Lun 30.08.2004

EL PAíS  › JOSEPH STIGLITZ VUELVE A LA CARGA

El ataque final al Fondo

El Premio Nobel de Economía publicó un artículo académico en el que desacredita y hasta se burla del primer mandamiento de la Biblia del FMI: que los países liberen totalmente el ingreso y salida de capitales. Lecciones para la Argentina.

Por Maximiliano Montenegro
y Miguel Olivera*

Joseph Stiglitz es un referente para los grupos antiglobalización y un hueso duro de roer para los economistas ortodoxos. Lo tiene todo. Escribe en el más alto nivel académico tanto es así que ganó el Nobel. Fue economista jefe del Banco Mundial así que conoce el paño de los organismos internacionales. Y fue miembro del Consejo de Asesores Económicos durante la presidencia de Clinton, por lo que no sólo sabe la teoría sino también cómo se hace política económica.
Acaba de publicar un artículo titulado “Liberalización del mercado de capitales, globalización y el FMI”, en el prestigioso Oxford Review of Economic Policy. Allí se ocupa de una cuestión macroeconómica clave: la apertura de la cuenta capital, es decir cuánta libertad hay para la entrada y salida de capitales en un país. Stiglitz empieza felicitando irónicamente a Keneth Rogoff (hasta hace unos meses economista jefe del FMI), quien el año pasado publicó un ensayo en el cual reconocía que “es difícil establecer una conexión convincente entre la integración financiera y el crecimiento económico” y, más importante, que “aquellos países que hicieron un esfuerzo para estar más integrados desde el punto de vista financiero tuvieron que enfrentar más inestabilidad”.
A ver si se entiende el punto, viniendo de quien viene. La liberalización de la cuenta capital es uno de los mandamientos de la biblia que el Fondo Monetario predica por el mundo. Tanto es así que, en septiembre de 1997, durante la asamblea anual que tuvo lugar en Hong Kong, las autoridades del FMI intentaron cambiar su Carta Orgánica para imponerla como requisito de pertenencia al organismo, aplicable obviamente sólo para los países sudesarrollados. No pudieron, por suerte para el resto, porque la Argentina ya estaba todo lo abierta que podía pedirse. Pero la desregulación total de la cuenta de capitales sigue siendo una de las “condicionalidades” básicas de todos los programas suscriptos por el Fondo. Stiglitz no se queda en la anécdota de señalar la incoherencia de que los economistas del FMI sigan defendiendo una teoría que ellos mismos admiten no resiste la prueba de la evidencia empírica. Se dedica, además, a desnudar uno a uno los errores del dogma al que, pese a todo, Rogoff y otros continúan adhiriendo.
Primero, la teoría predice que la apertura a los capitales debería aumentar el crecimiento y disminuir la volatilidad del consumo. Stiglitz explica las razones por las cuales hace ya muchos años que las conclusiones ortodoxas no son válidas y todas apuntan a la existencia de muchas “fallas” en los mercados financieros. La información es imperfecta, lo que hace que los mercados de crédito, ampliamente disponibles en los buenos tiempos, desaparezcan incluso frente a conflictos políticos que ocurren a muchos miles de kilómetros de distancia del país afectado.
Segundo, los mercados se equivocan y mucho. Cómo explicar si no, sugiere Stiglitz, que Brasil haya sufrido un ataque especulativo a medida que Lula se acercaba a la presidencia –los precios de los bonos cayeron a la mitad y las tasas de interés llegaron a niveles intolerablemente altos– para luego mudar hacia euforia para con el nuevo líder latinoamericano. En el medio, Brasil tuvo dos años casi sin crecimiento (lo que significa caída del ingreso por persona) y aumentos record del desempleo. No sólo los mercados no son el paradigma de la racionalidad sino que, por el contrario, la irracionalidad juega un papel importante en las crisis.
Tercero, cuando se trata de explicar por qué la teoría ortodoxa no se cumple en la realidad, Rogoff sólo acierta a proponer “el sabor de moda este mes” en los círculos políticos: la ausencia del “buen gobierno” (governance, en inglés). Sin embargo, critica Stiglitz, no define qué significa “buen gobierno”. Pareciera ser la carta necesaria para jugar en caso de que la teoría no se cumpla, de manera tal que el problema quede siempre en la realidad, no en la teoría.
A la hora de asestar el knock-out a la ortodoxia, Stiglitz no se queda sin ángulos para golpear. Si la apertura financiera ayudara a disminuir la volatilidad, como dice la teoría, entonces deberíamos ver que cuando la economía se debilita los capitales entran y cuando se fortalece salen. En la realidad ocurre lo contrario. Si los capitales se fugan cuando más se los necesita entonces amplifican la volatilidad en lugar de reducirla. Más aún, muchas veces los países chicos que abren su cuenta capital pagan por políticas ajenas como las muchas crisis que se produjeron cada vez que la Reserva Federal de EE.UU. subió sus tasas de interés (lo que está empezando a ocurrir ahora).
El profesor de Columbia está convencido de que el ingreso irrestricto de capitales especulativos aumenta la incertidumbre en la economía, y que en consecuencia atenta contra el crecimiento, en lugar de promoverlo como publicita el Fondo Monetario. El ciclo típico es bien conocido en la Argentina. Empieza con un ingreso masivo de dólares que financia el boom de consumo, revaloriza la moneda doméstica desalentando exportaciones y alentando importaciones y hasta incentiva el endeudamiento en moneda extranjera. Cuando los capitales abandonan el país, la magnitud de la devaluación requerida está asociada a una aceleración inflacionaria y, a menos que los rescate el Estado, a la quiebra de aquellos endeudados en dólares. Más inestabilidad resulta en mayor riesgo para la inversión, entonces, ¿cómo podría aumentar el crecimiento?
Stiglitz concluye recomendando que el FMI antes que “presionar a los países para que liberalizaran sus mercados de capitales debería trabajar con ellos acerca de cómo diseñar intervenciones que estabilizaran los flujos de capitales”. En otras palabras: el FMI debería dejar de lado el dogma y colaborar en la aplicación de mejores controles de capitales. Quizás éste sea el único punto en el cual el Nobel de Economía no está siendo realista. El mismo demostró en más de una oportunidad que las “afinidades” entre los financistas de Wall Street y los burócratas del Fondo iban mucho más allá de las ideologías.

* Economista ([email protected])

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