EL PAíS
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Este mundo
› Por Martín Granovsky
El anuncio oficial sobre la deuda se puede ver de dos maneras. O el Gobierno no cumplió totalmente con su promesa de Dubai, porque ahora ofrece capitalizar intereses, o está por concretar la quita más grande de la historia de un país que antes pasó por el default. Mayor, aún, que la quita rusa luego de su caída en 1998.
Desde el deseo de perfección vale más el primer enfoque. Si se toma en cuenta el mundo tal cual es, la opción más real parece la segunda.
Emir Sader, un intelectual de la izquierda brasileña, presentó la semana pasada en Buenos Aires su libro La venganza de la historia. Sería injusto justificar la oferta oficial de ayer con esa obra. En ella, Sader ni habla de cómo salir de la crisis argentina de la deuda. Sin embargo, el trabajo contiene por primera vez la historia de las restricciones internacionales que sufrieron procesos como el Chile de Salvador Allende, la Nicaragua de los sandinistas y la Argentina de 1973. Y marca para los tiempos actuales el signo distintivo de un mundo dominado como nunca por los Estados Unidos. La guerra para Irak, según Sader, tiene la novedad de que no es la última de una lista sino “la primera de una serie que se pretende infinita”.
Sader de todos modos no se resigna y convoca a imaginar nuevas formas para oponerse a un nivel de hegemonía tan apabullante. Pero la pregunta, más allá de su descripción, es si la Argentina tenía no tanto la chance de viabilidad económica sino la posibilidad de un espacio político en este mundo para una experiencia de autarquía. Se dirá que la opción es extrema, y que la alternativa a la propuesta sobre la deuda no es la autarquía sino una oferta mejor. Pero, ante las restricciones, ¿había condiciones políticas para una oferta mejor?
No sólo pesa en contra el poderío unilateral de los Estados Unidos. También la presión del Grupo de los Siete, que son los Estados Unidos más Francia, Alemania, Canadá, Japón, Inglaterra e Italia, a los que habría que añadir el peso de España en la negociación con las privatizadas. Y habría que sumar un Brasil en estado de inmovilidad por su propia trampa financiera, lo cual da un Mercosur magro. Y ni hablar de la propia situación argentina, con un sistema político frágil pese a la pelea constante por alcanzar metas tan modestas en el mundo, y tan revolucionarias aquí, como un crecimiento aceptable, una baja en la cantidad de pobres y la destrucción de las mafias más intolerables, las que actúan tras haber copado resortes enteros del aparato estatal.
El default fue una desgracia que prolongó la desgracia anterior de la convertibilidad. Aprovechar el default fue un acto sabio de Duhalde-Lavagna y de Kirchner-Lavagna. Persistir en el default parecía, a esta altura, políticamente imposible. Esta es la lógica de la salida que empezó ayer.