Jue 27.05.2004

EL PAíS

Política, educación y derechos humanos en honor a Alfredo Bravo

Al cumplirse un año de la muerte del diputado socialista (senador
electo) se descubrió una placa con su nombre en el colegio Luis Agote, donde fue director durante trece años. Participaron sus hijos y su esposa.

No había mejor lugar. Una escuela, su escuela pública. ¿Dónde si no brindarle homenaje a un año de su muerte? En un patio repleto de guardapolvos blancos, muy cerca de las aulas en las que enseñó durante toda su vida. Ese era el lugar de Alfredo Bravo, y hasta allí se acercaron sus compañeros, amigos y familiares para recordarlo. En el colegio del que fue director, frente a la cartelera celeste y blanca del 25 de Mayo, descubrieron una placa en honor al militante socialista, al defensor de los derechos humanos. Al maestro Alfredo.
“¿Cómo hacemos para bajar la pelota que se quedó enganchada en el techo?”, les preguntó Juan Carlos Valdés a lo chicos que escuchaban atentos desde las gradas. Después de unos segundos, el ex secretario adjunto de la Ctera les explicó: “El maestro Alfredo hubiera hecho una asamblea entre todos ustedes para poder resolver el problema. El se preocupaba por las cosas más sencillas”.
Las anécdotas y enseñanzas que dejó Alfredo Bravo se fueron sucediendo en palabras de cada uno de los que hablaron en el acto. Emocionada, su esposa Marta las recordó sentada en una pequeña silla escolar. Desde allí, escuchó a Nora Rosen, la actual directora del colegio Dr. Luis Agote, quien no olvida cada oportunidad en la que Bravo pasaba a visitar la escuela. “Ya siendo diputado encontraba el tiempo para compartir con nosotros grandes momentos. Su compromiso por la defensa de la escuela pública es ahora nuestro desafío”, dijo mirando los ojos de sus alumnos.
Aunque bien podría haber sido cualquier escuela pública, el proyecto impulsado por el diputado socialista Roy Cortina en la Legislatura porteña eligió colocar la placa de homenaje en el colegio del que Alfredo Bravo fue director durante 13 años, desde 1961 hasta 1974. “Siempre lo recordaremos con el verbo unir –aseguró Cortina frente a otros legisladores y a dirigentes del Partido Socialista–. Unió a los docentes, a los defensores de derechos humanos y a los socialistas.”
A los 18 años, cuando ya militaba en el socialismo, el joven Bravo se recibió de maestro en la Escuela Normal de Avellaneda y se fue al Chaco santafesino a ejercer la docencia en una escuela rural. De vuelta en Buenos Aires, se dedicó a la actividad gremial y fue uno de los gestores de la Ctera, que en 1973 unificó a diferentes sindicatos docentes. Poco después, meses antes del golpe del ’76, fundó con otros políticos y religiosos la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos para denunciar la represión que se encrudecía día tras día. La triple representatividad de Bravo –educación, política democrática y derechos humanos– era demasiado para el gobierno militar. Por eso no pasó mucho tiempo hasta que una patota de la Policía Bonaerense del coronel Ramón Camps lo arrancó de una de sus clases y lo mantuvo secuestrado durante semanas.
Entre todos los amigos y compañeros que asistieron al homenaje, estuvo presente un hombre que quizá le salvó la vida. Santiago Giúdice, actual director de la escuela Alfredo Palacios del D.E. 12, fue el maestro que aquel 8 de setiembre de 1977, cuando los represores de la dictadura se llevaron a Bravo de la escuela para adultos de Primera Junta, dejó a un lado el miedo, levantó el teléfono y comenzó la cadena para que todos se enteraran que habían secuestrado al maestro.
“Es difícil hablar de un padre que nos dejó hace un año, sin aviso. Como siempre; él nunca nos avisaba, siempre hacía”, comenzó con la voz entrecortada el último en hablar, su hijo Daniel. Sus palabras describieron al Alfredo papá que no dejaba nunca de ser el Alfredo maestro: “Mi viejo nunca fue un padre compinche. Quizás no estaba en el abrazo y a veces postergaba a su familia para estar en el sindicato o en su lucha por los derechos humanos. Pero nosotros nunca le reprochamos nada. Estaba en la enseñanza diaria. Fue un maestro como padre”.

Informe: Martina Noailles

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