EL PAíS
› ENTREVISTA A ARIEL DORFMAN, UN AUTOR CHILENO CON RESONANCIAS MUNDIALES
“Una vez terminadas, las novelas salen a andar por el mundo”
El escritor y dramaturgo vino a Buenos Aires a despedirse de su padre, fallecido a los 95 años. Prolífico y cambiante, habla de las próximas obras de teatro que estrenará en Japón, Inglaterra y Estados Unidos y de las tormentas de imágenes y situaciones que lo empujan a escribir.
› Por Angel Berlanga
A media distancia puede pensarse, por los anteojos de marco grueso, la elocuencia y cierta gestualidad, que Ariel Dorfman parece el hermano menor, más alto y con más pelo, de Woody Allen. Como el cineasta norteamericano, Dorfman pasa la mayor parte del año en Nueva York; allí vive con su familia, da clases de literatura y sus obras de teatro tienen un éxito notable en Broadway (así pasó, sobre todo, con una de ellas, La muerte y la doncella, que fue dirigida por Mike Nichols y protagonizada por Gene Hackman, Richard Dreyfuss y Glenn Close). Toda comparación se esfuma en cuanto se lo oye hablar; es curioso que sea su entonación, su inconfundible acento chileno, el que derrumba toda posibilidad de parentesco y hace pensar, ahora, en un turno con el oftalmólogo para quien creyó notar alguna similitud con Woody. La elocuencia, sin embargo, es innegable, y Dorfman la desplegará al máximo en cuanto se ponga a hablar de los proyectos en los que anda.
Cuenta Dorfman que vino a pasar dos meses en Buenos Aires con un objetivo muy concreto: despedirse de su padre. Cuando falleció, en marzo del año pasado, el escritor pensó que debía hacerse un remanso en el vértigo de su agenda: “Vivo aceleradísimo y nunca tengo tiempo para todo lo que quisiera hacer, pero en este caso nos generamos un espacio con mi mujer”, dice. “Tenía 95 años, y murió lúcido, bien. Así que uno tiene que lamentar su ausencia, pero también tiene que celebrar que no haya sufrido y que se fuera digno. Estos dos meses fueron una especie de despedida continua de él, de la casa, de los recuerdos”. Está particularmente emocionado con la donación al Centro Cultural de la Cooperación de la biblioteca de su padre, el piano de su madre y algunas plantas de la vieja casa, gestos que quieren alguna forma bella, posible, de continuidad. “Al mismo tiempo todo resulta un poco desgarrador: no es fácil”, dice.
El remanso terminará en cuanto se vaya de Buenos Aires. Tal vez, incluso, ya haya terminado: sobre la mesa tiene una propuesta de Alan Parsons para trabajar en una comedia musical. Dorfman se entusiasma con dos cosas: con la jerarquía de quien le propone el asunto y con el desafío de abordar un género nuevo. Esa, dice, es una característica de su obra: la variedad. Desde su célebre Para leer al Pato Donald ha escrito piezas bien disímiles: ensayos, novelas, obras de teatro, autobiografía, guiones de cine, poesía, etc. Acaba de publicar en Estados Unidos Memorias del desierto, un libro de crónicas de viajes por Chile, encargo de National Geographic, sobre el que dio una conferencia a fines de enero en Buenos Aires. Dorfman se pone cada vez más elocuente (gesticula como Woody, nomás) a medida que cuenta que también escribió novelas a dúo con sus dos hijos, que tiene tres propuestas para adaptar La muerte y la doncella a ópera, y que tiene escritas tres nuevas obras de teatro. Vale detenerse en ellas.
