EL PAíS
› LO QUE PONE EN JUEGO LA PROPUESTA DE PAGO A LOS BONISTAS
Tres proezas al precio de una
El Gobierno confía en su propuesta y aspira a concretar una carambola a varias puntas. La percepción oficial del frente interno, los globos de ensayo y los sondeos que se leen en la Rosada. Los problemas que se vienen, si todo sale bien. La crisis de Brasil, vista desde el Sur y el Norte. Un homenaje sin fecha cierta.
› Por Mario Wainfeld
OPINION
El Gobierno se apresta a anunciar su propuesta para los acreedores privados y percibe como probable concretar una triple hazaña:
- Convencer a un alto porcentaje de los susodichos acreedores, y antes al Fondo Monetario Internacional (FMI), de que una quita fenomenal es aceptable, conforme las actuales circunstancias.
- Persuadir a la mayoría de los argentinos de que un compromiso de pago fenomenal (una pesada mochila para la vida de la actual generación y la siguiente) no es una abdicación. Y que el acuerdo sugerido no es una retractación de la palabra del propio gobierno argentino en Dubai.
- Lograr en el futuro inmediato que esa oferta sea sustentable, honrando la nueva deuda externa sin herir de muerte el crecimiento de la economía local.
Hace un año ninguna de esas proezas era siquiera imaginable. Ahora las cosas han mejorado, el anhelo oficial no es imposible, pero sigue pareciendo muy difícil que la administración Kirchner concrete esos tres desafíos, al unísono. Porque, bien entendido, si no concreta los tres estará en un brete severo.
La propuesta definitiva se dará a conocer mañana o acaso el martes, por boca del ministro de Economía Roberto Lavagna, quien se reunirá hoy con el presidente Néstor Kirchner y el jefe de Gabinete Alberto Fernández, para ajustar los últimos detalles. “Detalles”, aseguran pertinentes voces del ala política del Gobierno y de Economía, quienes citando a un filósofo estoico autóctono, aseguran que “la base está”.
Con la ostensible intención de ir pulsando a la sociedad argentina (veáse hazaña dos al comienzo de esta nota), el Gobierno ha ido goteando aproximaciones a la concreción en cifras de la propuesta de Dubai. El mismo Presidente, en entrevista concedida a Página/12 el domingo pasado, deslizó que la quita del 75 por ciento podía hacerse sobre “valor nominal o valor presente”, siendo que esta última versión equivale a una quita real menor. Alberto Fernández, a su vez, sugirió que podían incluirse los intereses caídos desde el default, que Lavagna había excluido expresamente en sus sucesivas explicaciones sobre los alcances de la propuesta Dubai.
Esos globos de ensayo, aunque también recalaron en oídos extranjeros, básicamente buscaban explorar las reacciones de la opinión pública argentina y de la corporación política. Los ecos fueron francamente escasos, si no nulos, lo que para el Gobierno es buena noticia. Desde luego, cuando se conozca la propuesta definitiva la repercusión será mayor y seguramente más hostil. El Gobierno, quiérase que no, quedará expuesto a algo que no le gusta ni ahí: ser corrido por izquierda. Curándose en salud, varios funcionarios tratan desde ya de centrar la discusión en el estricto apego a lo puntualizado en Dubai. “Lo que planteamos fue una quita de 60 mil millones de dólares y eso habrá”, aseguran en la Rosada y adelantan lo que dirán en la semana que está por comenzar.
Por lo bajo, algunos asumen que Dubai esta siendo “maquillado” o “re presentado” o que se “trata de agregarle cierto glamour para los acreedores”. O sea, confiesan sotto voce que alguna herejía ha retocado aquel cuerpo dogmático.
