Jue 27.05.2004

EL PAíS  › OPINION

No salvemos a Georgie

Por Carlos Raimundi*

EE.UU. estuvo siempre involucrado en el destino de Haití. Desde la ocupación de 1915 hasta su apoyo a la dictadura de “papa-doc” François Duvalier y sus siniestros milicianos, los tontons-macoutes. Desde su apelación a la ONU para reponer a Jean Bertrand Aristide en 1993, hasta su participación en el golpe que lo derrocó en febrero de este año. Es decir, la situación de 8 millones de haitianos es inescindible de la estrategia que EE.UU. tiene preparada para ellos.
A lo largo de tal devenir, Haití se convirtió en un país en el que el 75 por ciento de los niños sufre anemia y el 50 por ciento de ellos no está matriculado en la escuela primaria, según el informe preparado por Kofi Annan, secretario general de la ONU.
Ese mismo informe dice que el 40 por ciento de los ingresos del país proviene de remesas de haitianos que residen en Florida, lo que implica que, actualmente, la principal preocupación de EE.UU. respecto de Haití pasa por el control de la inmigración.
La globalización implica transferencia de informaciones, capitales y mercancías a costos más bajos. El único factor productivo que ha sido expresamente inhabilitado por el poder para circular con mayor rapidez en base a la oferta de más bajos costos es la fuerza del trabajo. Teniendo en cuenta las reglas del libre mercado, esto no debiera ser así.
Esta contradicción flagrante de la modernidad se presenta en 4/5 partes del planeta, entre ellas en América Central y el Caribe, y se simboliza en estos momentos en Haití. EE.UU., tan involucrado en la región, no presenta ninguna alternativa de desarrollo. Eso sí, cuando los pobladores pretenden escapar al subdesarrollo, los devuelven a su país de origen o los confinan en Guantánamo.
Desde el punto de vista de su formalidad legal, el envío de cascos azules no presenta objeciones: deriva de la resolución 1529/04 y se sujeta a los límites del capítulo 7 de la Carta de la ONU, responde a la necesidad de ayuda humanitaria y se realiza en conjunto con otros países de la región.
Pero desde el punto de vista político, este envío fue solicitado por EE.UU. y tiene como efecto relevar las tropas de su país. El problema se presenta ante la pregunta: ¿a qué intereses sirve y cuáles son los objetivos de esta estrategia?
Mi respuesta es: el desquicio al que la administración Bush ha llevado a la humanidad, demanda de América latina una política exterior basada, de una vez por todas, en valores y principios. Y desde esa mirada, la Argentina no debe tener ningún punto de contacto con la estrategia Bush.
La intervención humanitaria en Haití debe –imperativamente, si procura ser coherente con el propósito enunciado– advertir que no se trata de liberar marines de Haití para que vayan a invadir otros países, matar a inocentes y aplicar torturas. Y todo en nombre de la democracia y la seguridad mundial, y basado en informes falsos de la CIA.
Si en simultáneo con el envío de la misión de paz nuestro gobierno no genera, con América latina y con países como Francia, España, Sudáfrica y otros que compartan esta visión, un polo alternativo a las tropelías del gobierno estadounidense, no sólo no resolverá la crisis en Centroamérica, sino que corre el riesgo de ser funcional, una vez más, a la ruina material y moral, en que el poder de EE.UU. está sumiendo al planeta.

* Presidente ARI Pcia. Buenos Aires. Responsable Política Exterior ARI.

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