La primera se llama Purgatorio. El actor Gael García Bernal compró los derechos y planea protagonizarla en México, Argentina y España. Iba a hacerlo en Londres, pero la convocatoria de Almodóvar al mexicano frustró el asunto. En Broadway se hará con otros protagonistas (Dorfman dice que son prominentes y que no puede revelar quiénes son, porque “estamos en tratativas”). “Es una continuación temática de La muerte y la doncella”, cuenta. “Si ahí la pregunta central era ‘qué pasa si te encuentras con la persona que más te dañó en el mundo’, en ésta es ‘qué pasa si te encuentras con esa persona, no la reconoces y estás a cargo de su terapia’”. La segunda se llama El otro lado, se estrena en abril y es un encargo del nuevo teatro nacional de Japón. “Es el primer encargo de la historia que le hacen a un autor no nacido en Japón”, dice, y cuenta que está dirigida por el coreógrafo coreano que organizó la ceremonia inaugural del mundial pasado, y que en octubre Peter O’Toole la estrenaráen inglés, en Londres. “Es una pareja de ancianos que viven en el borde de dos países que están en guerra desde hace 40 años; el viejo nació en uno de esos países, y la vieja en el otro. Y la pregunta es qué pasa cuando llegan la paz y un agente de frontera a dividir ese hogar”. La tercera obra se llama El closet de Picasso, y enfoca en la conducta del pintor durante la ocupación nazi de París. “Trato de agotar todas las posibilidades de una situación moral y temporaria y articulo distintas respuestas a una pregunta: ¿cuánto debe abstenerse una persona tan genial como Picasso de colaborar o no con la resistencia?”.
–¿Los disparadores de sus obras suelen ser preguntas?
–No, las preguntas las tengo siempre. Uno está lleno de preguntas y obsesiones. Todo el tiempo tengo en mi cabeza cincuenta, cien, semillas de ideas, personajes, cositas que van apareciendo. Y generalmente en un momento llega una frase, algo que me dice “es hora de empezar con esto, porque corresponde a un momento de tu vida, aunque tú no lo sepas”. Ahora, en el momento mismo de la escritura, como dice John Berger, el problema es cómo hacerlo: hay millones de historias para contar, pero el asunto pasa por encontrar la forma particular para narrar cada historia. El estilo suele ser el problema central. En el caso de la obra sobre Picasso, por ejemplo, di con una técnica muy particular; él, en sus cuadros, muestra varios planos al mismo tiempo, y yo decidí, en la obra, evolucionar de “lo que pasó” a las distintas posibilidades “de lo que pudo haber pasado”. Ahora, generalmente yo no sé lo que he escrito hasta que termino; ahí me doy cuenta y digo “ah, era esto, por esto estaba tan interesado”.
–¿Parte con una dirección, un camino a seguir, y cuando llega a destino descubre que llegó a otro lado?
–A mí me dan vueltas y vueltas ideas, personajes, frases; en algún momento imagino una escena, algo muy concreto, que no me puedo sacar de la cabeza. Máscaras, una novela mía a la que ahora Coetzee va a hacerle un prólogo, empezó con esta imagen: un hombre parado en un segundo piso que con una mirada aterradora “desnuda” a una mujer que toca el timbre de su casa. Y aunque esa mirada era aterradora yo sabía, sin embargo, que ese tipo era el más humillado, el más humilde del mundo; lo que no sabía era por qué era tan arrogante si estaba tan jodido. La novela salió de eso, de proponerme entender eso. Y yo estaba con tanto miedo de esa voz que tuve que sacármela de encima.
–¿Prefiere interactuar con otros a la hora de escribir, o prefiere el trabajo solitario?
–El problema con las obras teatrales es que hay que dedicarles mucho tiempo después, para trabajar con directores, actores, etc. Una obra a veces no está lista hasta que no se pone en escena. Se tarda mucho en escribir una novela, pero una vez terminada sale a andar por el mundo. Es fantástico interactuar con otros, pero yo no puedo estar haciendo sólo eso; cuando paso demasiado tiempo así me angustio y quiero la soledad. Lo que más me gusta es estar en un escritorio solo, escribiendo. Pero rápidamente me agarra el bicho de la colaboración y trabajo con otros. El libro del Pato Donald mismo es una colaboración. Hasta escribí novelas y guiones con mis hijos: eso sí que es muy complicado.
–Finalmente, una duda que ronda desde el principio: ¿alguna vez, por pinta y gestos, lo asemejaron con Woody Allen?
–¡Todo el tiempo me lo dicen! De buena fuente, incluso, me han llegado rumores de que si alguna vez Woody fuera a inventar en algún film un personaje que sea su hermano, mayor o menor, me elegirían a mí para protagonizarlo.
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