Pero todos coinciden en dejar sentado que Argentina ha negociado con dignidad y que está poniendo sobre la mesa “la mayor quita de la historia mundial”, duplicando a la de Rusia. La celeste y blanca, de nuevo arriba en el podio, tras tantas frustraciones en el terreno futbolístico. Y todos confían en que “la gente” se percatará de que hubo una enérgica defensa de los intereses nacionales. Las encuestas que el Gobierno consulta obsesivamente apuntalan su punto de vista. Según los datos que consigue semana a semana la consultora que dirige Enrique Zuleta Puceiro, es muy mayoritario el apoyo a la estrategia conducida por Kirchner y Lavagna. El aval, a estar a los sondeos en cuestión, se extendería incluso a una eventual mejora de la propuesta, para evitar el rechazo de los bonistas. Kirchner basa su consenso en dos pilares: su honestidad y su racionalidad. La primera despeja dudas acerca de la buena fe de eventuales cambios; la segunda le procura confianza aún si realiza concesiones. Esa confianza en el Presidente viene de la mano con la fe en que “las cosas” mejorarán para el país y para los entrevistados personalmente en el corto plazo.
Aun si se acepta la pertinencia de las encuestas y la vigencia de ese clima aprobatorio tras el anuncio de la propuesta, es palmario cuán estrecho es el desfiladero por el que transita la confianza al Gobierno. Está dialécticamente ligada a la suerte cercana de la Argentina en su conjunto y la de las personas comunes que, por ahora, le dispensan crédito.
El debate inminente, una vez puesta sobre la mesa la oferta oficial, será la viabilidad interna del plan de pagos propuesto, que será un esfuerzo descomunal, aun mediando la quita record mundial.
Si bien la discusión central será el mérito de la propuesta, la polémica acerca de si se modificó Dubai tendrá su peso en la política interna. Es que la palabra de Kirchner, su sinceridad, su alejamiento del doble discurso son bastiones de su prestigio público. Los opositores tratarán de socavarlo, demostrando que no honró sus propias promesas, que no está a la altura de legitimidad que hoy posee, tal lo que viene intentando Elisa Carrió desde hace unos meses.
¿Y fuera de casa,
cómo andamos?
Lo que el Gobierno pondrá sobre la mesa será una ingeniería financiera que achique el abismo entre el valor actual de los bonos y su valor nominal. Algo puede lograrse manejando los plazos e importes de pago: si se acortan los tiempos y se aumentan los montos de los primeros servicios de la deuda, se achica la brecha.
El superávit primario comprometido para los primeros años, se obstinan en la Rosada y en Economía, no trasgredirá el 3 por ciento del PBI. El Estado nacional asumirá el total de ese compromiso, por ser el único cuya solvencia se puede garantizar. “No podemos pagar más. Hay que entender que la recaudación impositiva actual, que es muy alta, lleva a su interior unacontradicción. Está basada en varios impuestos distorsivos; el del cheque y las retenciones para empezar. Es lo que hay, no vamos a cambiar en el corto plazo ese esquema pero está claro que tira para abajo un mayor crecimiento”, propone, entre clásico y liberal, un importante integrante del equipo económico.
Los bonos ligados al crecimiento formarán parte del paquete sugerido y se supone que sean un anzuelo para los acreedores. Estos parecen haber tomado posiciones y marcado el terreno: los bonos defaulteados cotizaron en estos días alrededor del 30 por ciento de su valor de origen, una “señal de los mercados” acerca de sus expectativas mínimas de cobro.
Un dato llamativo de las declaraciones de estos días es que han mostrado a Lavagna y Kirchner en roles diferentes a los que el sentido común periodístico les suele atribuir. Fue el Presidente quien abrió más puertitas para retocar o reinterpretar Dubai. Y fue Lavagna el más intransigente. Es prematuro definir si se trata de un rol playing o nueva discusión en el más alto nivel del Gobierno. Con los días se podrá ver más claro.
Brasil, el clásico rival
La propuesta, aun antes de conmover a la caterva compleja e imprevisible de los tenedores de bonos, debe pasar bajo la auditoría del FMI. Lavagna dialogó, con mucha cautela y reserva, en Guadalajara con varios representantes del G 7 y, según transmitió a su equipo más cercano, las reuniones fueron “muy buenas”. El ministro, dicen sus allegados, detalló con esmero el desarrollo de las tratativas con los acreedores y sugirió las líneas maestras de la propuesta que vendrá, dejando a salvo que su versión final depende de la decisión presidencial. Según la visión de Economía, traducida de modo más literario que literal por este cronista, el ministro no recibió promesas pero sí percibió buenas ondas para la aprobación del segundo tramo de las metas acordadas con el Fondo. Esto quiere decir, traducido al criollo, que el organismo no se rasgará las vestiduras por la falta de avances de la ley de Coparticipación y (por ahora, en septiembre habrá que ver) con cómo va el trámite con los bonistas privados.
