EL PAíS
› GOBIERNO, CGT, TRANSVERSALES, PERONISMO Y UCR
¿Cambió?
› Por Mario Wainfeld
Se trata de la pregunta del millón, al menos la de estas semanas. ¿Cambió su estilo confrontativo Néstor Kirchner? ¿Comienza a ser un Presidente más respetuoso de los pactos preexistentes de la política argentina? ¿Le puso fin a la transversalidad y a su tirria con el PJ? ¿Firmó la paz definitiva con Duhalde? Muchos de sus adversarios, incluidos algunos radicales y Elisa Carrió, están convencidos de que el hombre hocicó o se sacó la máscara, según los casos. Algunos de sus aliados peronistas atisban un cambio y también lo anhelan. El Presidente y sus allegados sostienen que no ha habido un viraje y que no lo habrá hasta 2007. Kirchner, dicen todos los pingüinos, empezando por el mismo Presidente, sigue teniendo claro cuáles son sus enemigos y quiénes los aliados en los que puede confiar. Y su alianza básica con “la gente” perdura, siendo más importante que la relación con la corporación política, que el Presidente (y “la gente”) asocian con lo viejo, con lo que hay que cambiar.
Fernando de la Rúa diluía en su verba la lucha política. Su obsesión, al menos de boca para afuera, era promover “la mesa de los grandes consensos”. Kirchner no cree en la existencia de la susodicha mesa. Para él la política es lucha. Su mapa registra enemigos (“la derecha que defiende sus privilegios y que siempre sabe qué hacer”) y adversarios políticos demasiado irreductibles (“una oposición sin programa ni proyecto cuyo único objetivo es esmerilarme”). Con los primeros no se puede parar de confrontar. Con los otros no se puede parar de competir. En una zona más gris, pero nunca del todo confiable en su lectura, se ubican sectores políticos fluctuantes que ameritan tácticas cambiantes: el PJ, la CGT, el duhaldismo, el radicalismo.
Si la política es lucha, cambiar los escenarios es para el Presidente una necesidad cotidiana. “No me tengo que quedar quieto, porque le hago fácil las cosas a quienes me quieren bajar”, propone Kirchner a sus fieles, explicando de ese modo los giros en la composición del gabinete, en el trato con la UCR y con el resto del peronismo. Esas mudanzas de escena, insiste, se concretan para no ser un blanco fijo, fácil de limar. Pero no alteran el rumbo esencial, elegido el 25 de mayo de 2003.
- El duhaldismo: Claro que algunos escenarios cambiaron. “La provincia de Buenos Aires –reconoce una espada política oficialista– era un escenario de confrontación hace unas semanas y ahora es un escenario de no confrontación.” La decisión, explica, lee la correlación de fuerzas. Es que los otros también juegan y obligan a adecuarse. “Cuando lanzamos la ofensiva contra el duhaldismo nos respondieron desde varios frentes. Los duhaldistas, claro. Pero también Raúl Castells duplicó sus apariciones y su hostilidad y los radicales se pusieron cargosos. Por no hablar de la mayoría de los medios, que coincidieron en sugerir que, si disputábamos el territorio con Duhalde éramos unos energúmenos que poníamos en riesgo la gobernabilidad.” Además, tabula el interlocutor de Página/12, el duhaldismo, que registró el embate, algo retrocedió. Así las cosas, es momento de frenar la embestida y trabajar en la hipótesis de negociación.
“¿Es un hecho que no habrá confrontación?”, inquiere este diario. “Es lo que pasa hoy. Más adelante, se verá.”
Hoy y aquí, en Buenos Aires como en la mayoría del país, el kirchnerismo ve más posible acordar la conformación de listas con el peronismo, negociando figuras propias, de modo de ampliar las huestes leales en el Congreso a partir de 2005. El kirchnerismo no reniega de la transversalidad pero advierte cuán lenta es su acumulación política. La Rosada no ha de desamparar a sus aliados extra peronistas pero tampoco quiere ser arrasada en las elecciones. “Vamos a seguir ayudándolos, y en algunos distritos habrá gente nuestra en sus listas”, profetizan. Más que un bandazo sin retorno de la transversalidad al PJ, la táctica descripta parece una versión patagónica de la consigna maoísta “que florezcan cienflores”. El tiempo pasa, algunas flores no se abren como era de esperar y eso detona cambios en el ikebana.
- El PJ: Muchos hombres fieles a Kirchner quieren verlo al frente del PJ: Alberto Fernández y Miguel Pichetto, por caso. Pero Kirchner sabe que también lo imaginan ahí dirigentes dispuestos a domesticarlo. Una eventual presidencia del partido no sería un cheque en blanco sino una transacción. Kirchner sigue afirmando que un partido que viró del menemismo al apoyo a su proyecto es un partido que no sirve. Sigue olfateando que ponerse a su frente le será un cepo, amén de un bajón en su relación con la opinión pública. Nada es definitivo en política pero Kirchner no tiene mucha gana de cambiar su actitud.
- El radicalismo: Kirchner no está dispuesto a cogobernar ni a discutir una agenda de gobierno con el radicalismo. Sí a concederle un trato cotidiano más afable. El Presidente dispensa una actitud afectuosa y de respeto hacia Raúl Alfonsín, pero es una cuestión personalizada, no extensiva a su partido o a sus correligionarios. Los partidos políticos, sigue pensando Kirchner, son más un escollo que una mediación respecto de la gente del común. Con los gobernadores boinas blancas es (muy) otro cantar. El Presidente asevera que la reconstrucción institucional requiere nuevas (mejores) formas de trato entre la Casa Rosada y los mandatarios provinciales. Además tiene buena opinión acerca de algunos gobernadores radicales, empezando por el mendocino Julio Cobos. En algún punto, lo institucional converge con lo agradable. Una amable relación política con los gobernadores radicales, casi todos de provincias cuyas economías regionales vienen prosperando, consolida la imagen presidencial en esos territorios, puenteando la mediación del PJ.
- La CGT: “Ellos quieren conformar el Consejo del Salario y del Empleo. Nosotros también. Ellos deberían promover el regreso de la puja distributiva. Néstor quiere que así ocurra, porque posibilitaría avances en la redistribución del ingreso. En este momento, tenemos acuerdos tácticos”, describe un pingüino avezado, cuyo uso del “ellos” y el “nosotros” induce a anticipar su conclusión: “En el corto plazo no tenemos por qué enfrentarnos a la representación institucional de los trabajadores, que se muestra muy cooperativa. Pero no vaya a creer que estamos casados...”
- “La gente”: Kirchner analiza (acaso sabe) que su vinculación directa con la gente es su mayor frescura, su marca de fábrica y su mayor caudal político. Y que esa relación se resiente cuando “se pegotea” con otros políticos. También advierte que necesita la disciplina de los legisladores de su partido para seguir cimentando su romance con un apreciable tramo de la opinión pública. “Puedo cambiar mis modales con la dirigencia política pero nunca me voy a sumar a lo viejo. Puedo decidir si confronto, negocio o acumulo. Tengo que generar cambios de escenarios para no perder la iniciativa. Pero seguiré gobernando sin recostarme en las corporaciones. Y seguiré tomando medidas ‘pro gente’”, neologiza Kirchner dialogando con sus allegados más cercanos.
Sus adversarios denuncian, celebran, que entró en una etapa gatopardista. Kirchner predica que ha modificado lo mínimo, para seguir como en sus meses inaugurales. Un debate fascinante en el que se juega bastante más que el prestigio presidencial y que se irá dilucidando con el andar del tiempo.