blanquito y de clase media.
Metros atrás, el ex funcionario sciolista Gustavo Marangoni apura el paso. Pocos metros y segundos de distancia huelen a desayuno de trabajo o rosca, ahicito nomás en el hotel Sheraton.
Van a contramano de la multitud, un símbolo o una definición, usted verá.
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La derecha siempre subestimó el componente racional de las adhesiones al peronismo. Satisfacción de intereses materiales y simbólicos. Si se les escapa tamaña tortuga, menos captarán su ingrediente emocional. En un contexto adverso por donde se lo mire, el kirchnerismo construyó un envión ayer.
Se chimenta que hay palomas macristas que pensaban que es mejor no escalar la ofensiva judicial. Si ese sector hubiera pegado un par de llamadas a los camaristas-secuaces de Bonadio, calcula uno, la recusación justa hubiera salido como por tubo. La independencia de los magistrados es un mito urbano, lo que puede haber es “justicieros” con doble comando o autonomía relativa como Bonadio.
Los federales más ruines (la mayoría o los dos tercios, por ahí) son pro cíclicos en política, aúpan a la fuerza que predomina. La regla de (in)conducta se excita frente al kirchnerismo, que le mojó la oreja sin derrotarlos. El presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti (a quien ya habría que rebautizar “Lorenzelig”), hace coaching a los federales para que avancen contra “la impunidad” que pasa lejos de la Casa Rosada y zonas de influencia.
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Todo se satura cuando las gentes (concedámosle, al fin) se amuchan. Los celulares no comunican, el WhatsApp no sirve para nada.
Los cafés de la estación San Martín se atiborran. Mozos y camareras son fogueados para atender rápido a una clientela numerosa. Los de esta hora desafían su experticia: se comportan raro, hablan de mesa a mesa, se ríen, tienen ganas de quedarse.
Un monitor repite imágenes del discurso de Cristina que los comensales aplauden y vitorean. En el jaqueado Fútbol para Todos no se celebran los replay, acá sí. Tal vez porque el sonido no bastó para llegar a la totalidad de los manifestantes, tal vez por ganas no más.
Todo acto de masas emite un mensaje, como una música. La euforia le ganó por goleada a la rabia. La bronca contra la persecución política cedió espacio a la alegría de lo colectivo, a lo que entona la pertenencia, a la gratificación de estar entre pares, compartiendo. Son gente, no los mueven el fanatismo ni la paga. Reconocer al otro es el punto uno de la convivencia democrática, olvidado hoy por elites y dirigentes que están haciendo su agosto.
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