Argentina sigue siendo central en la agenda del FMI, pero (herida narcisista para el nacionalismo más exacerbado) el clásico rival futbolero, Brasil tan luego, es de momento una prioridad mayor. “El mandato de Rodrigo Rato en el FMI se juega con la suerte de Brasil”, dice un empinado funcionario del área económica habituado a pisar alfombras ABC1 en Washington. La deuda del país hermano es, concuerdan en el primer nivel de Economía y del Banco Central, impagable en el mediano plazo y tendrá que ser reestructurada en un futuro no tan lejano. También coinciden al augurar que el FMI no dejará caer al Brasil, país que ha cumplido todas sus mandas, pues entonces se haría trizas el menguado prestigio que conserva el organismo. Brasil, Turquía y Argentina representan el 75 por ciento de la exposición del FMI que no puede darse el lujo de sufrir un traspié más. El incremento de las tasas de interés en Estados Unidos será un saque formidable para la economía brasileña pero, si el gobierno de Lula toca fondo, piensan en el primer nivel del funcionariado económico argentino, la Caballería de los organismos lo salvará. Treinta mil millones de razones verdes están prestas para evitarle un aplazo final al mejor alumno.
La hecatombe brasileña, su presidente transformado en una suerte paulista de Fernando de la Lula, una fantasía que cunde en algunos mentideros políticos argentinos, no les quita el sueño a los decisores argentinos. Sí les preocupa y amerita un seguimiento su crisis. Los indicadores de crecimiento del PBI fueron, leídos desde acá, un alivio que se reputa transitorio. Pero la visión dominante es que la economíabrasileña seguirá bastante estancada y que el real se seguirá devaluando contra el peso. La apreciación del peso frente al real, valga apuntar, ocurre simultánea a su depreciación con relación al euro y al dólar. El tipo de cambio flotante, la actual fortaleza del peso y la cantidad de reservas del Banco Central minimizan el impacto de la crisis brasileña en la política monetaria argentina.
Circunscripta la mirada al intercambio comercial entre los dos países, obviamente, la apreciación del peso desalienta exportaciones a Brasil y alienta importaciones desde allí. Hasta ahora no hay luz roja pero si la hubiera la dupla Kirchner-Lavagna tiene resuelto tomar medidas proteccionistas o arancelarias. Será un paso atrás en la integración, un mal trago necesario para preservar el crecimiento de la economía, explican en la Casa Rosada y en Hacienda. “Es como el famoso caso de Nixon con China. Nixon pudo reanudar relaciones con ese país porque era indiscutidamente anticomunista, insospechado de tener proclividades o debilidades pro chinas. Lavagna y Kirchner son tan pro Mercosur que pueden darse el lujo de rasguñar la integración, sin que nadie pueda imputarlos de querer frenar el proceso”, explica un conspicuo integrante del Gobierno, afecto a las comparaciones históricas. Un relato confortante, aunque habrá que ver cuál es su traducción al portugués allende la frontera si llega la ocasión.
Los costos de la estabilidad
Si el Gobierno lograra una importante aceptación de la oferta, se abriría un nuevo escenario en la política nacional. El oficialismo sufriría algún embate por izquierda o centroizquierda lo que, ya se dijo, lo incordia severamente. Pero podría proponerse seguir el rumbo de crecimiento económico de 2003 y 2004, algo que agranda sus ínfulas.
