Dom 29.08.2004

EL PAíS  › EL PLANETA BLUMBERG - OPINION
EL IMPACTO POLITICO DE LA TERCERA MOVILIZACION DE BLUMBERG

Los que entienden y los que no

Blumberg trató de muy distinto modo a Kirchner y a Solá. A su vez, ambos mandatarios leyeron de forma diferente qué pasó el jueves. Qué se piensa en La Plata y en la Rosada. Qué se dijo en la reunión entre Blumberg y el gobernador. Qué significó el agravio a los organismos de derechos humanos. Y algo sobre un Consejo no muy mirado.

› Por Mario Wainfeld

En el gobierno nacional primaba la distensión. Según la mirada de la Rosada, Juan Carlos Blumberg convocó mucha menos gente que la primera vez (30.000 según un cómputo off the record) y derechizó su discurso. Además, opinan en el Gobierno, abrió una brecha en su prestigio con su destemplada invectiva contra los organismos de derechos humanos. “Era un referente social de amplia convocatoria y quedó ceñido a ser un dirigente político de la peor derecha”, resume un ministro de máxima confianza del Presidente.
En el gobierno bonaerense primó la preocupación. El padre de Axel es percibido como un adversario intolerante, no demasiado leal y no tan debilitado como intuye la Rosada. En su discurso, Blumberg mencionó al gobernador Felipe Solá y al ministro León Arslanian, catalizando sonoros abucheos y, ostensiblemente, nada dijo de Néstor Kirchner. “Va por nosotros” traducen en la gobernación, entreverando el diagnóstico con algunos rezongos acerca de las actitudes del gobierno nacional, de quien recelan que saca ventaja de esa decisión táctica de Blumberg. El alegato derechista, por no decir procesista, no es leído cerca de Solá como un traspié sino como una arrogante definición de identidad. “Se permitió agredir a los organismos de derechos humanos, en la progresista Capital. Un lujo que no pueden darse ni Mauricio Macri, ni Ricardo López Murphy. Y fue ovacionado.” “No se chispoteó –discurrió Solá ante oídos de su confianza–, se mostró como un referente de la derecha dura.”
La diatriba de Blumberg, lanzada con el rostro desencajado, induce a creer que expresa su sentir íntimo. Con todo, hasta ahora, el hombre ha dado marcha atrás cuando rondó el precipicio. Lo hizo cuando apareció “pegado” al diputado Jorge Casanovas. O cuando profirió injustas declaraciones sobre el asesinato del pibe Sebastián Bordón, valiéndose de los argumentos de sus verdugos.
Por las dudas, varios medios de derecha le deslizaron delicadas advertencias. Un editorial de La Nación, por demás laudatorio, le cuestionó con delicadeza las susodichas frases y las atribuyó “acaso, a un fugaz y evitable acaloramiento”. In vino, veritas decían los romanos sugiriendo que los efluvios del alcohol desatan la sinceridad. Las muchedumbres también suelen embriagar y soltar la lengua. La derecha quiere que su mejor representante no se sesgue tanto. O, cuando menos, que no lo haga tan rápido.
Dicho sea de paso, el diario de los Mitre que suele llamar (recuperando un vocablo caro a la dictadura) “caos” a los problemas de tránsito generados por las movilizaciones de izquierda, encontró que el jueves se produjo “un embudo” para los autos que circulaban en las inmediaciones del Congreso. El “caos”, ya se sabe, sólo viene desde la izquierda.
Lanzado a la arena pública hace cinco meses, poseedor de un capital político que envidiarían dirigentes con años de militancia, quizás el mismo Blumberg no sepa cabalmente adónde va. Producto de la crisis de representación que aqueja a las instituciones argentinas, es él mismo un emergente y un producto de fuerzas encontradas. Pero detrás de él, a su costado, hay quiénes sí saben qué quieren. Medios de derecha, funcionarios de la dictadura, cuadros del fascismo criollo lo rodean. Y ellos sí saben de qué se trata, aunque no puedan juntar a cuatro manifestantes. El titular de la Cruzada por Axel sigue convocando decenas de miles. Los que estuvieron el jueves, quienes se entusiasmaron chiflando a Solá y a los organismos de derechos humanos eran en su mayoría porteños de clase media, no aterrados vecinos del Gran Buenos Aires. Ni La Horqueta ni Palermo Chico pusieron la mayor parte de la concurrencia. La peculiar constitución territorial y de clase de “la gente” son datos a computar cuando se ensaya el balance de un acto que, más vale advertirlo, no es el fin de nada sino una nueva etapa de la imprevisible saga de un protagonista que vino para quedarse.
