EL PAíS
› OPINION
Libertad y orden
› Por Washington Uranga
La democracia no supone unidad de pensamiento. Muy por el contrario. El conflicto, la diferencia y la diversidad son esenciales y constitutivos de la democracia, de la convivencia ciudadana. De la misma manera cuando sostenemos que queremos la paz no estamos hablando de soslayar o acallar los conflictos. La máxima aspiración de la paz es zanjar los conflictos, encontrar caminos de concertación y de acuerdos, sin eliminar, sin aniquilar al otro y a la otra en ningún sentido: ni política, ni física, ni psicológicamente. Este es un aprendizaje que todavía necesita la sociedad demasiado acostumbrada a los dilemas y las oposiciones: blanco o negro, derecha o izquierda, a favor o en contra. Necesitamos entender que somos ciudadanos y ciudadanas que piensan distinto y con intereses que colisionan entre sí. Esto no nos convierte en enemigos. Es más. Es posible que mediante un procedimiento de diálogo y concertación se puedan acordar futuros comunes. La deliberación social es una pedagogía (una pedagogía política, podría decirse) para construir bienes colectivos en cuya realización puedan comprometerse las distintas partes, sectores y ciudadanos. Pero, dado que la democracia no es un bien dado, no es un bien natural sino una construcción de la sociedad, es necesario educar para la democracia y para la participación. Es algo que nos está faltando. Hay que educar para la democracia. Y no se lo hace fomentando las falsas antinomias y desconociendo la complejidad intrínseca de todas las situaciones. En este sentido la falsa oposición que –en medio del debate por la seguridad y el uso del espacio público– plantean algunos sobre libertad y orden, termina siendo una trampa conceptual y práctica que no ayuda a entender el problema. No se trata de elegir entre la libertad y el orden, porque ambos se necesitan mutuamente. Siempre y cuando entendamos que el orden es resultado de una correcta aplicación de la libertad de todos los ciudadanos quienes, asumiendo sus diferencias, construyen consensos para la convivencia. Siempre y cuando el orden sea un marco y reaseguro de la libertad de todos y todas. Siempre que entendamos que las normas elaboradas sin consenso e impuestas al conjunto con sentido pretendidamente universal no representan orden sino autoritarismo. Y que el ejercicio de mi libertad supone el respeto de la libertad del otro. También es necesario entender que a veces, algunos, tengan que transgredir un orden que les ha sido impuesto, que es ilegítimo, para hacer oír su voz. Sin embargo, esta no puede ser una situación permanente sino coyuntural. La libertad y el orden se necesitan mutuamente en el marco del diálogo y la convivencia democrática.