EL PAíS
Sobre el tiempo y las generaciones
› Por Mario Wainfeld
Una decisión gubernamental que se proyecta entre 30 y 42 años, con opción a varios más, concierne a varias generaciones, máxime si de pagar fortunas se trata. La presentación que hizo ayer el ministro de Economía, Roberto Lavagna, condicionará para bien o para mal a sus hijos y a sus nietos. Los actos de Estado siempre prorrogan su vigencia a futuro, pero en este caso es fenomenal la onda expansiva de la decisión, sea que se la mida en tiempo, en dinero, o en su incidencia sobre la viabilidad de la Argentina como nación. Es imposible exagerar la importancia de las decisiones gubernamentales que Lavagna verbalizó ayer, que impactarán en el destino de millones y millones de ciudadanos, muchos de ellos aún no natos.
El Gobierno redondeó en cifras una estrategia de negociación, uno de cuyos pilares, que jamás reconocerá un público, fue ir ganando tiempo para mejorar el desempeño de la economía, con la consiguiente suba del consenso y el poder político del presidente Néstor Kirchner. Cuando Argentina privilegió a los organismos internacionales buscó dividir el frente de los acreedores. Lo logró (pagando literalmente un costo por ello) aunque tal vez por un lapso menor al que ambicionaba. El Fondo Monetario Internacional (FMI) demoró poco para conchabarse como gestor de los bonistas privados. Así y todo, el tiempo transcurrido, opinan bajo cuerda los negociadores argentinos, jugó a favor, porque fue “confinando a Dubai” a los bonistas y porque fue acrecentando la reputación política de Kirchner.
Un técnico de primer nivel que coincide con la línea económica oficial, Alfonso Prat Gay (a la sazón presidente del Banco Central), opinó hace un tiempito que Argentina no debió jugar de ese modo sino ofertar desde el fondo del mar. La hipótesis es que, ante la malaria argentina (cuya salida no imaginaban) los acreedores hubieran aceptado propuestas más modestas. Se trata de un contrafactual “al interior de la política económica K” que Lavagna suele ningunear y que no parece tener fuerte repercusión pública, aunque sí algunos oídos atentos en despachos VIP de la Rosada. Si las cosas salen mal, tal vez tenga más rating en cuestión de años.
Otras críticas más masivas e inminentes recibirá el Gobierno, por donde más le duele, por izquierda. Pero el calavera no chilla, o no debería hacerlo. El objetivo de Kirchner-Lavagna, aunque en sus momentos pulsearon firme, siempre fue llegar a un acuerdo. Algo que ayer quedó patente con varias “mejoras” para las contrapartes, que no dejan dudas acerca de la voluntad de cerrar trato. Lavagna, en clásico alarde de anticipo ofensivo, dispensó sus ironías hacia quienes piensan que “cualquier arreglo es un mal arreglo”. Ese no fue jamás, ni es, el pensamiento de Lavagna y Kirchner, quienes siempre se piensan comandando un país capitalista serio y previsible y jamás encabezando una revolución. Por tanto, lo suyo fue parar la pelota, lo que lograron por un ratito en pos de arreglar, sin mengua de su prestigio político local. Habrá que ver si lo consiguen.
- La confesión: Dándole algún rodeo, Lavagna reconoció que se modificó la propuesta original de Dubai, agregándole los intereses caídos desde el default. Es una mejora a los acreedores y un agravamiento de la carga de los argentinos. Político como es, el ministro sabe que ese punto le valdrá un desagio simbólico al Gobierno, que expresó reiteradamente que no retocaría un ápice su planteo inicial. Hábil como es, eligió un mal trago y no dos: sincerar el cambio para eludir ser tildado, amén de abdicante, de macaneador.
“Se trata de una negociación –decía ayer un morador de la Casa Rosada–, la gente sabe que ahí hay regateo. En general no dudan de la solvencia y la dignidad del Presidente.”
–O sea que el Gobierno no pagará ningún costo –más chicanea que especula Página/12.
“Claro que algo nos va a costar. Nos van a refregar que traicionamos nuestra palabra. Van a aducir que ‘mover Dubai’ es bajarse los pantalones. No va ser el fin del consenso de Kirchner pero algo va a caer. Tenemos que levantarlo con gestión, con mucha gestión”, se pone voluntarista el interlocutor de este diario.