También le llegaría la hora de dedicarse al mediano y largo plazo, algo que debería excitar su libido pero que hasta ahora no ha sido su prioridad. Las medidas proactivas, la puesta en marcha de las obras públicas que anuncian con énfasis pero que no han tenido traducción en metros cúbicos de hormigón sobre el territorio nacional, el ingreso mínimo ciudadano, el planeamiento indicativo, un nuevo sistema de protección a los trabajadores superador de la actual selva liberaloide pero atento a los inconfortables datos de la realidad laboral, serían algunos ítem inderogables de una agenda progresista y racional del siglo XXI.
Uno de los blasones de la gestión K es estar transitando de la emergencia a una versión gauchita de la normalidad. Esa percepción, compartida por importantes sectores de la sociedad, engrosa la agenda pública y recoloca ciertos tópicos, en buena hora. Dicho sea al pasar, uno de los tantos dislates conceptuales que prodiga Torcuato Di Tella es hablar como si fuera integrante del gobierno de Eduardo Duhalde, cuando el país se debatía en la anomia y la disolución nacional parecía un desenlace posible. Pero aunque el secretario del área sea el único no advertido, está en una etapa en la que la política cultural, amén de necesaria, es posible. Volviendo al núcleo, algunos tópicos se vendrán encima más pronto que otros, aunque todos son acuciantes si se lee con inteligencia el desafío de la coyuntura. Pero, por ejemplo, si se licua severamente la deuda de los bonistas el sistema de AFJP estará a tiro de colapsar. Es que las administradoras estaban muy puestas en bonos. En el Gobierno se hacen cruces por ese problema que se acelerará a partir de la eventual resolución de otro y reparten culpas para atrás. “Guillermo Mondino, un crítico feroz de nuestras medidas, obligó en su momento a las AFJP a liquidar sus plazos fijos y comprar títulos. Si no lo hubiera hecho, ahora las AFJP tendrían Boden que valen 60 pesos y no títulos defaulteados que cuestan 60 centavos”, se enconan en Economía. El prorrateo de responsabilidades es siempre pertinente pero no excusa a los actuales gobernantes de su deber de proteger a los jubilados, una tarea que caerá sobre su cabeza más pronto que tarde.
El aire de las vísperas
Kirchner se enferma y la crónica política se torna opaca, si no aburrida. La centralidad del Presidente no ya dentro del Gobierno sino del sistema político es abrumadora a extremos pocos deseables. Kirchner propende al monopolio de la novedad, de la iniciativa y aun del interés, lo que habla mal de sus compañeros de equipo y, en especial de sus antagonistas, que vienen transformándose en sus comentaristas.
Cuando está de pie, el Presidente se permite demostraciones acerca de su modo de manejar al poder, como lo fue su orden a José Pampuro para asistir a la cena jurásica convocada en el cuartel de Patricios. El poder se hace sentir a los adversarios respirándoles en la nuca como el pressing en el fútbol, aunque Pampuro no tenga el biotipo de los stoppers.
Dueño de la escena a extremos molestos, el Gobierno aspira a lograr la triple hazaña de la aceptación (tanto interior cuanto externa) y la sustentabilidad de la oferta de quita y pago de la deuda privada. La cifras hiperbólicas que hay en juego, haya la quita que haya, se pague lo que se pague, son testimonio del disparate que fue la política argentina en los últimos treinta años. El país de endeudó con muy escasa contrapartida visible, hizo lo que le indicaban del otro lado del mostrador, desconociendo la primaria regla de la política o de cualquier negociación, que es no dejarse conducir por el otro. Esa locura, funcional a los intereses de una élite nefasta, frívola y despojada de todo sentimiento patrio, acaso nació con el Rodrigazo y fue escalando casi sin solución de continuidad por complicidades, por ineficacias, por esa posmoderna forma de cobardía moral y política bautizada posibilismo.
Qué momento éste, con la dependencia y el cipayismo en carne viva, con el pueblo recobrando a tientas la conciencia nacional. Qué momento para ser pintado e intervenido por la prosa más socarrona, profunda, desprejuiciada y sobre todo nacional que existió en estos pagos. No podrá ser, claro está, porque Arturo Jauretche, desdeñoso de las efemérides pero argentino hasta para morirse, se mudó de barrio un 25 de mayo hace treinta años, cuando tomar el cielo por asalto parecía una proeza accesible.