EL PAíS
› OPINION
Un año de K
› Por Eduardo Aliverti
¿Desde dónde juzgar el primer año de Kirchner? Es una pregunta de honestidad ideológica.
Parados desde la derecha, el gobierno K merece la crítica porque, aun cuando no modificó nada, estructuralmente, del modelo que se terminó de implantar en los ‘90, tampoco lo profundizó. El establishment insiste con lo suyo y no le gustan nada de nada las amenazas de volver a otorgarle al Estado un rol intervencionista en el manejo de la economía. Están espantados, por supuesto, con la política gubernamental de derechos humanos. Y actos como el de la ESMA, directamente le pusieron los pelos de punta. El problema de la derecha es que carece por completo de un partido o figura que exprese sus intereses con capacidad y discurso atractivo. Y tiene que tragarse que un dirigente como Kirchner, con perfiles populistas y verba de centroizquierda, haya aparecido para salvarle las papas al capitalismo de este traste del mundo. ¿Es honesto, entonces, que la derecha critique al gobierno K, siendo que al fin y al cabo es de su palo sólo que con símbolos y connotaciones molestos para el ultraliberalismo? ¿Qué pretende? ¿Que después de haber destruido al país pudieran seguir acciones y fraseologías como las de la rata? En una palabra, ¿puede criticarse al kirchnerismo por derecha? Sí, pero no es justo. Las corporaciones; los dueños de los grandes negocios; los cruzados de la mano dura para reprimir la inseguridad; el peronismo bonaerense deberían llamarse a silencio porque no es la hora de que sigan haciendo de las suyas así como así. Lo único que hace Kirchner es ponerles algunos límites.
Ahora vamos a la izquierda. El Gobierno, desde ya, deja hacia allí una serie de flancos muy considerables. No es cierto que privilegie la deuda interna –social– contra los acreedores. Sí que, como producto del deceso de la convertibilidad, se negocia con el FMI y los bonistas en un escenario de “más que esto no puedo”. Significa un cambio con relación con la rata, cuando sólo había un lado del mostrador, pero no que ello redunde en mayor justicia social. A ver: no se discute la ilegitimidad de la deuda; el pago a los privados es en cualquier caso un montón de dinero y a los organismos multilaterales de crédito no sólo se les paga todo y en punto sino que, encima, Argentina se comprometió a un superávit de sus cuentas públicas que es, no hay que cansarse de decirlo, una epopeya fiscal. Esto afecta gravemente cualquier programa de desarrollo y refugia a pobres e indigentes en la única esperanza de continuar asistencializados con lo que “se pueda”. Se trata de una lista suculenta a favor de los núcleos del privilegio. Estos flancos de K siguen de corrido, pero el problemita para la izquierda es que el hombre lo dejó claro de entrada: quiere apenas “un capitalismo nacional”, la reconstrucción de la “burguesía”, una mera reactivación del Estado como regulador de los desequilibrios sociales. Nada menos, comparado con el roedor prófugo. Pero nada más. Entendámonos: Kirchner no es de izquierda, es peronista. Esta es la cosa que va más allá del propio K porque se mete con aquello de los intereses populares, específicamente de la clase media y cabe presumir que también de los sectores bajos: ese grueso también confía o espera que la solución pueda estar en los marcos de este sistema; y de hecho, en las urnas, rechaza una y otra vez opciones más radicalizadas. ¿Cuáles podrían ser, en consecuencia, un diagnóstico y estrategia adecuados por parte de una izquierda lúcida? Seguir pidiéndole peras al olmo porque, está bien, forma parte del folklore. Pero sobre todo marcarle las contradicciones al Gobierno dentro de su propia lógica, que repitamos: es asimismo la lógica popular o se le parece demasiado. Por ejemplo, mucho más efectivo que reclamar lisa y llanamente el no pago de la deuda parece ser la pregunta de cuál burguesía nacional quieren reconstruir frente a la extranjerización de todos los resortes básicos de la economía. Apenas uno de los muchos interrogantes que, uno cree, implicarían parársele por izquierda a K. pero con estatura de discusión a fondo, y no con la repetición de consignas que aunque certeras en su dictamen demuestran, en el mejor de los casos, ingenuidad y resultado cero.
Los gobiernos no cumplen años solos. Los cumplen con los méritos y las miserias de sus pueblos y de sus clases dirigentes.