Para minimizar el impacto el Gobierno eligió, como anticipara este diario en su edición del domingo, el camino de subrayar sus records: la quita de cerca de 61.000 millones de dólares, la mayor de la historia. Una negociación firme, con dignidad. Ese es el mensaje que postularán desde la mañana de hoy Alberto y Aníbal Fernández, el que compartió Lavagna con legisladores de varios partidos, incluyendo al hegemónico.
- Caso único: Lavagna no sólo discutió a derecha y a izquierda, también hacia atrás. Cuando describió como “única” la situación argentina fulminó a “la convertibilidad no sustentable”, a la deuda puesta en su 85 por ciento en dólares, a la caída récord del PBI. Es decir a la política económica de los ‘90 impulsada por el FMI y acompañada fervorosamente por los gobiernos argentinos de entonces. Una forma de prorratear culpas, lo que nunca viene mal.
Si Argentina fue un caso único cuando cayó, también tiene cierta originalidad intentando salir. Varios desafíos al “sentido común económico” dominante prodigaron los negociadores argentinos. Entre ellos, el de estar convencidos de que la recuperación económica no necesitaba de crédito externo, casi diríase de crédito, tout court. Una convicción que fue corroborada por los hechos y que en su momento no compartían ni los organismos internacionales, ni la derecha vernácula, ni la mayoría del empresariado local. Se puede pagar y crecer, propusieron desde el Sur. Les salió por un año o dos. Ahora proponen hacerlo por treinta o algo más. No es lo mismo, claro.
- Optimismos: El sentido común más charro sugeriría que habrá un rechazo masivo, hasta sobreactuado de los bonistas externos. Sea porque les parece poco, sea porque para cerrar trato siempre hay tiempo. Sin embargo, muchos voceros del establishment (entre ellos el ex presidente del Banco Central Mario Blejer) auguraban una aceptación del 60 o 65 por ciento de los bonistas. En Economía no se manejaban cifras pero también se “vendía” optimismo. Llama la atención una profecía tan segura sobre un universo tan volátil. Parafraseando apenas a Lavagna, el de los bonistas es un colectivo comparado con el cual la Torre de Babel era monótona y uniforme. Su diversidad hace casi imposible una previsión estricta.
En cambio, de cara al Tesoro norteamericano, a los otros países del G 7 y al FMI (un colectivo mucho más previsible), Lavagna viene “punteando el padrón” desde la semana pasada y ahí se siente fuerte, según comentan sus allegados. Da por hecho que habrá apoyos más o menos explícitos. O, por lo menos, que no habrá vetos ni nada que se le parezca.
- El encanto de lo posible: El Gobierno, que será cuestionado desde diversos flancos, reclamará para sí el lugar de lo racional, lo sensato, lo posible. Un lugar no desdeñable cuando la gobernabilidad y la estabilidad parecen ser valores aceptados y deseados por un porcentaje muy alto de los argentinos, cuyas mayorías tampoco parecen soñar con una revolución y sí con un país capitalista con equidad.
El autorretrato del oficialismo no peca de original, todos los gobiernos que asolaron este suelo se autodefinieron no ya como los mejores sino como “lo único posible”. El menemismo fue un ejemplo excelso en tal sentido.
Pero los actuales negociadores –esto incluye a Kirchner, a Lavagna y a Prat Gay– no son iguales a los menemistas o a los aliancistas. Pueden ostentar algunas cucardas que no ornaron a sus precursores. Negociaron con firmeza y hasta con altanería. Leyeron la coyuntura con su propia cartilla en vez de comprar la de los organismos internacionales. La leyeron mejor, comprendiendo como ya se dijo que su recuperación no requería crédito externo ni concesiones banales en materia de política exterior. Y estimaron que el apoyo del pueblo argentino era un activo en la mesa de negociación. Con una astucia básica evitaron comprometerse en el corto plazo, el único palpable según las enseñanzas del maestro Keynes.
Tras demostrar pulso fuerte para pilotear la política y la economía locales y cintura para negociar afuera el gobierno propone una salida que afecta a varias generaciones. No es tener mala onda pensar que su viabilidad a través de los años deja muchas dudas. No es esquivar el bulto registrar que, posiblemente, no había una alternativa muy superior en plaza.