Puertas adentro
“Era Mister Hyde.” Un asistente a la reunión que Juan Carlos Blumberg mantuvo con Felipe Solá, León Arslanian y otros funcionarios provinciales describe al padre de Axel, puertas adentro. Según él, Blumberg mostró un rostro bien distinto al que buscó en el Congreso, al del ciudadano ponderado que tiene propuestas y respeta a las autoridades. En la Casa de la Provincia de Buenos Aires no se privó de gritar, de amenazar, de menoscabar a los funcionarios. “Ustedes van a saber quién soy yo”, cuentan que les espetó. Y que uno de sus circunstantes le exigió a Arslanian que precisara el día exacto en que comenzará a funcionar el número 911, para llamadas de emergencia. Ese punto fue, acaso, el que colmó la paciencia del ministro de Seguridad, a quien subleva que Blumberg reclame las medidas que él ya está implementando. La lectura de Arslanian es que Blumberg, consciente o inconscientemente, busca desestabilizarlo. Y no está dispuesto a permitirlo, como revelan sus declaraciones ulteriores a la reunión, incluidas las que se publican en las páginas 6 y 7 de este diario.
“Felipe le dijo que ya lo había escuchado, durante la semana y en el acto. Que le iba a contestar punto por punto sus críticas, que eran casi todas injustas y equivocadas. Hasta le entregó una carpeta con réplicas a los argumentos de Blumberg. Este la aceptó con gesto huraño, y le exigió que firmara la última hoja.” El aire, cuentan los participantes, se cortaba con un cuchillo. No mejoró cuando el gobernador le cuestionó alguno de sus asesores, incluido Roberto Durrieu, funcionario de la dictadura militar. “Blumberg lo defendió a capa y espada y lo elogió, entre otras cosas, porque lo asesoraba gratis.” Solá sospecha que buena parte de los argumentos de Blumberg contra María del Carmen Falbo son munidos por un juez federal de la provincia que aspiraba a ocupar el lugar al que accedió la ex diputada duhaldista. Y que la supuesta vocación de diálogo de Blumberg es una fachada. “No escucha nada, tira números sin asidero. Dice que hay 8000 presos en las cárceles, le explicamos que hay menos de 6000. Se le mostró el listado, comisaría por comisaría. Se le propuso ir de improviso a cualquiera que él sugiriese, para chequear la veracidad de los datos. A todo dice que no, lo que busca es castigarnos.”
“Usted lo vio por televisión –dice un interlocutor de este diario– en la reunión no fue el ciudadano Blumberg. Fue todo el tiempo el hombre que se desgañitó atacando a los organismos de derechos humanos.”
Otra óptica
En Balcarce 50, ya se dijo, no se comparte la óptica bonaerense. El presidente Néstor Kirchner y el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, estiman que Solá se centra demasiado en Blumberg. No censuran que lo haya recibido en pleno hervor de la manifestación. Pero al día siguiente, Fernández le aconsejó a Solá que no le diera más espacio vía réplicas a un interlocutor devaluado por sus descomedidas palabras.
Las diferencias entre los mandatarios de Nación y Provincia tienen que ver con la distinta agresión que sintieron los protagonistas, pero también con desencuentros y malos humores cruzados, ya proverbiales.
Si se mira en detalle, las diferencias más frondosas aluden a las posturas públicas y aún a las mediáticas antes que a los temas esenciales de gestión. La designación de Alberto Iribarne como secretario de Seguridad y su desplazamiento a la órbita del Ministerio del Interior cuentan con la aprobación del gobernador. Solá conoce a Iribarne desde hace décadas, militaron juntos en el pasado y conservan algo cercano a la amistad. Y aunque el gobernador no comparta con Aníbal Fernández esos cálidos factores comunes (ni nada que se le parezca), estima que el quilmeño puede tener un rol positivo.
