Vie 21.05.2004

EL PAíS  › OPINION

Judicializar la política

› Por Mario Wainfeld

Supongamos que la denuncia promovida por el ministro Julio De Vido prosperara y que, merced al clima imperante a partir de la emergencia de Juan Carlos Blumberg, hubiera pronta sentencia imponiendo a Elisa Carrió la máxima pena prevista por la ley. Y, ya que estamos, que se le impusiera prisión efectiva. ¿Mejoraría con eso el sistema democrático? ¿Sería la sentencia funcional a la rejerarquización del sistema político? Y aun, yendo a algo más específico, ¿conseguiría un fallo de un juez del desacreditado fuero federal convencer a la sociedad de que De Vido tiene razón y Carrió no? La formulación retórica de las preguntas sugiere las respuestas, al menos a los ojos de este cronista. En todos los casos, la respuesta es negativa. La formulación por el absurdo de lo que sucedería de prosperar la incursión del Gobierno en Comodoro Py pretende demostrar que la judicialización de la discusión democrática es ineficaz.
Además es sospechosa. Este gobierno, como todos los que han regido este suelo en democracia, recibe a diario invectivas feroces de interlocutores surtidos. Muchas han de ser injustas y unas cuantas se formulan en lenguaje desmedido, cuando no soez. Empero, y eso llama la atención, se ha decidido querellar exclusivamente a quien es la principal dirigente de la oposición. Lilita Carrió es, de lejos, la política no peronista con mejor imagen, sólo superada por el Presidente y Cristina Fernández de Kirchner, según las encuestas que encarga la Casa Rosada. Ha declarado que será candidata a diputada en Capital, todo un desafío para el Gobierno que tiene, al menos, tres ministros que tienen en mira una proyección electoral en ese distrito: Alberto Fernández, Rafael Bielsa y el propio De Vido, quien fogonea un par de agrupaciones porteñas. Si Carrió mirara los comicios por TV, con traje a rayas, un manto de duda salpicaría al Gobierno.
El lenguaje común ha inventado un proverbio inexistente, aquel que proclama que los derechos de uno terminan donde comienzan los de los demás. Esa simplificación parece presuponer que los derechos encastran como en un rompecabezas. En verdad, los derechos colisionan permanentemente y es deber de las autoridades determinar cuál prevalece en cada caso. En el caso hay un conflicto entre los derechos individuales de De Vido y valores fundantes de la democracia, como la libertad de expresión. Si se “despenaliza” a Carrió, hay riesgo de desmedro de los derechos personales del ministro. Pero, si prospera la judicialización de la oposición, se embarra el sistema político mismo. La opción es evidente.
Cabría agregar que, en su cultura política y en su lenguaje cotidiano, los argentinos suelen ser jacobinos, enérgicos, hasta violentos. Mucho más que otras sociedades. Acostumbramos a tutear a cualquiera, ser muy descalificantes, insultar mucho más que gentes de otras latitudes. La ocupación del espacio público, muchas veces en plan belicoso, ha cundido como praxis. Quizá por la violencia que tiñó nuestra historia, acaso como reacción a las restricciones impuestas por la dictadura militar, por lo que fuera, los modos argentinos realmente existentes son muy duros. Todos sabemos de lo que se trata. Pocos ministros del Interior –sin duda ninguno de Estados Unidos, Francia Chile o Colombia– prodigarían las puteadas, modismos lunfardos e ironías agresivas en que (sin mayor escándalo para nadie) incurre a diario Aníbal Fernández. La dureza de una invectiva debe medirse bajo la luz de las reglas reales del debate político. Por aquí, son muy despiadadas.
Flaco favor les hace Julio De Vido con su denuncia a la democracia y a su reputación, que no está en jaque por los dichos de Carrió, sino por su propia gestión y por la crisis energética. Su movida, supuestamente legalista, tiene el acre tufillo de la tentación autoritaria.
¿Hace falta aclarar que el autor de esta columna no está avalando las acusaciones de Carrió? ¿Que juzga que tuvieron un tono desmedido, hasta torpe? ¿Que cree que deterioran la calidad democrática y que no están a la altura del lugar que se ha ganado Carrió y de sus altas calidades como parlamentaria? Por si hacía falta, queda dicho.

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