EL PAíS
Bergoglio tiró palos, pero en Gobierno los esquivaron
En el Tedéum, Bergoglio criticó las “soluciones mágicas nacidas en oscuras componendas y presiones del poder”. El Gobierno evaluó que sus críticas fueron para toda la clase política. Kirchner volvió a lastimarse la cara.
› Por Fernando Cibeira
La homilía del cardenal Jorge Bergoglio durante el Tedéum del 25 de Mayo dejó al Gobierno conforme, dado que interpretó en sus palabras pocas críticas directas. O que, al menos, no fueron los únicos destinatarios. “Este pueblo no cree en las estratagemas mentirosas y mediocres. Tiene esperanzas, pero no se deja ilusionar con soluciones mágicas nacidas en oscuras componendas y presiones del poder”, sostuvo Bergoglio desde el púlpito de la Catedral. “Marcó con mucha claridad mucho de la realidad del país”, alcanzó a evaluar el presidente Néstor Kirchner en la tumultuosa salida de la ceremonia que le costó una nueva herida en la cara. En las cercanías del Presidente recalcaban que, en un discurso duro y por momentos críptico, que obligó a una lectura entre líneas, Bergoglio marcó en el final que se abría un lugar para la esperanza.
En esa interpretación optimista evaluaban que si hubo palos fueron para toda la clase política y no sólo para el Gobierno. Por ejemplo, cuando Bergoglio se refirió a un pueblo cautivo de “nuestras heridas sangrantes y luchas internas, de la ambición compulsiva, de las componendas de poder que absorben las instituciones”.
Los funcionarios del Gobierno que mantienen una relación cercana con Bergoglio aseguran que el cardenal tiene una muy buena opinión de Kirchner. Pero que, tal vez, no piense lo mismo del Gobierno en su conjunto. Y que hace distingos con algunos funcionarios del elenco oficial. Así justifican algunos párrafos de la homilía. “La propuesta es liberarnos de nuestra mediocridad, esa mediocridad que es el mejor narcótico para esclavizar a los pueblos. No hacen falta ejércitos opresores. Parafraseando a nuestro poema nacional, podemos decir que un pueblo dividido y desorientado ya está dominado”, dijo.
La evaluación de los funcionarios fue positiva empezando por la del propio Presidente. Luego de que Bergoglio pusiera énfasis en la necesidad de conseguir la inclusión de todos los sectores, Kirchner, envuelto en una nube de cámaras y micrófonos, respondió que “en la Argentina se está recuperando un pueblo, se está recuperando la identidad. Y volver a encontrar la inclusión social es una tarea fundamental”.
Tratándose de Kirchner, no es de extrañar que la ceremonia tuviera varias particularidades. Para empezar, no utilizó el bastón ni la banda presidencial, los llamados atributos presidenciales que se suelen utilizar en ocasiones de pompa, como la de ayer. La idea de Kirchner, explicaban en la Rosada, era la de presentarse como “un ciudadano más”.
Con la misma intención no quiso recorrer las dos cuadras hasta la Rosada en automóvil. Lo hizo de a pie, encabezando una pequeña procesión junto a quienes habían conseguido sortear las vallas que rodeaban la Plaza de Mayo. El Presidente apretó manos y besó chicos durante una media hora. Entre tanto apretujón, un arañazo le costó una herida en la nariz, repitiendo aquella recordada foto de su asunción, cuando una cámara fotográfica le provocó un corte en la frente.
Asistencia perfecta
Kirchner estaba engripado. Al momento de la misa tenía 39 grados de fiebre, algo que se notaba por sus ojos hinchados. El Presidente ocupó el primer banco junto a su esposa, la senadora Cristina Fernández. Si bien Cristina no permaneció al lado del Presidente en la trabajosa marcha posterior hacia la Casa de Gobierno, sí saludó a muchas personas que abrieron las vallas y se acercaron a ella en la explanada de la Rosada sobre Rivadavia.
El Tedéum tuvo una concurrencia perfecta de parte del Gobierno. Incluso, muchos ministros fueron con sus esposas como en el caso de Rafael Bielsa y Roberto Lavagna. Bielsa, que llegó a la Catedral un par de minutos antes que el resto, se acercó a escuchar a un grupo de ex combatientes de Malvinas que, con sus cruces blancas, buscaban llamar la atención delPresidente. El canciller les prometió que le transmitiría a Kirchner sus quejas por algunas promesas incumplidas.
Detrás de Kirchner se sentó Raúl Alfonsín, el único ex presidente que aceptó el convite. A la misma altura, se ubicó el jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, quien compartió asiento con los Fernández y el titular de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño. También estuvieron los jefes de las Fuerzas Armadas y los ministros de la Corte, Enrique Petracchi y Antonio Boggiano, quien dormitó buena parte de la ceremonia.
Kirchner había tenido noticias de la homilía de Bergoglio el día antes y sabía que no le esperaban los sofocones que alguna vez sufrieron el propio Alfonsín o Carlos Menem en las mismas circunstancias. El cardenal fue crítico con los medios, con “la mediocridad cultural” e insistió en la necesidad de dar cabida a quienes piensan distinto para que nadie se sienta el dueño único de la verdad. “Copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ser su heredero”, apuntó.
En la evaluación del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, las palabras de Bergoglio resultaron “interesantes”. “Simplemente nos pide terminar con la miseria del diálogo que tenemos los argentinos muchas veces y terminar con las difamaciones y diatribas, aceptar la tolerancia y aportar ideas, que es algo que falta en la oposición. Es un discurso sobre el que tenemos que reflexionar todos”, opinó Fernández.
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