Tanto como Kirchner, Solá cree que Iribarne puede cumplir bien su complejo cometido, pero es un funcionario de perfil bajo, poco habituado a estar en primera fila. Fernández, por su estilo activo y belicoso, “puede ir al frente” maquinan en La Plata. Al fin y al cabo, Solá también se avino en el pasado a deponer sus cuitas con Juan José “Juanjo” Alvarez en pos de mejorar los desempeños provinciales en materia de seguridad.
Cerca de la Rosada, un miembro del Gabinete nacional que conoce bien la provincia, no necesariamente pingüino, comulga con la elección de Fernández. “Aníbal conoce las calles del conurbano, maneja los códigos. Sabe cómo hablarle a un comisario o a un intendente, cuándo comer una pizza con ellos y cuándo cagarlos a gritos. Beliz y Quantín necesitaban una brújula y un mapa para llegar a La Matanza y un diccionario para hablar en la calle”, pinta e ironiza. “De paso, fuerza a Aníbal a dosificar sus apariciones en los medios”, añade un bonus el funcionario, uno de los tantos que cree que ha expirado el cuarto de hora de “los Fernández” como comunicadores del gobierno. Un punto de vista compartido en todo el Ejecutivo, incluido el Presidente y hasta los propios involucrados. “Lo de los Fernández no funciona más”, graficó uno de ellos, mientras espera un relevo que el oficialismo no termina de encontrar.
El gobierno nacional atisba que Solá tiene problemas con Arslanian que sigue contando con la confianza presidencial. En la provincia se niega la especie y se asegura que todas sus fichas están jugadas a mano del ex presidente de la Cámara Federal.
No matar al mensaje
La convocatoria de Blumberg mermó, pero la mitad y aún un tercio de muchísimo sigue siendo mucho. Decenas de miles de asistentes a un acto sigue siendo difícil de empardar para cualquier dirigente político u organización social. Su propuesta mezcla fantasías represivas de derecha con planteos atendibles (juicio por jurados, exclusión de los procesados de las cárceles) y otros interesantes, pero de casi imposible implementación (trabajo en cárceles). Su ira e intolerancia con los que piensan distinto que él va creciendo a medida que pierde unanimidad mediática, un paraíso al que se acostumbró de recién llegado al ágora.
Pero sean cuales fueran los errores y excesos en que incurrió Blumberg, los gobernantes no deberían dejar de percibir que el hombre expresa una necesidad social, que las instituciones formales no consiguen expresar. Poniendo patas arriba la frase convencional, si el mensajero es torpe o se inmola no hay que borrar el mensaje. Muchos decisores creen que los reclamos por mejor política social tienen la misma pertinencia que la dirigencia piquetera. Y no advierten la presencia de la sufrida base que los acompaña, desamparada por las mediaciones políticas más tradicionales. Análogamente, las demandas sobre seguridad urbana tienen muchos equívocos, pero son legítimas. Aunque la sensación térmica percibida por muchos ciudadanos no coincida con la temperatura, los gobernantes no pueden ignorarla. Las percepciones sociales son hechos, decía (palabra más o menos) el viejito Durkheim y sabía de lo que hablaba.
El debate sobre las relaciones entre Blumberg y los dos gobiernos a los que interpela (que a esta altura lo registran como antagonista) se alimenta de un equívoco grave. Escuchando radios y TV pareciera que el hombre clama en el desierto, cuando en puridad viene co legislando desde hace cinco meses. Los pretendidos críticos de Blumberg le han concedido bastante a la cartilla del ingeniero. Han sido sancionadas muchas leyes agravando penas carentes de rigor técnico. Se legisla sin ton ni son tras la improbable lógica emotiva y epidérmica propia de un autodidacta compelido por el dolor. En estos días, un caracterizado conjunto de jueces, fiscales y juristas le ha pedido al Presidente que vete una ley mamarracho que suma penas de delitos como si fueran zanahorias, norma que el Congreso Nacional aprobó con honores. La vieja sabiduría acerca de que no hay peor fascista que un burgués asustado, viene mereciendo un párrafo añadido concerniente a los parlamentarios elegidos por el voto popular. La situación de tales legisladores es patética, pues con su defección no han logrado que los silbidos de la gente se atenúen tan siquiera un decibel.
El jueves se hizo patente una trampa ínsita en la actual situación entre Blumberg y los gobiernos en cuestión. La situación de fondo que genera el consenso del ingeniero ni por asomo será rectificada ni siquiera paliada merced a los remedios que él propone. Quienes vitorean a Blumberg, empero, seguramente no habrán de dejarlo a un lado por esa circunstancia. El núcleo de su legitimidad es su autenticidad (guste a quien le guste) y no sus desempeños. Lo que lo torna un referente es su pasión, su convicción, su dedo señalando a los políticos, la indisputable legitimidad de su dolor. Cuando el 911 funcione y la sensación de inseguridad perdure, podrá seguir juntando firmas o encabezando marchas. No sujeto a la refutación por los resultados, su liderazgo tributa al malestar general, algo muy difícil de remediar. La antipolítica tiene sus privilegios.
Un Consejo para escuchar
En una semana colonizada por el fenómeno Blumberg, comenzó a funcionar un ensayo de representación política y sectorial que merece unas líneas. El Consejo del Salario mínimo es una experiencia interesante pues pretende, nada más y nada menos, nadar contra corriente de costumbres institucionales de una década. Intentar una discusión en buena medida pública adunando a la CGT, la CTA, la UOM y un collar de centrales empresarias es un esfuerzo valorable. Un intento de ejercicio democrático pues las mayorías prefijadas para tomar decisiones (dos tercios de “las sillas” distribuidas) obligan a los participantes a articular relaciones. Las minorías pasan a tener su peso pues ninguna mayoría puede zanjar las decisiones.
Se trata de una tarea complicada desde el vamos pues la cultura política local repele la negociación, a la que con excesiva velocidad (hija de infaustas experiencias) se asocia a la componenda o al contubernio. Por añadidura, los representantes sindicales y empresariales no son aspirantes actuales a la cinta azul de la popularidad y a fe que muchos se han ganado el desdén que se les prodiga.
Para colmo, las internas metieron su colita acá y allá. Hugo Moyano le hizo sentir a Susana Rueda que no será sencillo desbancarlo, ni siquiera tratarlo como un par. “Es el barrionuevismo que renace”, releen al lado del despacho del Presidente, simplificando quizás en exceso un mapa endiablado. En la Rosada también se enfadaron cuando se anunció que la CTA sentaría a Luis D’Elía a la mesa de negociación. En definitiva hubo un gesto de las huestes lideradas por Víctor de Gennaro y el titular de la Federación de Tierra y Vivienda revistará como suplente.
Las representaciones corporativas locales no suelen superar la mediocridad general, pero conservan su peso institucional, no existiendo nada que las reemplace. Y más vale ponerlas en la palestra, motivando la discusión y la exposición que despotricar contra ellas sin oponerle alternativa. Quienes se postulan como alternativas superadoras, la CTA y algunos grupos de empresarios pequeños, medianos o “nacionales” participan de buen grado en el Consejo al que, más allá de discursos de ocasión, perciben como una instancia válida.
El resultado más tangible, el aumento del salario mínimo, creen en Trabajo y la Rosada, va camino de superar la cifra de 400 pesos originalmente prevista por el gobierno. Si así ocurriera, el ámbito debería sugerir una moraleja para el oficialismo. Una instancia de debate, de intercambio de corporaciones que tributa al pasado, en un contexto de primacía política del gobierno, puede dar mejores resultados concretos que una decisión emitida “desde arriba”, así sea desde el primer piso de una Casa Rosada interesada en mejorar la distribución del ingreso. Una mesa de negociación no es (no es sólo, si se quiere) un trapicheo vano.
Se trata de una novedad en la era K. La modalidad decisionista del Presidente, suele conceder poco a la articulación social, a la interacción política y al intercambio de cualquier modo con quienes piensan distinto. El estilo K ha privilegiado el comando único, la sorpresa como medio esencial para ganar consensos, la personalización del poder. La representación política, empero, es más compleja y exige más articulaciones. El fenómeno Blumberg autoriza muchas lecturas, pero una sigue siendo ineludible y es que los políticos (todos ellos) siguen con sus barbas en remojo.

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